Hacía años, casi una eternidad, que Gus Van Sant no regalaba a la cinefilia una obra tan estimulante como ‘Dead Man’s Wire’. Habría que remontarse a los tiempos de ‘Paranoid Park’ (2007) o ‘Mi nombre es Harvey Milk’ (2008) para encontrar una película en la que Van Sant exhibiera con tanto entusiasmo su talento para hermanar un tema y una estética. En ‘Dead Man’s Wire’, el tema central es la lucha de clases, diseccionada a través de la peripecia, basada en hechos reales, de Tony Kiritsis, al que da vida un histriónico y aguerrido Bill Skarsgård. Este hombre común de Indianápolis, aspirante a empresario, decidió un día de febrero de 1977 que se había cansado de soportar las tretas financieras de una compañía de préstamos dirigida por un padre (sibilino Al Pacino) y un hijo (Dacre Montgomery, a la altura de sus compañeros de reparto). Con un fusil escondido en una caja, Kiritsis tomó como rehén al hijo y sometió al patriarca, el director de la compañía, a un pressing brutal. ¿Sus condiciones? Una promesa de inmunidad, una compensación económica, y por encima de todo una disculpa de parte de los despiadados empresarios, padre e hijo, que habían conspirado para boicotear un prometedor proyecto económico de Kiritsis.

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‘Mi nombre es Harvey Milk’ (2008) y ‘Paranoid Park’ (2007)

El planteamiento no podría ser más sencillo, casi dicotómico, pero Van Sant convierte esta lucha entre un David proletario –aunque más yanqui que nadie en su fe en el sueño americano– y un Goliat capitalista en un deslumbrante y nostálgico festín audiovisual. Recuperando el vigor estético de sus colaboraciones con el director de fotografía Harris Savides, fallecido en el año 2012, Van Sant combina una puesta en escena eléctrica, deudora de los thrillers urbanos de los años 70, y un gusto por los trucajes visuales, de las pantallas partidas a los juegos con la luz artificial (días que se hacen noches, realidades que se convierten en sueños). Impulsada por este espíritu heterodoxo y juguetón, la película camina decidida hacia un estado de tensión explosivo, con Kiritsis dispuesto a llegar hasta el final para lograr la restitución de su dignidad. El mayor problema para la consecución de este objetivo es la inhumanidad del director de la empresa (Pacino), que se resistirá a colaborar en el proceso, aun cuando Kiritsis, el secuestrador, tiene al hijo del magnate encañonado con su imponente rifle. Esta parte de la trama remite a la inolvidable ‘El infierno del odio’ (1963) de Akira Kurosawa, en la que un empresario de éxito se mostraba reticente a pagar el rescate del hijo de su principal socio.

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Pero, más allá de Kurosawa, ‘Dead Man’s Wire’ tiene como principal referente el cine de Sidney Lumet. De algún modo, la película combina el efecto olla a presión de ‘Tarde de perros’ (1975), el carismático mojode Serpico (1973) y la capacidad de invocar el colapso social de ‘Network, un mundo implacable’ (1976). De hecho, desde el principio del film, Van Sant opta por utilizar, como personajes secundarios, a un grupo de periodistas televisivos que se lanzan a la caza de la noticia. Este gancho narrativo permite al director de ‘El indomable Will Hunting’ recurrir al formato vídeo en su versión más primitiva, y también sirve de antesala a los episodios más esperpénticos de la película, cuando la policía permite al secuestrador emplear los medios televisivos para expresar sus anhelos. Por momentos, la trama alcanza cotas esperpénticas, y Van Sant no tiene problema a la hora de convertir el absurdo en puro humor negro. Todo esto convierte ‘Dead Man’s Wire’ en un entretenimiento de primer orden, un thriller aventurero, con guiños al género del western –el encierro del secuestrador y su víctima remite a ‘Rio Bravo’–, que termina poniendo de manifiesto la fascinación que generan en el pueblo americano los circos mediáticos cargados de violencia.

