Dave Rotten para Jot Down

Cualquiera podía estar al tanto de lo que se cocía en el metal extremo internacional si había tenido la oportunidad de entrar en contacto con el circuito de tape trading e intercambio postal. El problema es que eso no era tan fácil. En mi caso, se produjo por un flyer de Visceral Evisceration en un LP de Systematic Marsmurder comprado en Hard Vinyl. Ese disco no había llegado ahí por azar, lo había traído Dave Rotten (Madrid, 1969), que se encargaba del catálogo extremo de esa tienda.

Al principio de los noventa, parecía que así iba a sonar el metal de la nueva década, pero agotado el primer impulso de la hornada inicial (Deicide, Obituary, Morbid Angel, Death…), el mercado se lo comió el power metal, el groove metal y el nu metal. Eso no quería decir que lo extremo estuviese muerto. En esa etapa era el espacio metalero con más margen para la experimentación y para desafiar los límites. La tienda de Dave Rotten, Repulse Records, nos trajo todo aquel material al mismo tiempo que era publicado en su país. No hay palabras para agradecérselo ni para explicar lo que nos supuso a los adolescentes que nos enganchamos a su catalozine. Fue una auténtica revolución en la mente.

Al mismo tiempo, Rotten lidera los incombustibles Avulsed, fue promotor de las primeras visitas de estos grupos a España y todavía, pasados los años, sigue editando música en un contexto muy desfavorable. Ya no es que todo se exija gratis, sino que la economía de la atención ni siquiera permite que los oyentes no se queden solo en lo superficial. Nos encontramos en un centro comercial y se nos hace de noche hablando…

Han pasado unos treinta y cinco años desde que empezaste con Avulsed, con los sellos, etc. Cuando echas la vista atrás y ves todo este legado y que has dedicado toda tu vida al metal extremo, que empezó como un entretenimiento juvenil, ¿cómo te sientes?

Lo siento muy cercano. Recuerdo mis inicios como si hubiera sido hace poco.

¿Cómo fueron?

Empecé gracias a un tío mío que no era heavy. Tenía una casete de W.A.S.P. y otra de Twisted Sister que le habían dado en el colegio. Vivía en Madrid con nosotros mientras estudiaba y, un día, me las dio porque a él no le interesaban. Las escuché y me engancharon. Yo entonces no sabía ni lo que era el heavy metal. De niño había visto por televisión a Barón Rojo y otros grupos, pero no tenía conciencia de lo que era el estilo. Escuchaba lo que ponían. Fue a los quince años, con esas cintas, cuando empecé a indagar.

¿En qué momento comenzaste a relacionarte con otros aficionados?

En el instituto me junté con dos o tres compañeros que compartían la misma afición. Empezamos con el heavy y, más tarde, pasamos al thrash. Primero me compré el Killers de Iron Maiden mientras preparaba unas oposiciones para el Ejército, en el centro de Madrid. En mis ratos libres bajaba a la tienda La Metralleta a mirar discos. Cuando reuní unas 350 pesetas, lo compré por la portada.

Después, en El Rastro, se vendían muchas cintas piratas, a menudo grabadas de discos importados de Inglaterra. Gracias a eso descubrí grupos más cañeros: Metallica, Possessed, Celtic Frost, Slayer… siempre buscando lo más extremo. Lo más cañero era lo que más me llamaba. Escuchaba rock y hard rock, que me siguen gustando, pero con diecisiete años ya buscaba lo más extremo posible.

Hablabas de un disco de Exorcist que encontraste en el Rastro.

Sí, Nightmare Theatre. Me impactó. Recuerdo escucharlo tirado en la cama, con esas intros tan satánicas, y decía: «joder, qué oscuro es esto, ¿me estaré metiendo en un rollo raro?». Las introducciones, los interludios… Esto lo había montado David DeFeis, el de Virgin Steele, tenía su propio estudio y montó este grupo encubierto.

En Europa, muchos hablan de Celtic Frost y Hellhammer como un punto de partida iniciático. ¿Fue tu caso?

Sí. Escuché sus primeros EP de Hellhammer y temas como «Danse Macabre», instrumental con sus campanas y gemidos, también era algo muy tétrico, que si lo escuchas con las luces apagadas, con quince años, te flipabas.

¿Cómo entraste en el thrash?

Con Exodus, Death Angel, Testament y, en Europa, con Kreator, Sodom, Onslaught. Entre el thrash americano y el europeo hubo un gran auge hacia 1986 y empezó a pegar fuerte. En el 87 ya estaban saliendo grupos como setas, pero en España siempre hemos ido tarde. Las cosas no llegaban un año más tarde, sino varios. El thrash llegó cuando ya estaba asentado y casi superado.

