Hace un par de días nos dejaba, a muy temprana edad, el arquitecto, maestro, y amigo Manel Gausa.
Conocí a Manel una mañana de septiembre del 97, en mi primer día como estudiante, y como parte de la primera promoción de la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad Internacional de Cataluña (ESARQ-UIC). Manel se presentó como titular de una asignatura de nombre un tanto ortodoxo, llamada ‘Foros’. Junto a él se alineaban colegas suyos de profesión como Vicente Guallart, Enrique Ruiz, Willy Muller, entre otros. Nombres que por aquel entonces me parecieron tan desconocidos como la materia que nos iba (-n) a impartir.
De lo que no cabía duda alguna, era del entusiasmo con el que Manel narró cómo se iba a desarrollar el curso: por su aula haría pasar todo tipo de sensibilidades, con o sin vinculación directa con el mundo de la arquitectura, a explicarnos su visión del mundo. Ya por sus palabras y compromiso, desde el primer momento, transmitían ilusión.
Manel por entonces era editor de la revista Quaderns (publicación del Colegio de Arquitectos de Cataluña) e integrante del grupo Metápolis. Gracias a su conocimiento e interés profundos de la arquitectura en todas sus vertientes, supo vislumbrar mediante la revista, el joven talento de tantísimos profesionales, que años más tarde escribirían las páginas de la historia de la arquitectura contemporánea.
Consideró el aula como si de un ‘menú degustación’ se tratase, y nos presentó en carne y hueso un maridaje de personalidades: el entonces desconocido arquitecto Winny Mass (MVRDV, con quien pasaríamos unos días juntos estudiando el caso de la ciudad de Benidorm, algo que desembocaría en la publicación ‘Intelligent Coast’); y el también arquitecto, anónimo por entonces, Francis Soler (condecorado en 2007 con el Orden de la Legión de Honor por el Gobierno Francés); un joven apuesto director de cine llamado Alejandro Amenábar (quien acababa de presentar su película ‘Tesis’, y que en 2004 obtendría el Oscar a la mejor película extranjera por ‘Mar adentro’).
También nos habló del polifacético Marcos Novak (pionero en la utilización de algoritmos para el diseño tanto de lo real, como de lo virtual); un inclasificable Kas Oosterhuis (padre de la arquitectura paramétrica); el científico Neil Gershenfeld (creador del FabLab del MIT, entusiasta divulgador de la revolución digital); la arquitecta y educadora Anne Lacaton (premio Pritzker en 2021); el cantante y humorista Pablo Carbonell (quien aún imagino se debe preguntar qué hacía él dando una charla a estudiantes de arquitectura).
Además de tantísimos muchos otros profesionales que durante cuatro años inundaron su aula, por citar algunos: Florence Raveau, Iñaki Ábalos, Juan Herreros, Fernando Porras, Federico Soriano, Josep Bohigas, Alejandro Zaera, Karl Chu, Kelly Shannon, y un largo etc.
Sin dejar de olvidar que por entonces su clase se componía de apenas 30 estudiantes en una universidad que acababa de nacer, era indiscutible, y a su vez asombroso, el poder de atracción de talento e interés que Manel suscitaba, y su capacidad de vislumbrar lo extraordinario, a veces por devenir, de cada persona.
De ese maridaje suyo, Manel hizo valer a sus estudiantes de una mirada cruzada, crítica, y global (no necesariamente absoluta, como apuntaba en su ‘Diccionario Metápolis de Arquitectura Avanzada’); algo que con el paso del tiempo se ha convertido en una herramienta determinante para el desarrollo profesional, y casi afirmaría, personal.
Con el paso de los años se uniría a nuestra relación maestro-alumno, una coincidencia profesional, pues en 2004 junto a mi padre Luis Alonso (1955-2021) y Richard Rogers (1933-2021) estaba desarrollando la reforma de Las Arenas de Barcelona, un edificio participado originalmente en 1900 por el abuelo de Manel. A Manel le gustaba rememorar esta coincidencia, como si de una novela histórica acerca de la construcción de catedrales se tratase.
A los arquitectos, por lo general, se los acostumbra a recordar por su obra construida: éste hizo esto, o aquél otro edificio. Y aunque Manel también tiene obra construida (plaza Pablo Picasso en Montornès, polígono Arrahona en Sabadell, entre otras), y una extensiva obra literaria, su legado sobrepasa las cuatro paredes vitruvianas, o las páginas de papel impreso.
Tras de sí nos deja impregnados de su visión avanzada, abierta, alegre, dinámica y polifacética de ver, entender y divulgar la arquitectura. Un código transversal proyectado y construido en las personas, en especial aquellas que tuvimos la suerte de tratar con él, y de las que nos hizo (con sumo entusiasmo contagioso) partícipes, y sobre todo cómplices, como le hubiese gustado nombrarlo a él.
‘Avanzada, arquitectura
[MG] Hoy parece adivinarse una nueva arquitectura en el horizonte; …; Una arquitectura consciente de la importancia futura del intercambio y la información. Una arquitectura que, no obstante, quiere plantear cosas sobre el presente, sobre la vida diaria. Proporcionar expresión, alegría, y frescura a una nueva cotidianidad emergente y, por consiguiente, dignidad y estímulo a la vida.’
Diccionario Metápolis de Arquitectura Avanzada, Ed. Actar, 2008