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Resulta emocionante ver a Van Sant volviendo a su mejor forma, y todavía más verle totalmente comprometido con las exigencias de su protagonista. Hay algo brutalmente subversivo en la idea de una película que se pone del lado de un hombre que lucha con medios violentos contra la arrogancia y mezquindad de los poderosos. Es realmente inusual encontrar un film estadounidense capaz de celebrar con alegría la batalla de los olvidados contra los poderosos, más aún si se trata de una película basada en hechos reales –de hecho, no es raro que la odisea justiciera de Kiritsis haya quedado enterrada en la trastienda de la historia americana–. Hay que remitirse a una película como ‘Newton Boys’ (1998) de Richard Linklater para encontrar un film popular, histórico y de género capaz de elevar a la categoría de héroe del pueblo a una figura criminal. Hasta ahí llega la transgresión de Van Sant, que con ‘Dead Man’s Wire’ nos permite volver a reivindicar a uno de los mejores representantes del cine indie.

Para celebrar la fuerza transgresora del cine de género

Lo mejor: Un tercer acto que sublima los postulados políticos y estéticos de los dos primeros.

Lo peor: Que la película pueda ser tomada por un simple thriller criminal de aroma vintage.

Ficha técnica

Dirección: Gus Van Sant Guion: Austin Kolodney Reparto: Bill Skarsgård, Dacre Montgomery, Colman Domingo, Al Pacino, Cary Elwes Myha’la País: Estados Unidos Fecha de estreno: Preestreno Festival de Venecia 2025 Género: Thriller. Drama Duración: 104 min.

Sinopsis: Recrea la historia real del secuestro de 1977 que convirtió a Tony Kiritsis, un aspirante a empresario de Indianápolis, en un excéntrico héroe popular proscrito.

Headshot of Manu Yáñez

Manu Yáñez es periodista y crítico de cine y está especializado en cine de autor, en su acepción más amplia. De chaval, tenía las paredes de su habitación engalanadas con pósteres de ‘Star Wars: Una nueva esperanza’ de George Lucas y ‘Regreso a Howards End’ de James Ivory, mientras que hoy decora su apartamento con afiches de los festivales de Cannes y Venecia, a los que acude desde 2003. De hecho, su pasión por la crónica de festivales le cambió la vida cuando, en 2005, recibió el encargo de cubrir la Mostra italiana para la revista Fotogramas. Desde entonces, ha podido entrevistar, siempre para “La primera revista de cine”, a mitos como Clint Eastwood, Martin Scorsese, Angelina Jolie, Quentin Tarantino y Timotheé Chalamet, entre otros.

Manu es Ingeniero Industrial por la Universitat Politécnica de Catalunya, además de Máster en Estudios de Cine y doctorando en Comunicación por la Universitat Pompeu Fabra. Además de sus críticas, crónicas y entrevistas para Fotogramas, publica en El Cultural, el Diari Ara, Otros Cines Europa (escribiendo y conduciendo el podcast de la web), la revista neoyorkina Film Comment y la colombiana Kinetoscopio, entre otros medios. En 2012, publicó la antología crítica ‘La mirada americana: 50 años de Film Comment’ y ha participado en monografías sobre Claire Denis, Paul Schrader o R.W. Fassbinder, entre otros. Además de escribir, comparte su pasión cinéfila con los alumnos y alumnas de las asignaturas de Análisis Fílmico de la ESCAC, la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Es miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y la Escritura Cinematográfica) y de FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), y ha sido jurado en los festivales de Mar del Plata, Linz, Gijón, Sitges y el DocsBarcelona, entre otros. 

En el ámbito de la crítica, sus dioses son Manny Farber, Jonathan Rosenbaum y Kent Jones. Sus directores favoritos, de entre los vivos, son Richard Linklater, Terence Davies y Apichatpong Weerasethakul, y su pudiera revivir a otros tres serían Yasujirō Ozu, John Cassavetes y Pier Paolo Pasolini. Es un culé empedernido, está enamorado de Laura desde los seis años, y es el padre de Gala y Pau.