La visión parece ser cósmica. El mundo observado desde algún tipo de estación espacial aparece frente a nuestra vista. Mientras los planos se acercan cada vez más al planeta Tierra, de fondo se escucha a Mercedes Sosa interpretando el Kyrie que abre La misa criolla, de Ariel Ramírez. Lo bíblico e inmenso se transforma en humano y cotidiano cuando la cámara desciende sobre una canchita de fútbol en medio del territorio habitado por la comunidad indígena de Chuschagasta, en Tucumán, el norte argentino, y se posa en el rostro de una mujer, serena, que observa.

No está en los planes de Lucrecia Martel hacer una película mística a lo Terrence Malick, pero sí dar cuenta, a partir de ese contraste entre la inmensidad y lo íntimo, entre lo global y lo particular, cómo una cierta lógica que recorre al mundo entero tiene su eco local y lo ha tenido desde hace siglos. NUESTRA TIERRA es el estudio de un caso –el del crimen del cacique tucumano Javier Chocobar–, pero también es una reflexión sobre la lógica histórica, capitalista, que ha ido desplazando de sus tierras a sus habitantes originarios. O, como en este caso, cuestionando su propiedad sobre la pequeña pieza del mundo que consideran propia.

El caso –y el juicio oral y público– que Martel sigue bien podría haber sido filmado con una lógica informativa, televisiva. Pero la realizadora de LA CIENAGA ha entendido que el caso específico no solo es impactante por lo que sucede en sí mismo sino por lo que revela en cuanto a lógica constitutiva de una nación y de un sistema de ideas y de propiedad de la tierra. Esto no quiere decir que NUESTRA TIERRA sea solamente una reflexión política, filosófica e histórica sino un drama humano que sucede en el aquí y ahora en el que se reflejan todos esos lazos problemáticos que vienen desde hace siglos.

Javier Chocobar fue asesinado en 2009 en su comunidad de Chuschagasta cuando tres personas, que en disputados papeles legales decían ser los dueños de esas tierras y buscaban explotarlas para la minería, se presentaron en el lugar, se enredaron en una trifulca con los habitantes originales del lugar y brutalmente les dispararon, matando a uno de ellos. La escena fue grabada, en parte, en video por los propios responsables, y es reconstruida algunas veces como parte del juicio que se les llevó a cabo en Tucumán recién en 2018.

El específico drama legal/policial será el eje del relato, el que irá avanzando de un modo que es propio a este tipo de relatos: acusaciones, defensas, reconstrucciones, careos, alegatos y cruces varios. Y Martel filmará todo lo transcurrido en esos escenarios poniendo el ojo y el oído en los detalles, las conversaciones privadas, los cruces de miradas, esas cosas que suceden muchas veces detrás de escena. Pero también permitirá escuchar a los acusados (Darío Amín, Luis González y Humberto Valdiviezo), a sus abogados y a los testigos y familiares de Javier, algunos de los cuales fueron heridos en esa tensa situación.

En paralelo a ese hilo narrativo, Martel indagará en la historia de esa comunidad, en las vidas de sus miembros –sus migraciones, sus dificultades, sus luchas, sus recuerdos– y en la constante lucha que han tenido, antes y después de la muerte de Javier, para que sean reconocidos sus derechos sobre las tierras en las que nacieron y hoy habitan. Esas historias humanas, narradas en muchos casos a través de fotografías, se irán cruzando con una perspectiva histórica que irá analizando lo que pasó con esos territorios a través de los siglos y cómo todo el sistema político, económico y administrativo ha funcionado en conjunto para despojarlos de sus tierras.

NUESTRA TIERRA sorprende por algunas ingeniosas elecciones formales, muchas de ellas ligadas a un curioso –entre épico y simpático– uso de los drones, que sirven para poner en contexto el espacio en disputa y también para marcar algunos detalles específicos que merecen ser tenidos en cuenta. Y quizás sorprenda también por la inteligente manera en la que Martel decide darle bastante espacio a los acusados y a sus abogados defensores para que expongan sus razones, entendiendo que no hace falta comentarlas ni disputarlas ni corregirlas, ya que se desnudan solas en su propia lógica brutal, condescendiente y racista, no casualmente conectadas con lo más turbio de la historia de esa provincia.

Martel ha optado, inteligentemente, por ofrecer un film claro, abierto, alejado de la estilización creciente hacia la que parecía moverse su carrera con el correr de sus películas, en especial en ZAMA. No porque otras opciones sean criticables ni mucho menos, pero al alejarse casi de cualquier zona experimental lo que consigue es un film que es a la vez humano, emotivo y sensible sin dejar de ser creativo, original y muy propio y personal.

La magia, como siempre, está en los detalles que captura, en la manera en la que la viuda de Chocobar se convierte en la protagonista al contar la historia de su marido mostrando fotos de su vida y hablando de sus recuerdos familiares y comunitarios, y en el modo en el que el coro de voces de la comunidad chuscha va entrelazando la historia de las migraciones internas en la Argentina y las consecuencias de las distintas crisis económicas que acechan al país desde hace medio siglo. A eso hay que sumarle los aportes históricos, que suman a la hora de comprender la situación de los pueblos originarios a lo largo de los siglos.

Y si bien Martel se aleja, por suerte, de cualquier cosa que pueda parecerse a un true crime de plataforma, el peso dramático del caso y del juicio es potente como muestra de una brutalidad y un racismo que se perpetúa hasta la actualidad. Tomando en cuenta que la mayoría de lo que se filmó ahí fue en 2018, es dable pensar que de entonces a ahora –especialmente en función de quienes gobiernan el país en 2025– todo ha ido empeorando y que hoy ya ninguno de estos personajes siente la necesidad de disimular lo que realmente piensa. En ese sentido, también, la meridiana y generosa claridad que tiene NUESTRA TIERRA se hace valiosa, porque expresa de una manera reposada pero también urgente el punto de vista de comunidades que jamás han sido realmente escuchadas.