El retrato de la marquesa de Lazán, pintado por Goya en 1804, es la pieza central de la exposición en Málaga
El retrato que Francisco de Goya pintó en 1804 de María Gabriela Palafox y Portocarrero, marquesa de Lazán, constituye mucho más que una obra maestra del retrato español. Esta pintura, custodiada en el Palacio de Liria y actualmente pieza central de la exposición “Mecenazgo y coleccionismo en la Casa de Alba” en Málaga, se ha transformado en símbolo de la compleja y convulsa vida de su protagonista, así como de los avatares históricos que marcaron los últimos años del Antiguo Régimen y el advenimiento del liberalismo en España.
La muestra de la Casa de Alba presenta más de 250 piezas procedentes de los principales palacios de la familia, pero es el retrato de la marquesa el que recibe a los visitantes y da inicio a la narración de los orígenes y alianzas de la aristocracia española.
Los organizadores destacan que la pintura de Goya no solo refleja a una mujer de gran estirpe, sino que anticipa un periodo de cambios sociales y políticos que impactarían profundamente en las élites del país.
La representación de María Gabriela Palafox y Portocarrero fue realizada cuando ella contaba alrededor de veinticinco años. En la pintura, la marquesa aparece de pie, con el brazo derecho apoyado en un sillón cubierto de armiño, mientras que el izquierdo se extiende delicadamente sobre su busto. El vestido de seda blanca bordado en oro, los detalles de su peinado y la luz que incide sobre el rostro perfilan una imagen de elegancia y distinción.
La muestra destaca la vida de María Gabriela Palafox y Portocarrero, marcada por la nobleza, la tragedia y la persecución política
Según la Fundación Goya en Aragón, esta composición permite intuir tanto el estatus nobiliario de la protagonista como la técnica del pintor, quien logra transmitir un sutil equilibrio entre cercanía y distancia en la expresión de la retratada.
El contraste entre el fondo oscuro y la figura iluminada, subrayando la firmeza de la personalidad de la marquesa, así como su vinculación con las casas nobiliarias más influyentes del país. El retrato, lejos de limitarse a la representación física, encierra los ecos de una biografía marcada por el prestigio, la tragedia y la polémica política.
Nacida en 1779 en el seno de una ilustre familia —hija del VI marqués de Ariza y VI condesa de Montijo—, María Gabriela se convirtió, tras su matrimonio con su primo Luis Rebolledo de Palafox y Melzi, en marquesa de Lazán.
La unión, autorizada explícitamente por el rey Carlos IV, requería del visto bueno real debido al elevado rango de Grande de España de su esposo. La pareja tuvo tres hijos y disfrutó de protagonismo en la corte, con María Gabriela como dama de la Real Orden de María Luisa y su marido ocupando el cargo de capitán general de Aragón, responsabilidad conseguida tras sus méritos durante la Guerra de la Independencia.
La Casa de Montijo, emparentada directamente con la Casa de Alba, sería eje de distintas alianzas y herencias, consolidando el prestigio de este linaje en los siglos XVIII y XIX.
La Inquisición señaló a la marquesa de Lazán por sus vínculos con ideas jansenistas, una acusación que marcó su vida y anticipó su posterior persecución política. (TV Perú)
El devenir político de la España de comienzos del siglo XIX tuvo un impacto directo y demoledor en la vida de la marquesa de Lazán. Durante el Trienio Liberal, posterior al pronunciamiento de Rafael del Riego, la familia fue desplazada del epicentro del poder: el marqués de Lazán perdió su cargo ante Riego, mientras que María Gabriela fue acusada de conspirar contra el régimen constitucional.
La Inquisición, además, la había señalado previamente por defender ideas jansenistas —una orientación teológica heredada de su madre, desterrada en 1805—. La marquesa fue arrestada en 1821 bajo cargos de reunirse con opositores políticos en su residencia.
Según Vanity Fair, la acusación resultó infundada, logrando la marquesa probar su inocencia tras unos días de encarcelamiento. No obstante, las consecuencias para su salud fueron irreversibles.
Este episodio —prisión y marginalización— precipitaría su muerte prematura en junio de 1823, pocos meses antes del regreso de Fernando VII y la restauración de la monarquía absoluta, hechos que pusieron fin al liberalismo y sellaron el destino de muchas familias nobles.
El sufrimiento de la marquesa, su lucha contra el exilio y la represión, así como la desolación de su familia tras su fallecimiento, quedan recogidos en los testimonios contemporáneos y en las investigaciones históricas consultadas por la organización de la exposición.