José Antonio Muñoz

Miércoles, 27 de agosto 2025, 23:33

Es un gran tímido, dice. Yno le gusta mucho hablar en público. Pero el belga de Namur naturalizado salobreñero, Colin Bertholet, habla –y cómo– a través de sus manos, prolongación fisiológica de una mente privilegiada. Siempre se ha dicho que los diseñadores de interiores son visionarios, porque son capaces de vislumbrar lo que el ojo no aprecia. Él ha conseguido dejar su sello en multitud de espacios, pequeños, medianos y grandes, desde las cartas de restaurante que comenzó dibujando décadas atrás hasta un complejo hotelero en Panamá, en el que se encuentra inmerso en estos meses.

Llegó muy niño a Salobreña, tras el fallecimiento de su padre, fotógrafo, cuando tenía diez años. Sus primeros dibujos, viniendo de donde viene, no podrían ser otros que ‘bandes dessinées’, cómics. Su casa en el casco antiguo se convirtió en su nuevo hogar. Estudió en el colegio público, luego con los frailes, y finalmente en la Escuela de Arte, donde estudió Decoración. Su madre no le puso trabas, pues había trabajado en alta costura. «La gente pensaba que un decorador era quien ponía papel pintado, una especie de pintor fino de brocha gorda», dice con humor. Ahí comenzó con las cartas de restaurantes, luego con los rótulos externos y la decoración de interiores, fundamentalmente de locales de ocio. Al mismo tiempo, siguió desarrollando su carrera artística con la témpera y la acuarela, y fue pinchadiscos. «Lo que más me gusta en la vida, más que el diseño, es la música. Tengo una colección de discos brutal, que adquirí, a veces a precio de oro, pensando que les dejaría un patrimonio a mis hijos. Ahora, se han convertido casi en un estorbo», dice.

Una habitación de hotel diseñada por Colin Bertholet.

Una habitación de hotel diseñada por Colin Bertholet.

A. C. B.

Hoy, el 95% de su trabajo se centra en el diseño de hoteles. Una dedicación que comenzó casi por casualidad, cuando un cliente de Barcelona vio un trabajo que había desarrollado en Almería a instancias de un amigo suyo. «Me dijo que si era capaz de diseñar un hotel completo, y le dije que sí». Aquel primer establecimiento estaba en la calle Roselló, esquina Aribau, de la ciudad condal. «Era un hotel pequeño, de 100 habitaciones», dice como si fuera lo más normal del mundo. Andando el tiempo ha intervenido en un buen número de establecimientos. Si tiene que describir su estilo, se queda con la etiqueta de ‘minimalista’. «Eso implica que los acabados tienen que ser perfectos, porque la vista se va a la pared blanca, con una buena obra de arte llenándola». Trata de hacer mucho con poco, creando líneas limpias, lejos del ‘horror vacui’ que parece impregnar las neuronas de quienes, en ocasiones, no entienden que menos es más. «Los diseñadores de interiores somos esclavos de modas que no creamos. Va por ciclos que duran entre cinco y diez años, y que coartan nuestra creatividad. El estilo ‘nature’ lo impregna ahora todo:jardines verticales, plantas colgando, maderas sin tratar, mezcla de sillones… Pero antes tuvimos el ‘vintage’ que era horroroso, con surtidores de gasolina en los restaurantes. Los clientes a veces te llaman para que imites algo que han visto, lo cual es terrible», señala.

Tendencias

Las tendencias actuales dan mucha importancia, dice, a lo utilitario: «Las habitaciones deben tener muchos enchufes, porque cada vez manejamos más ‘gadgets’ tecnológicos. También se da importancia a los colchones, y prima la sutileza. Dan más importancia a la calidad de las toallas, a que el grifo sea fácil de usar y que la ducha eche una buena manga de agua», comenta.

Diseño de Colin Bertholet

Diseño de Colin Bertholet

A. C. B.

Colin Bertholet tiene siempre la maleta dispuesta, pero, al mismo tiempo es un enamorado de su tierra. Dicen que es toda una institución en el mundo cultural. Le avala haber tomado parte de la creación del Festival Tendencias y Música en los Rincones. Pero también es un prolífico creador de libros–objeto. El más reciente, ‘Mirando hacia abajo. La belleza por los suelos’, donde colaboran desde escritores como Javier Gilabert y Juan José Castro hasta músicos como Albert Plá y Eric Jiménez. «Intento aportar mi punto de vista en la creación de objetos, que pueden ser un sofá, un libro o una habitación de hotel. Busco la belleza y a través de ella, quiero conseguir que las personas sean más felices», asegura.

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