Una casa amarilla con historia (y mucho color) en el corazón de Bruselas.

En un mundo en el que parece dominar la monotonía y las paletas de colores neutras y planas, la interiorista Victoria Maria Geyer apuesta sin miedo por el color y los estampados. La alemana, afincada desde hace tiempo en Bruselas, consigue abrir grandes mundos de color incluso en las habitaciones más pequeñas sin que parezca agobiante. Parece la antítesis de la Bélgica purista y contemplativa que diseñadores como Axel Vervoodt y Vincent Van Duysen han encarnado con éxito durante años.

La mesa de comedor es un diseño propio de Victoria Maria Gayer. Está rodeada de sillas italianas vintage que encontró en la galería Watteeu de Bruselas. El papel pintado de seda en rojo Pompeya es de Pierre Frey.

© Clement VayssieresUna casa amarilla con alma rural

La interiorista alemana se encontró un proyecto que apenas tenía limitaciones. Sobre todo, en lo que respecta a la superficie habitable. La antigua villa, que data de 1932, y dispuesta a ser el hogar de una familia de seis miembros, contaba con más de 550 m2. ¿Los requisitos para la reforma? Que el resultado fuese poco convencional, pero no orientado a las tendencias. Cuando Geyer entró a echar un vistazo por primera vez, la casa estaba visiblemente envejecida y el frondoso jardín estaba cubierto de maleza.

Le dejó huella la construcción con entramado de madera: “Las líneas geométricas, las encantadoras buhardillas y los bajos aleros salientes me llamaron mucho la atención. ¡Incluso hay una torre!”, dice la interiorista. Tal y como recuerda, la casa parecía una pequeña mansión con alma rural: “Podría haberse construido en Normandía o en algún sitio similar». Con esta base, Victoria Maria Geyer buscaba aún más la originalidad para esta casa.

La interiorista encontró la enorme mesa de comedor de travertino, y la utiliza toda la familia para desayunar juntos. Los azulejos de Zellige vienen de Marruecos.

© Clement Vayssieres¿La combinación de colores? ¡Fruto de la imaginación!

La reforma fue integral. Se cambiaron los suelos, pero se mantuvo la distribución. Al igual que los artesonados históricos, que Victoria Maria Geyer les dio el toque definitivo con colores vivos: rojo para el comedor, rosa en el pasillo y amarillo en el salón. “Me encanta el amarillo y, por suerte, a los clientes también”, recuerda al pensar en el conjunto cromático. “Me pareció natural desde el principio. Enseguida se nos ocurrió la idea de pintar las vigas de un amarillo más intenso para dar profundidad y ritmo a la habitación”, explica.

La elección del color es tan personal como el mobiliario, compuesto por un gran número de diseños propios. Los muebles de roble del vestidor, por ejemplo, o el rincón del desayuno con azulejos rosas de Zellige, procedentes de Marruecos, fueron producto de la imaginación de Geyer. Le sorprendió la encimera de piedra de lava maciza de la cocina, que se entregó con una superficie menos uniforme de lo esperado. “Eso es lo especial de la artesanía: da a los muebles un alma y una especie de autenticidad que la perfección no puede ofrecer”.