Agárralo como puedas ha llegado a nuestro país en unas fechas que parece que no la benefician. Fue la cuarta película más vista del fin de semana de su estreno, pero el cómputo de recaudación situaba ese finde como uno de los peores del año. En Estados Unidos lleva 48 millones de dólares, y en todo el mundo consigue sumar unos 86 millones. No son números demasiado alentadores, aunque a la secuela tardía del desternillante clásico del 88 protagonizado Leslie Nielsen aún le queda mucha leña que repartir.
A quien sí parecen cuadrarle los números es a la gente de capa y antifaz. Marvel puede decir que ha salvado los muebles con Los 4 Fantásticos: Primeros pasos, que lleva acumulados 491 millones de dólares en todo el mundo, que sin ser gran cosa son unos cuantos sacos más con el símbolo del dólar que Capitán América: Brave New World y Thunderbolts*.
Y, por supuesto, DC celebra los 605 millones de la taquilla global del Superman de James Gunn. Es el triple de lo que recaudó la interesantísima Joker: Folie à Deux, cinco veces más que lo que hicieron Blue Beetle y ¡Shazam! La furia de los dioses, y doscientos milloncetes más que aquella pesadilla digital de Aquaman y el reino perdido. Si bien Gunn aún no ha llegado a los 772 que consiguió el murciélago de Gotham en manos de Matt Reeves.
Si estamos ante un momentáneo renacer de los superhéroes, está por ver. Si resulta que nunca estuvieron en crisis –desde la pandemia siempre hay alguna película de superhéroes en el top diez de la taquilla mundial–, también es debatible. Pero en cualquier caso la ocasión merece una reflexión y unas risas. ¿Está el género en un momento dulce en el que podría abrazar imitaciones burlescas de sí mismo? ¿Qué pasó con las parodias de superhéroes?
Una breve edad de oro antes de tiempo
Si hablamos de parodias de superhéroes, existe un referente obligado situado justo en el cambio de siglo: en 1999 los Mystery Men de Kinka Usher reunieron en pantalla grande a una serie de perdedores con poderes ridículos en una simpática parodia del género, especialmente de las reuniones de estrellas que tanto dinero le hicieron ganar a Marvel con las sucesivas entregas de Vengadores.
Ben Stiller daba vida a Míster Furioso, un tipo cuyo poder era perder los estribos, pero que lideraba una tropa junto a sus amigos El Rajá Azul, que utilizaba tenedores de formas sorprendentes, Zapador, que manejaba bien una pala, La lanzadora, que poseía una bola de bolos maldita o El flato, que básicamente usaba sonoras flatulencias para acabar con sus enemigos. Comediantes como Janeane Garofalo o Hank Azaria y actores como William H. Macy o Geoffrey Rush daban en el clavo del cariño por el género que dio como resultado la parodia de superhéroes más importante del subgénero en los albores del siglo XXI, que recibiría la auténtica explosión de los supers en el cine mainstream años después.
Es curioso que más de una década antes del estreno de la primera entrega de Vengadores, ya existiese una parodia de la misma con vengadores de poca monta. Pero lo cierto es que muchas de las parodias significativas de superhéroes se estrenaron antes de que el cine de encapuchados, sopapos y mallas apretadas fuese realmente popular.
Eso si partimos de la premisa de que a partir del 2012, año de estreno de la película de Joss Whedon, cada vez habría más películas del género entre las más taquilleras de la historia. Pues con la honrosa excepción de El caballero oscuro, todas las películas de supers en la lista del jackpot de lo que triunfa en el cine global son posteriores a Vengadores.
Es el caso de Hancock, una parodia que presentaba a una especie de Superman alcohólico y depresivo interpretado por un Will Smith, que por entonces era un imán para la audiencia gracias a títulos como En busca de la felicidad o Soy Leyenda. Hancock funciona como un tiro en sus compases iniciales, pero el guion de Vince Gilligan –sí, el creador de Breaking Bad– escamotea lo suficiente el lore de origen como para que, de pronto, la película se convierta en un drama romántico atípico. La tenéis en Netflix, por cierto.
