Son muchas las leyendas que rodean a Michael Jackson. Una de las más repetidas es la que tiene que ver con su orientación sexual. Algunos periodistas pasaron años insistiendo en que al artista no le gustaban las mujeres. Curiosamente solían ser los mismos que relacionan homosexualidad y pederastia y se empeñaban en tacharlo de abusador sexual de menores, pese a que nunca fue condenado por este asunto. En cualquier caso, Michael siempre aseguró ser heterosexual, y no hay una sola prueba que permita sostener lo contrario. De hecho, varios de sus colaboradores han contado cómo llevaban y traían a las novias del rey del pop en secreto, para que los paparazzi no las persiguieran. Y la propia Lisa Marie Presley, hija de Elvis, comentó que su matrimonio de dos años con Michael no fue algo ficticio. “Michael Jackson era muy bueno en la cama y besaba de maravilla”, llegó a confesar Presley, que se separó de él en mayo del 96 porque el artista ansiaba tener hijos y ella no estaba por la labor de quedarse embarazada. Ese mismo año, él empezó a salir con una enfermera treintañera de nombre Debbie Rowe.

Hija adoptiva de un matrimonio millonario de Malibú, la joven era natural de Washington (Estados Unidos), donde cursó sus estudios de enfermería. En 1982 se casó con un profesor de instituto judío del que se divorció al cabo de seis años. Conoció a Michael en esa misma década, mientras trabajaba en una clínica dermatológica de Los Ángeles con el doctor Arnold Klein, quien se hizo famoso por tratar su vitíligo, enfermedad responsable de la despigmentación de la piel. Desde el principio, Debbie entabló una relación de confianza con el cantante, al que se ofreció a dar hijos cuando este le habló de su anhelo de ser padre. Enseguida fue inseminada artificialmente y, en noviembre de 1996, celebraron su boda en un hotel de Sídney (Australia). Luego regresaron a Los Ángeles para retomar su rutina, pero nunca vivieron como marido y mujer. Apenas tres meses después del enlace dieron la bienvenida a su primer hijo, Prince, y al siguiente año tuvieron a la segunda, Paris.

«Tuve muchos problemas cuando estaba embarazada de Paris. Después no pude tener más hijos. Michael se enfadó por eso, no podía entenderlo. Quería más bebés», contó una vez Debbie, quien en octubre de 1999 solicitó el divorcio y aceptó un pago de algo más de cuatro millones de dólares durante nueve años a cambio de renunciar a la custodia de los niños. El acuerdo de divorcio original le permitía una visita cada 45 días, aunque más tarde ella misma solicitó al tribunal que pusiera fin a su patria potestad, alegando que era lo mejor para los pequeños. Después de este divorcio, Michael grabó el que sería su último álbum de estudio en solitario, Invincible, publicado en otoño de 2001. Según recuerda Pablo Rodríguez Lago en su libro de investigación Volviendo a Neverland, la campaña promocional de ese trabajo “brilló por su ausencia” pese a que Michael había firmado un contrato de veinticinco millones de dólares con Sony Music, y el álbum “pasó a la historia como el menos relevante de toda su etapa adulta desde Off The Wall, si bien llegó al puesto número uno en las listas de once países, vendió más de quince millones de copias y le otorgó a Jackson otra nominación a los premios Grammy en la categoría de mejor interpretación vocal pop masculina”. El autor añade que la imagen del cantante estaba entonces por los suelos y en varias apariciones públicas de la época se le vio desmejorado físicamente, “probablemente debido a los cambios estéticos, a sus enfermedades, a las posibles adicciones y al desgaste emocional que le causaban los oscuros rumores de los que el cantante nunca lograba desprenderse”.

Jackson con su hijo Prince Michael Jr. en Munich.

Jackson con su hijo Prince Michael Jr. en Munich. / EPA PHOTO/DPA

A principios de 2002, por recomendación de su amigo Uri Geller, el artista accedió a dejarse entrevistar por el periodista británico Martin Bashir, quien supuestamente quería mostrar de la manera más fiel posible su estilo de vida a través de una especie de documental titulado Living with Michael Jackson. Durante la filmación, el artista dio la bienvenida a su tercer hijo, Prince Michael Jackson II, junto a una mujer de identidad desconocida que se prestó a ejercer como madre de alquiler. En aquellos meses Bashir también pudo conocer a Prince y Paris, que solían ir cubiertos por una máscara para proteger su imagen frente a los medios cuando aparecían en público con su padre. “Michael quiere evitar con esto que pasen por lo mismo que pasa él”, explica Rodríguez Lago, “y que los fotógrafos y paparazzi no puedan grabarlos sin su permiso o sacarles fotografías con las que luego tengan la posibilidad de crear noticias falsas en los tabloides. Era una medida de protección tan diferente y llamativa como efectiva”. Pero la verdadera intención de Bashir no era otra que ofrecer una visión morbosa del excéntrico artista, que en su documental quedaba retratado como un hombre infantiloide al que le gustaba acostarse con niños, pese a que nunca afirmó que le gustara compartir su cama con críos ni invitó a ninguno a su habitación.

