Arquitectura & DiseñoPor Mario Canal
Nacidas como utopías futuristas, las casas con forma de cápsula están resurgiendo hoy en clave turística, hotelera y experimental. ¿Una opción habitacional seria o una filfa más producto del marketing y nuestra imaginación?
¿Cápsulas espaciales para revertir el problema de la vivienda? Suena a ciencia ficción, más allá de la estética decididamente futurista de los módulos que Capsule Castle ha puesto en el mercado. La propuesta de esta empresa china en principio tampoco busca ofrecer una alternativa habitacional convencional, ni salvar el planeta. Más bien, transformar los campings y proyectos hoteleros en un lugar más divertido; aunque también ofrecer una alternativa, aunque sea temporal, a la escasez de vivienda.
En una de las imágenes promocionales que utiliza la empresa para promocionar el producto, de hecho, se puede apreciar la cúpula geodésica en la azotea de un edificio de apartamentos. La idea de parasitar construcciones precedentes para implantar viviendas no es nueva. Pero podría enraizar ahora que los urbanistas plantean seriamente reciclar las ciudades para que continúen creciendo. Conceptos como “injerto arquitectónico”, “acupuntura urbana”, “intensificación de infraestructuras” y “multiplicación de usos arquitectónicos” resultan atractivos cuando se trata de reinventar una ciudad en crisis.
En 1970, en plena euforia tecnológica del Japón de posguerra, Kisho Kurokawa lanzó su Capsule Declaration, un manifiesto que rompía con la idea moderna de la arquitectura como algo estable y eterno. Según el nipón, la ciudad debía pensarse como un organismo en continua mutación. “La cápsula es la célula básica de la arquitectura contemporánea”, escribió, subrayando que las viviendas podían fabricarse en serie, transportarse en camiones y encajarse en grandes marcos estructurales como piezas de Lego.
El MOMA de Nueva York acoge este año una exposición sobre uno de los edificios que bajo esta filosofía construyó Kurokawa, la Nakagin Capsule Tower, que marcó una época histórica que miraba al futuro y fue demolido en 2020, tras un intenso debate sobre si debía salvarse, ya que constituía el ejemplo más importante de arquitectura metabólica. Un movimiento que veía la ciudad como un organismo cuyo flujo debía facilitarse mediante construcciones efímeras o modificables. Probablemente, este sea el edificio que más se haya acercado a la estética futurista de Blade Runner.
El modelo de la Torre Nakagin era doble: por un lado, un esqueleto permanente, el spaceframe, pensado para durar un siglo; por otro, cápsulas reemplazables con un ciclo vital de apenas veinte años. “La arquitectura debe asumir distintos tiempos de vida: el de la estructura, el de las instalaciones y el de la unidad habitable”, señalaba anticipando conceptos de economía circular mucho antes de que existiera el término. Inspirado en la noción budista de mujo (impermanencia), Kurokawa defendía que las ciudades debían metabolizarse como organismos vivos, capaces de absorber nuevas tecnologías y desechar las obsoletas sin destruir el conjunto.
Durante los casi cincuenta años que la Nakagin estuvo en pie, hasta 2020, se sucedieron en ella diferentes generaciones de habitantes: desde los orgullosos pioneros, hasta los más jóvenes y amantes de la arquitectura, que buscaron salvarla de la ruina, pasando por aquellos que en la época más baja de popularidad del edificio no tenían otro sitio en el que vivir que en ese bloque desfasado. Nada pudo evitar que las cápsulas interiores, que nunca fueron actualizadas, convirtieran la torre en una joya del pasado.
Un futuro imperfecto
En 1968, un arquitecto finlandés llamado Matti Suuronen dibujó un ovni para vivir en pleno auge de la carrera espacial. La llamó Futuro House y parecía un anticipo de cómo sería habitar el mañana. Los módulos de Capsule Castle recuerdan esta iniciativa, sobre todo por la elevación sobre pilotes metálicos y escalerilla abatible. Si los de Suuronen eran de fibra de vidrio y plástico reforzado, con ocho metros de diámetro, el modelo chino es de aluminio con revestimiento interior de madera y tiene dos metros menos. Respecto al exterior, en lugar de una cápsula elíptica que recuerda la forma de un ovni, Castle ha elegido una cúpula geodésica, al estilo del también futurista Buckminster Fuller.