La simpatía, el amor incondicional por los orígenes mamporreros de las viñetas, y los juegos narrativos con los tropos más usados de la literatura superheroica forman parte de los ingredientes de una buena parodia. Es lo que hizo James Gunn con Super. En 2010, Gunn enfundó al comediante Rainn Wilson –eterno Dwight de The Office–, y a su sidekick Elliot Page en unos trajes cutres, dignos de cosplay barato, para firmar una parodia pura del género que funciona a las mil maravillas.
Pero como escribía el periodista cultural y escritor John Tones, «el concepto de superhéroe ya lleva implícito algo de caricatura«, puesto que en el fondo «son personajes que heredan costumbres y estéticas, por ejemplo, de la literatura pulp (el origen de Batman es pura literatura barata de la época), caracterizada por cargar las tintas en lo grotesco y lo exagerado de los géneros populares».
Por eso, antes de la conquista del mainstream audiovisual –así como su auge y caída crítico–, el cine de superhéroes nos regaló dos parodias que eran tanto eso como, sencillamente, una película de encapuchados con humor. Kick-Ass, en 2010, ya jugaba con muchos de los tropos del género convirtiendo a psicópatas en superhéroes, niñas en máquinas de matar y adolescentes borrachos de hormonas en chavales que se parten la cara por ‘el bien’.
Una buena dosis de violencia explícita y desmembramientos sazonaban ya el cómic original de Mark Millar, con la intención de decirle al lector «esto es lo que, en el mundo real, pasaría si alguien se tomara la justicia por su mano». Solo que evidentemente era tan patético como irremediablemente divertido.
Un año después, Michel Gondry se encargaría de revivir una popular serie llamada El avispón verde. La idea, originalmente, era adaptar el universo estético de la serie –que hizo muy célebre a Bruce Lee como Kato– y su antecedente radiofónico en una especie de nuevo llanero solitario, con un guion escrito y protagonizado por Seth Rogen. Pero tal vez condicionada por el zeitgeist que empujaba a reírse de los individuos que impartían justicia y se situaban por encima del bien y del mal, The green hornet (El avispón verde) se convirtió en una cinta cuyos mejores gags venían de reinterpretar tropos de las viñetas, así como del cine de acción en general.
El género asimila sus defectos
A partir de la popularización masiva del cine superheroico, a la parodia de superhéroes le pasa lo que a todo invento potencialmente rupturista con un mercado en la economía globalizada del capitalismo tardío: es asimilada por la industria. En el caso de Hollywood, pronto se empieza a hacer películas de presupuesto generoso, acción explícita y la distancia irónica y meta que venían de la parodia para convertirlas en blockbusters. Lo que ha llevado al género hacia un bucle autorreferencial que aún colea.
Kick-Ass es un buen ejemplo: la película tuvo una muy buena acogida en taquilla, lo que garantizó una secuela con mayor referencialidad, más acción y menos parodia. Y su responsable, Matthew Vaughn, dirigió al poco X-Men: Primera generación y coescribió X-Men: Días del futuro pasado antes de consagrar su futuro a una saga –Kingsman– igualmente paródica y referencial. Hasta su protagonista, Aaron Taylor-Johnson, terminaría convertido en un auténtico superhombre en la denostada pero bastante funcional Kraven the Hunter.
Super también es un caso de lo más significativo, y si no que se lo pregunten a James Gunn. Conocedor de los códigos y la mitología del superhéroe, el director de Super hizo la parodia más ácida posible antes de dirigir las tres películas de Guardianes de la galaxia para Marvel. Suya es también la segunda película de El escuadrón suicida y la nueva y exitosa entrega de Superman.
Y qué es Deadpool sino una parodia en sí misma. Una trilogía dedicada a burlarse de cómo opera no solo la narrativa superheroica, sino de los recursos audiovisuales y lugares comunes de puesta en escena del cine que la ha glorificado. Hasta tal punto tanto el personaje como sus adaptaciones cinematográficas son hijas bastardas de la parodia superheroica que el éxito de Deadpool y Lobezno es pura referencia al género.
Un amasijo de guiños, apariciones estelares, reinterpretaciones del canon y chistes para fans, que tuvo a bien amasar la friolera de 1.338 millones de dólares en todo el mundo. Unas cifras que, amén de hacerle el agosto a Marvel, puede que hablen tanto del éxito popular del cine de superhéroes como de su ensimismado agotamiento.