Históricamente, el barrio de Txabarri albergaba la zona residencial destinada a los trabajadores que operaban en el potente tejido industrial instalado en el meandro de la ría. Esta configuración urbanística respondía a un modelo funcionalista de ciudad obrera, en el cual los espacios de producción y residencia coexistían en proximidad, generando un entorno densamente ocupado por naves industriales, altos hornos, talleres y viviendas sociales. Con la profunda reestructuración del modelo económico hacia finales del siglo XX y la consiguiente desindustrialización de la ría del Nervión, muchas de estas infraestructuras fueron desmanteladas, abandonadas o simplemente desaparecieron, dejando un vacío físico y simbólico en el paisaje urbano.

Foto: Aitor Estévez

Frente a este contexto de pérdida de identidad y deterioro físico, el plan de regeneración impulsado por las administraciones públicas propone una intervención integral que conjuga la mejora de la calidad de vida de los residentes con la revalorización del patrimonio industrial. Una de las acciones más relevantes en este marco es la rehabilitación y musealización del Alto Horno de Sestao, uno de los pocos vestigios industriales que aún se conservan en pie y que ha sido recientemente reconocido como Bien Cultural con la categoría de Monumento. Este reconocimiento no solo implica su conservación material, sino también su puesta en valor como testimonio físico de una época que definió el carácter productivo y social de la zona.

En este contexto, el concurso de ideas convocado para resolver el problema de conectividad entre el barrio de Txabarri —situado en una cota elevada— y la explanada inferior donde se ubica el Alto Horno, representaba una oportunidad estratégica para consolidar las intenciones del plan urbano. El reto consistía en diseñar una infraestructura vertical —ascensor y escalera urbana— capaz de salvar un desnivel de aproximadamente 25 metros, garantizando al mismo tiempo la accesibilidad peatonal, la integración paisajística y el diálogo formal con el entorno patrimonial.

Foto: Aitor Estévez.

La propuesta apostó por una reubicación de la implantación inicialmente planteada por el ayuntamiento. Lejos de situar el nuevo artefacto urbano adyacente al Alto Horno, se optó por desplazarlo hacia una posición más distanciada, generando una antesala visual y espacial frente al monumento. Esta nueva localización permite que la intervención no compita visualmente con el Alto Horno, sino que lo potencie como hito central en la escena urbana. A nivel de implantación, la pieza se orienta en sentido norte-sur, estableciendo una perpendicular formal y simbólica con dos elementos clave del paisaje: el Alto Horno y el Puente Colgante de Portugalete, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Esta disposición genera una suerte de eje visual, una línea de deseo virtual que vincula ambos hitos industriales a través del nuevo objeto arquitectónico. Los extremos de la infraestructura —concebidos como grandes miradores volados hacia el norte y sur— funcionan como plataformas panorámicas que permiten al usuario redescubrir el paisaje desde una perspectiva elevada, facilitando una lectura contemporánea del entorno construido e industrial. Así, el objeto arquitectónico se convierte no solo en un mecanismo de conexión física, sino también en un instrumento de mediación simbólica entre pasado y presente, entre patrimonio y regeneración.

Foto: Aitor Estévez.

Desde el punto de vista del diseño formal, la escalera adopta un trazado abierto y lineal, lo que permite su completa visibilidad desde diferentes puntos del entorno. Esta transparencia no solo cumple una función estética, sino que responde también a criterios de seguridad y percepción del espacio desde una perspectiva de género, asegurando recorridos visuales amplios y evitando zonas oscuras o recovecos. El diseño inclusivo y seguro ha sido un factor clave en la definición del proyecto, en consonancia con las políticas urbanas actuales orientadas a la equidad.

La solución estructural de la escalera ha sido pensada para optimizar los procesos constructivos y minimizar la interferencia en el entorno urbano. La estructura de las pasarelas se resuelve mediante el uso de vigas cajón de acero trianguladas, prefabricadas en taller y ensambladas in situ. Esta estrategia permite reducir considerablemente los plazos de ejecución y garantizar un alto control de calidad en los acabados. Todos los elementos auxiliares —como barandillas, peldaños, cerramientos y sistemas de iluminación— han sido diseñados en módulos estandarizados que facilitan su prefabricación y evitan trabajos artesanales prolongados en obra, reduciendo así el presupuesto estimado.

La torre del ascensor constituye el núcleo estructural y funcional del proyecto. Se trata de un cuerpo cerrado y robusto, compuesto por cuatro vigas tipo Vierendeel, que actúan como marco portante y permiten una distribución equilibrada de las cargas. Esta torre actúa casi como único soporte vertical del que se suspenden tres voladizos que articulan los accesos en dirección norte (17 m), oeste (13 m) y sur (3 m). Esta configuración en voladizo genera una imagen dinámica y liviana, en diálogo con el Alto Horno, pero sin mimetismos excesivos, respetando la identidad de cada elemento.

Foto: Aitor Estévez.

En conjunto, el proyecto no se limita a resolver un problema de accesibilidad, sino que articula una secuencia espacial y perceptiva, un paseo en el aire que entrelaza el movimiento vertical con la contemplación del paisaje urbano e industrial. Busca redefinir la relación del usuario con el entorno construido, generando nuevas lecturas del territorio y ofreciendo una experiencia arquitectónica que transforma el acto de desplazarse en una actividad de disfrute público.

Créditos del proyecto:

Autoría: ELE Arkitectura: Eloy Landia, Eduardo Landia; TARTE: Alex Etxeberrie

Fotografía: Aitor Estévez

Realización seleccionada arquia/próxima 2024

Históricamente, el barrio de Txabarri albergaba la zona residencial destinada a los trabajadores que operaban en el potente tejido industrial instalado en el meandro de la ría. Esta configuración urbanística respondía a un modelo funcionalista de ciudad obrera, en el cual los espacios de producción y residencia coexistían en proximidad, generando un entorno densamente ocupado por naves industriales, altos hornos, talleres y viviendas sociales. Con la profunda reestructuración del modelo económico hacia finales del siglo XX y la consiguiente desindustrialización de la ría del Nervión, muchas de estas infraestructuras fueron desmanteladas, abandonadas o simplemente desaparecieron, dejando un vacío físico y simbólico en el paisaje urbano.