Todo comenzó con una publicación en redes sociales. Trump anunciaba la destitución de Lisa Cook como gobernadora de la Reserva Federal (Fed). La acusa de fraude hipotecario por declarar dos viviendas principales en distintos estados. Cook, sin embargo, ha asegurado que no piensa dimitir. Ha presentado una demanda judicial para frenar la decisión, argumentando que el presidente carece de autoridad legal para cesar a un miembro del banco central.
Lo que ha parecido una maniobra política ha desencadenado reacciones dispares. La Bolsa ha respondido con calma. Pero el mercado de bonos ha empezado a registrar movimientos que no han pasado desapercibidos. Los rendimientos del bono a dos años han bajado, mientras que los del bono a 30 años han subido hasta rozar el 4,9%. La curva de tipos se ha empinado, reflejando que los inversores han comenzado a descontar una Fed más complaciente a corto plazo, pero más inflacionaria a largo plazo.
Desde firmas como Evercore ISI, se ha advertido que los mercados no han incorporado aún todo el riesgo de una posible ruptura de la independencia de la Fed. En sus informes han señalado que esta “trumpificación” de la política monetaria podría alterar la función de reacción del banco central. Si se confirma, no sería solo un cambio de estilo. Sería un cambio estructural en el centro del sistema financiero estadounidense.
Un giro legal con impacto global
La batalla legal que ha abierto Lisa Cook ha puesto en pausa la injerencia presidencial. Pero las consecuencias ya se han hecho notar. El dólar ha perdido terreno frente al euro. El oro ha repuntado. Y los bonos a largo plazo han reflejado el temor a que el nuevo equilibrio de poder en la Fed implique menor disciplina en el control de la inflación.
El contexto ha sido especialmente sensible. La Fed ha dejado los tipos sin cambios desde diciembre del año pasado, y Trump ha expresado repetidamente su frustración. Ha acusado a Powell de obstaculizar la recuperación económica. Y ha iniciado un proceso para colocar en el consejo de la Fed a personas afines, como Stephen Miran, su asesor económico, ya nombrado como miembro con derecho a voto.
Este posible cambio de mayoría ha despertado inquietudes. Si además de Miran, Trump logra reemplazar a Cook, podría controlar el Comité de Mercado Abierto. Esto ha generado preocupación entre los analistas, ya que permitiría aprobar recortes agresivos de tipos incluso si la inflación no ha bajado lo suficiente.
No se trata solo de interpretaciones. Los mercados han ajustado sus expectativas. Según los futuros, las probabilidades de una bajada de tipos en septiembre han subido al 87%. Se ha roto así una norma no escrita: la de no bajar tasas cuando la inflación sigue al alza. Algo que no ha sucedido desde 2007, justo antes de la Gran Recesión.
Cuando los bonos hablan más fuerte que las acciones
La historia reciente ha demostrado que los bonos tienden a detectar antes los riesgos sistémicos. Y esta vez no ha sido diferente. A pesar del entusiasmo en el Nasdaq o el Dow Jones, la deuda soberana ha enviado un mensaje claro. Ha alertado de que, si la Fed pierde autonomía, el dólar podría verse comprometido como activo refugio global.
Además, las consecuencias se han extendido más allá del mercado financiero. En Estados Unidos, el coste de las hipotecas depende en gran medida del bono a 10 años. Y si los rendimientos suben, los hogares y las empresas lo notan. Es decir, si la confianza en la Fed cae, los tipos hipotecarios no bajan, aunque se recorten los oficiales.
El impacto de esta posible “politización” de la Fed también se ha dejado ver en los flujos de capital. Algunos fondos han aumentado su exposición a activos refugio como el oro o el franco suizo. Otros han preferido reducir duración en sus carteras de renta fija, anticipando un entorno más volátil y menos predecible.
Esta vez, no ha sido el mercado bursátil el que ha liderado la señal. Han sido los bonos. Y su mensaje ha sido el siguiente: no hay mayor riesgo que perder la credibilidad institucional. Lo que ha estado en juego no ha sido solo una silla en el consejo de gobernadores. Ha sido la reputación de uno de los pilares del orden financiero internacional.
Un banco central en la cuerda floja
A medida que se acerca la reunión del 17 de septiembre, la presión crece. Powell ha mantenido un perfil prudente. Ha reconocido que los riesgos han cambiado y que podría haber margen para ajustes. Pero también ha insistido en que la política monetaria no debe responder a ciclos políticos.
En este nuevo tablero, la atención se ha desplazado. Ya no ha estado en las grandes tecnológicas, ni en los resultados empresariales del trimestre. El foco ha estado en cómo se ha configurado el poder dentro de la Fed. Y en cómo esa configuración puede alterar las reglas del juego.
Los mercados han tolerado muchos cambios en las últimas décadas. Guerras comerciales, pandemias, shocks de oferta. Pero lo que menos han tolerado ha sido la pérdida de confianza en sus instituciones centrales. La Fed, hasta ahora, ha sido un ancla. Hoy, esa ancla ha empezado a moverse. Y los bonos han sido los primeros en notarlo.