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Viajó desde Etiopía hasta Egipto, para remontar desde allí hasta Gaza, Jerusalén, Antioquía y, finalmente, Constantinopla. La peste de Justiniano, ocurrida entre los años 541 y 542, mató a millones de personas y debilitó por completo al Imperio bizantino: se considera, así pues, la primera pandemia de la historia. Su importancia, sin embargo, no evitó que durante un milenio y medio su patógeno responsable fuera un eslabón perdido.

Durante siglos, los expertos han debatido ampliamente sobre esta cuestión: si bien algunas hipótesis habían logrado reunir más evidencias que otras, lo cierto es que no había hallazgo que vinculase directamente esta pandemia con un microbio. Pero en pleno 2025 –es decir, unos 1.500 años más tarde–, un equipo interdisciplinario de la Universidad del Sur de Florida (USF) y la Universidad Atlántica de Florida (FAU) ha resuelto el misterio.

En la Antigüedad, fue el historiador Procopio de Cesarea quien describió, en su Historia de las guerras (años 500-560), los síntomas de esta enfermedad: narró, por ejemplo, que si los bubones crecían, maduraban y se drenaban, los pacientes tenían probabilidades de sobrevivir, mientras que si permanecían intactos el final era letal. Ahora, por fin se sabe que estos males se debían a una infección por Yersinia pestis, la misma bacteria que provocó la peste negra en el siglo XIV.

la verdad estaba en jerash

No fue hasta que llegó a la ciudad de Pelusio, en Egipto, cuando se tuvo conocimiento en el 541 de la existencia de la peste de Justiniano. En esa región es donde el equipo llevó a cabo su investigación: concretamente en el antiguo hipódromo romano de Jaresh, los expertos recuperaron y secuenciaron «la genética material de ocho dientes humanos excavados en cámaras funerarias», explica el coautor del estudio, Greg O’Corry-Crowe, quien es profesor de investigación en la FAU y explorador de National Geographic.

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El posterior análisis resolvió la secular incógnita: las víctimas de esta peste albergaban cepas «casi idénticas» de Y. pestis, señala el comunicado. Así, se confirmó por primera vez que la bacteria estuvo en el Imperio bizantino entre los años 550 y 660 d.C., tal y como habían sugerido siempre las fuentes escritas: «Nos hemos basado en relatos escritos que describen una enfermedad devastadora, pero carecíamos de pruebas biológicas sólidas de la presencia de la peste», explican los autores del estudio.

La arena del hipódromo, un recinto «para el entretenimiento y el orgullo cívico», destaca el Dr. Rays H. Y. Jiang, investigador principal de los estudios, «se convirtió en un cementerio masivo» en el momento en que los centros urbanos se vieron abrumados por las repentinas olas de mortalidad. «El sitio de Jerash ofrece una rara visión de cómo las sociedades antiguas respondieron a este desastre de salud pública», añade.

 

Diente del sitio arquitectónico de Jerash
Diente del sitio arquitectónico de Jerash

Diente del sitio arquitectónico de Jerash.

Universidad del Sur de Florida

Una pieza clave para comprender las pandemias

Desde la peste de Justiniano, ha habido numerosas otras pandemias: la última de ellas, la causada por el virus SARS-CoV-2 y conocida como COVID-19. Por esta razón, los investigadores quisieron ir más allá en su estudio y determinar cómo los hallazgos pueden contribuir a comprender mejor dichos fenómenos: descubrieron que también las pestes posteriores, incluyendo la del siglo XIV, no provenían de una única cepa original del virus o bacteria. En su lugar, surgieron de forma independiente en distintas regiones y épocas, en oleadas separadas, no como una sola expansión.

No ocurrió lo mismo con la del 2019, que sí se originó a partir de un solo evento de contagio, probablemente de un animal a un humano, y luego se propagó principalmente entre personas. «Las pandemias no son catástrofes históricas singulares, sino que repiten eventos biológicos impulsados por la congregación humana, la movilidad y el medio ambiente», subraya la investigación.