Puedo sostener y sostengo que, musicalmente, el siglo XXI comenzó en enero de 2000 con “XTRMNTR”, de Primal Scream, y que volvió a comenzar el 20 de marzo de ese mismo año con “The Noise Made By People”, de Broadcast. Tras el estallido de toda la tensión milenarista mostrado por la banda de Bobby Gillespie, la de la cantante y compositora Trish Keenan (1968-2011) mostró la otra cara: una calma inquietante, una especie de escapismo ensoñador que miraba hacia una nebulosa que parecía el pasado y el futuro al mismo tiempo. La nostalgia de algo que resonaba en nuestras cabezas, como los recuerdos difusos de una infancia idealizada, y que, sin embargo, era algo que nunca había existido antes.
En realidad, que el álbum de debut de Broadcast se publicase con el cambio de milenio es algo que encaja muy bien a la hora de darle un sentido cronológico-épico al relato, pero no deja de ser un detalle puramente fortuito. De hecho, fue un trabajo cocinado de modo lento y tortuoso a lo largo de tres años, y que se explicaría igual de bien evitando relacionarlo con cualquier lugar y cualquier tiempo.
Pero la deformación profesional de quien esto escribe le lleva precisamente a hablar de un lugar y un tiempo. La historia oficial de la banda comienza en Birmingham en 1995, cuando Trish Keenan (voz, guitarra, teclados, letras) conoce a James Cargill (bajo) en Sensateria, un club del barrio bohemio de Moseley consagrado a la música psicodélica. Se dice que fue allí donde escucharon por primera vez a The United States Of America, el grupo de finales de los años sesenta que más fuertemente inspiró su sonido. Durante un par de conciertos, el proyecto de Keenan y Cargill se denominó Pan Am Flight Bag hasta que lo cambió por su nombre definitivo. Antes de eso, la vocalista estaba más inspirada por el folk psicodélico, y había formado parte de un grupo de corta vida llamado Hayward Winters. Era la época de la explosión del britpop, pero ellos se apartaron de la corriente principal y, un tanto involuntariamente, ayudaron a formar otra corriente alternativa que acabó por confirmarse como la más sugestiva del pop británico del cambio de milenio. Es comprensible que, en su momento, los medios los comparasen con Portishead y Stereolab. Con los primeros compartían la influencia de las bandas sonoras, el jazz y una idea del sonido electrónico más destinado a la evocación que a la pista de baile. Con los segundos hubo una clara filiación a raíz de compartir mánager (Martin Pike) y sello (Duophonic, que publicó en 1996 su primer EP, “The Book Lovers”), además de conectar en su espíritu retrofuturista. Sin embargo, pienso que estaban más cerca de Saint Etienne, especialmente de sus trabajos más experimentales y evocadores, y también del modo de cantar de Sarah Cracknell. Además, aunque su sonido fuese diferente, su espíritu era muy cercano al de grupos minoritarios pero adorados por la crítica especializada como Pram, Disco Inferno, Laika, Moonshake, Seefeel o Boards Of Canada.