En una semana en la que el Día Internacional de la Fotografía sirvió de altavoz para los temores de los profesionales ante el avance imparable de la Inteligencia Artificial, un movimiento contracorriente y sorprendente gana fuerza en las nuevas generaciones: el retorno a la cámara analógica.
Carlota, con unos carretes recién llegados de sus vacaciones de verano bajo el brazo, es el ejemplo perfecto. Acaba de entrar en ‘Cuarto Color Lab’, uno de los pocos laboratorios que resisten al paso del tiempo. «Creo que con los móviles y las fotos digitales se pierde el valor «, explica mientras deja su carrete para revelar.
Un proceso que, en plena era de la inmediatez, toma su tiempo: «Básicamente, les ponemos una pegatina para identificarlos y en dos o tres días tienen las fotos listas para recoger», detallan en el laboratorio.
Pero el resurgir analógico no es solo por la fotografía en sí, sino también por el valor sentimental del objeto. Dan, otro cliente del establecimiento, no viene a revelar, sino a reparar. «Estaba de viaje en moto con mis amigos y se me cayó la cámara al río. Ahora estoy aquí para repararla. Es muy fácil de usar, solo abres la pantalla, sale el objetivo y presionas el botón».
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Detrás del mostrador de ‘Cuarto Color Lab’ está Yen, su dueño, un auténtico custodio de la historia fotográfica. Su tienda es un museo viviente donde se pueden encontrar desde cámaras de 110 y formato 135, hasta Polaroids de los años 70 y 80, e incluso una reliquia datada tras la Primera Guerra Mundial.
Y es en el cuarto oscuro donde esa historia cobra vida. Begoña, la técnica de laboratorio, realiza con destreza un ritual casi mágico para ojos: «Ahora vamos a extraer la película del tanque, le damos el último baño de humectante, un agente de secado rápido, y sacamos la película ya terminada», nos explica Yen.
El proceso es meticuloso y sensorial: «Se cuela la película para que se seque y luego viene la parte del positivado. Colocamos el negativo, lo insertamos y… apagamos las luces». En la oscuridad total, la magia de la luz sobre el papel sensible hace aparecer.
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Esta tendencia no es un caso aislado. En ‘Sales de Plata’, otra tienda emblemática, confirman el ‘boom’. Cristóbal, atendiendo a clientes, lo tiene claro: «Va bastante bien. Lo que pasa es que sobre todo ha habido un cambio en cuanto al público, que ahora es mucha gente joven la que viene».
Entre sus vitrinas también descansan piezas de culto: «Esta es una Leica y es de lo más histórico y conocido que hay de este tipo. Es una cámara muy típica en cuanto a manejo porque lo usaban mucho los fotoperiodistas. Esto es lo que nos da los negativos de toda la vida, los que hemos visto siempre».
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Sin lugar a dudas, en un mundo inundado de instantáneas digitales perfectas y alterables, la fotografía analógica ofrece una verdad indiscutible: la promesa de que ese instante es real y único. Y es aquí donde los más jóvenes han encontrado el valor que la inmediatez digital ha arrebatado.