La idea de Futuro House surgió de una necesidad práctica y ociosa: un cliente de Suuronen quería una cabaña de esquí ligera y fácil de montar en un terreno montañoso. El arquitecto, fascinado por las nuevas posibilidades del plástico, diseñó una vivienda que podía transportarse en helicóptero, montarse en pocas horas y soportar temperaturas extremas. El ready-to-live elevado a la máxima potencia.
La realidad fue menos entusiasta. Aunque se fabricaron unas 100 unidades entre finales de los sesenta y mediados de los setenta, la crisis del petróleo encareció la producción de plásticos y la Futuro quedó relegada a rareza. Muchas fueron abandonadas y pueblan hoy las redes sociales actualizando la fascinación de sus formas. Otras, reconvertidas en bares de carretera, casetas de playa o salas de juegos, construyen una memoria de la frustración y también del absurdo humano de querer avanzar el futuro a toda costa.
Tampoco cuajaron las viviendas Bolwoningen, las famosas unidades habitacionales esféricas de los Países Bajos. En 1984, el arquitecto holandés Dries Kreijkamp levantó en la ciudad de Den Bosch un conjunto experimental de 50 viviendas, conocidas como Bolwoningen o “casas bola”. La idea era similar a la de Matti Suuronen con su Futuro: explorar una forma radical de habitar basada en geometrías simples, prefabricación rápida –hormigón en este caso– y bajo coste.
Al igual que con la Futuro, inspirada por la exploración espacial de la NASA, el proyecto de las bolas tuvo y tiene una gran repercusión mediática, pero poco recorrido. La distribución interior resultaba imposible para una vida cotidiana estándar porque los muebles convencionales no encajaban, los espacios eran reducidos y las ventanas pequeñas limitaban la luz. Algunas se siguen utilizando, sobre todo por estudiantes o gente atraída por lo alternativo y la arquitectura experimental, pero nunca se replicaron ni se extendió el modelo. El mismo Kreijkamp, hasta su muerte en 2014, siguió defendiendo la validez de la esfera como arquetipo ecológico y universal, aunque reconocía que el mercado y la Administración nunca acompañaron su utopía. La Capsule Castle, sigue esta filosofía.
Arquitectura prefabricada
Una arquitectura cada vez más interesada por la huella ecológica y la posibilidad de adaptarse a las necesidades urbanísticas y sociales apunta hacia lo prefabricado, hacia el desarrollo controlado en fábrica previa a la instalación modular en el lugar deseado. Las cúpulas de Castle se alinean con esta fórmula y además pueden ofrecer una imagen atractiva invitando, como lo hicieron sus antepasados, a mirar un futuro capaz de asimilar las necesidades del presente. Pero, antes que nada, deben convencer con su calidad.
El mercado ofrece una abanico considerable de módulos prefabricados así como de las llamadas tiny houses que se venden como estructuras interesantes para proyectos hoteleros –en España deben tener un mínimo de 38m2 para ser consideradas viviendas–. Pero no es oro todo lo que reluce, sobre todo si viene de la dictadura China, donde los controles de calidad son reguleros. Aunque la empresa Castle Capsule muestra de refilón en sus vídeos un montón de certificados que asegurarían su calidad estructural y de montaje, el meme de Aliexpress tiene más credibilidad.
Las cápsulas vuelven una y otra vez porque condensan un deseo persistente: habitar de manera flexible en un mundo que cambia demasiado rápido para soportar arquitecturas rígidas. La Nakagin, la Futuro y las Bolwoningen fracasaron como modelos de vivienda, aunque dejaron tras de sí la intuición de que lo esencial no era la forma futurista sino la posibilidad de desmontar, reemplazar y mutar. Esa misma tensión aparece hoy en las cúpulas chinas y en los proyectos europeos que las reinterpretan desde lo turístico o lo experimental. El reto ya no es soñar con ciudades espaciales, sino demostrar si la arquitectura prefabricada puede ser algo más que una imagen de ciencia ficción: una herramienta real para transformar la vida cotidiana.