A raíz de la emisión de Living with Michael Jackson, un niño de trece años llamado Gavin Arvizo salió en los medios acusando al cantante de haber abusado sexualmente de él. Era el segundo chaval que denunciaba algo así. En el caso del primero, un tal Jordan Chandler, quedó probado que su familia se inventó aquella historia con el único propósito de extorsionar al cantante (que les acabó pagando veinte millones de dólares en un acuerdo extrajudicial para no prolongar la pesadilla de una acusación falsa). Con Gavin sí que hubo juicio, en 2005, aunque en él se demostró que el acusador mintió deliberadamente y Michael fue declarado inocente de todos los cargos que se le imputaron. “Debbie Rowe fue llamada por la fiscalía en ese juicio”, comenta a este diario Rodríguez Lago. “Se supone que Thomas Sneddon la llamó con la intención de que favoreciera su caso y perjudicase la imagen de Michael, pero lo primero que hizo ella en cuanto subió al estrado fue identificarse inesperadamente como Debbie Rowe Jackson, y defendió absolutamente a Michael”. Entre muchas otras cosas dijo que jamás se habría casado con un pedófilo, y describió al cantante como un hombre “generoso hasta decir basta, buen padre y genial con los niños. Alguien que pone a los demás por delante de sí mismo y que es un brillante hombre de negocios».

Después de aquella convulsa etapa, Debbie concedió alguna que otra entrevista para aclarar, entre otras cosas, la razón por la que dejó de ver a Prince y Paris después de su sonado divorcio. «El hecho de dar a luz, de dejar embarazada a una persona, no te da automáticamente el título de madre o padre”, señaló. “El título te lo ganas. Mis hijos no me llaman mamá porque yo no quiero. Son los hijos de Michael. No es que no sean mis hijos, pero los tuve porque quería que fuera padre”. Frente a otro periodista afirmó que, a pesar de la ruptura, Michael y ella siempre se llevaron bien. Prueba de ello es que seguía mostrando una gran lealtad al cantante cuando este falleció en junio de 2009, como consecuencia de una sobredosis de sedantes. “Solo me divorcié de él porque quería recuperar mi vida. No podía soportar la presión constante de la fama. Él es el genio, el famoso. Yo no. He tenido dos hijos guapos, pero no sé cantar ni bailar».

Tras romper con Michael, la dermatóloga siguió viviendo en la mansión de Beverly Hills que el interfecto le regaló como parte de su acuerdo, y estudió en una universidad online para obtener títulos en derecho penal y psicología. Con el tiempo lo vendió todo y se mudó a una casa estilo rancho en la ciudad de Palmdale, a cien kilómetros de Los Ángeles. Aunque la paz y tranquilidad que acabó encontrando allí se vieron enturbiadas por una serie de pleitos con medios y amigos traidores. Uno de ellos tuvo como protagonista a Rebecca White, una conocida suya que dio una entrevista televisiva asegurando que Debbie no quería la custodia de sus hijos y que solo buscaba dinero. La dermatóloga la demandó por difamación, invasión de la privacidad y daño emocional, y un juez de Los Ángeles dictó sentencia a su favor por 27 mil dólares.

Debbie Rowe, a su llegada al juzgado de Santa Bárbara (California) donde se celebraba el juicio contra el cantante acusado de pederastia.

Debbie Rowe, a su llegada al juzgado de Santa Bárbara (California) donde se celebraba el juicio contra el cantante acusado de pederastia. / Aaron Lambert – Pool – EFE

En otra ocasión, Debbie interpuso una demanda contra el tabloide británico News of the World por publicar una falsa entrevista con ella en la que decía cosas como que el esperma que usó en su día no era de Michael y que había recibido dinero por quedarse embarazada. Como explica uno de los biógrafos del artista, “el abogado de ella dijo públicamente que la entrevista era falsa y que nunca ocurrió, y el artículo fue retirado. En paralelo, el abogado envió cartas de desmentido a otros medios (como el New York Post) que habían publicado notas insinuando acuerdos financieros por la custodia. Con toda esta presión legal, Debbie consiguió que el tabloide se retractara, retirara el artículo y quedara claro que ella negaba esas frases. También demandó a The Sun por publicar que ella había descrito a Michael Jackson como un mal padre y que no quería a sus hijos, algo que negó rotundamente”.

Hace un tiempo, la estadounidense mantuvo un largo romance con Marc Schaffel, un antiguo socio de Michael al que este despidió después de que saliera a la luz su pasado como productor de cine porno gay. Y en verano de 2016 le fue diagnosticado un cáncer de mama. Durante su tratamiento con quimioterapia, Paris Jackson compartió en sus redes una imagen en la que aparecía apoyando a su madre, que también fue vista en alguno de los conciertos de la joven, lo que da fe de que ambas habían decidido retomar la relación. Tanto Paris como su hermano Prince han confesado que consideran “una amiga” a Debbie, quien a sus 66 años maneja un perfil bajo y en la última imagen que hemos visto de ella, publicada por Dailymail el pasado mes de abril, luce arrugas marcadas y un aspecto demacrado, seguramente como consecuencia de la enfermedad y los disgustos que superó.