El arquitecto Luca Baldazzi crea una casa rosa con patio en la que vivir junto a su fiel compañera
«Para ir de un espacio a otro siempre hay que salir fuera, esta era una de las razones por las que el edificio llevaba años sin venderse. Nadie quería ir a verlo. En cambio, yo me enamoré del concepto», nos cuenta el arquitecto Luca Baldazzi sobre esta casa rosa en Carovigno (Apulia, Italia). Quién le hubiera dicho a él que aquí, en una casa abandonada hacia tiempo, acabaría encontrando el hogar de sus sueños. «Es grande, de unos 150 m2 y otros tantos entre jardines y terrazas. Pero se vive como en una pequeña», apunta. Ni corto ni perezoso, el creativo intervino en la distribución de las habitaciones —que funcionan como un archipiélago de pequeños espacios separados, con su propia función y autonomía—, siempre buscando la sensación de plenitud: «Se trata, en definitiva, de un hogar donde los espacios exteriores e interiores se conectan gracias al mobiliario y la decoración: las mismas luces en el salón, la alfombra del porche… Primero encontramos el comedor y la cocina, luego, para llegar al salón, hay que atravesar al patio, junto a él hay un jardín, estoy prácticamente rodeado de vegetación«, dice.
En la pared Preocupaciones alfabéticas de Adam Lupton, debajo una silla Butterfly de Knoll. Pegada a la pared se encuentra una lámpara de mesa de Isamu Noguchi.
© Paolo Abate
La piscina exterior estaba revestida de azulejos verdes, de la marca española Ferrés, que reflejan el color de la vegetación.
© Paolo Abate
En el salón, en primer plano, hay un sofá Sesann, de Tacchini y una lámpara Chiara Grande, de Mario Bellini.
Lagilda
Lo que ahora es un hogar íntimo y acogedor fue en su día una casa abandonada: «La zona de estar solía ser el garaje de la antigua propietaria, mientras que el vestíbulo era el establo para los animales. En la planta de arriba había un pequeño recibidor, un dormitorio, una cocina y un cuarto de baño. La escalera ocupaba prácticamente todo el patio y debajo había un gallinero. Lo cambié todo», explica el arquitecto. La vivienda tiene ahora un nombre (y una dueña y señora): Lagilda. “Durante el último año he dedicado menos tiempo del debido a mis amigos y a mi perra, Gilda. Por eso quería que todos mis seres queridos disfrutaran siempre de lo que había creado. Una noche un poco triste, (Gilda había tenido un problema de salud y pensé que ella tendría menos tiempo conmigo), decidí que llamaría a la casa con su nombre. De ahí pasó a ser Lagilda. Al fin y al cabo, muchos de los espacios se crearon a partir de sus costumbres, desde la caseta junto a la cama, a la alfombra exterior donde le gusta tomar el sol”, explica el arquitecto.