Aparte, en Suecia o Finlandia a los niños se los apoyaba desde las escuelas con instrumentos, locales gratuitos y conciertos. Desde pequeños les inculcan la música. Aquí no, aquí había que pagarlo todo: alquiler de locales, instrumentos, organización de conciertos, buscar salas. Además, los medios nunca apostaron por el death metal, mientras que en otros países en la radio sonaba cualquier cosa local.

Las revistas de la época publicaban lo que las grandes discográficas les interesaba promocionar. En el death metal, sin respaldo económico, la repercusión era mínima. Salían cosas, pero era muy difícil. Yo me nutría sobre todo de revistas extranjeras como Metal Forces, Rock Circus o Metal Hammer en inglés, que podía comprar de importación en el VIPS. Esas revistas traían muchos contactos para intercambiar cintas, catálogos de venta por correo…

Dave Rotten para Jot Down

¿El gremio de las revistas estaba alineado con las distribuidoras?

Las grandes compañías marcaban lo que se debía escuchar con sus estudios de márquetin. En los ochenta era incluso más que ahora. Entonces, el material físico movía el negocio. Hoy, con la caída de las ventas en formato físico y la apuesta mínima por el metal, ni siquiera grupos como Metallica o Guns N’ Roses aparecen en televisión. Imagina la situación de los que tienen menos calibre.

¿Esa situación mantenía a la gente desinformada de lo que pasaba en la escena underground?

Sí. La mayoría solo conocía los grupos que aparecían en Metal Hammer o en los grandes festivales, controlados por los grandes sellos, que son los que deciden qué se tiene que escuchar ahí. Los grupos pequeños… En el metal extremo había una serie de grupos más o menos conocidos, pero luego el corte con el resto, con los más independientes, era brutal, había un abismo y del underground no se conocía nada.

He leído que se consideraba a España casi como un país sudamericano en cuanto a producciones.

Es cierto, pero en Sudamérica siempre han ido por delante de nosotros en metal extremo. Países como Chile o Brasil han tenido grandes bandas desde el principio, algo en Perú también…

En Colombia estaba Parabellum.

Sí, y también Masacre, una de las bandas más influyentes del país. Los colombianos comenzaron hacia 1988, quizá incluso antes. También estaban Mortem y Hades.

¿Te llegaba ese material en la época?

Sí, a través de intercambio de maquetas, siempre con una calidad de sonido muy pobre.

Hablando del origen del género, la historia canónica dice que el hardcore y el punk se dieron la mano con el metal. ¿Cómo describes tú esa química que dio lugar al extremo?

Creo que la velocidad del hardcore se fue fusionando con el speed metal, que era el heavy más acelerado. De ahí surgió el thrash: heavy metal más rápido y agresivo. La influencia del punk la veo más en bandas como Hellhammer, no tanto en Metallica al principio, que eran más New Wave of British Heavy Metal. En Europa, Onslaught, por ejemplo, sí venían del punk. Sus primeras maquetas eran punk y el primer álbum, de 1985, ya era thrash con una base punk.

Para ti, ¿cuál sería la zona cero del death metal?

Aunque siempre es un tema discutido, para mí fue Possessed. En 1983 ya habían empezado con esa línea. Cerca de ellos, aunque menos reconocidos, estuvieron Sepultura, que hacia 1984 ya estaban haciendo algo muy primitivo, casi antes que Kreator y a la vez que Sodom.

¿Dónde encajarías a Mantas y a Death?

Poco después. La evolución era rápida, aunque no hubiera internet. En un año podían surgir bandas por todas partes. Mantas no tuvo repercusión y sus miembros formaron Massacre y Death. Hasta 1987 no salió el primer disco de Death.

En 1987 también aparece la demo de Morbid Angel.

Sí, y creo que esa demo estaba ya más cerca del death metal que Death en ese momento. En aquellos tiempos, uno o dos años marcaban grandes diferencias; incluso meses. Entre 1983 y 1987 pasó de todo. Cuando escuché el primer disco de Death, me pareció una copia de Possessed. Chuck Schuldiner reconoció que escuchó a Possessed y quiso hacer lo mismo. Su primera maqueta ya se llamaba Possessed by Death. Y con el black metal en los noventa me pasó algo parecido. Cuando escuché el A Blaze in the Northern Sky por primera vez fue: ah, vale, esto es Bathory (risas).

Pero luego Death llevó el género a una mayor popularidad.

Sí, se convirtieron en la banda emblemática.

La recopilación Raging Death se menciona como un punto importante. ¿Lo fue?

Sí. Antes, las recopilaciones eran fundamentales. Sin internet ni radio que emitiera esta música, la única forma de descubrir bandas era a través de vinilos recopilatorios. Yo llegué a tener más de cien en vinilo y muchísimos en CD. En Raging Death estaban, por ejemplo, Obituary cuando aún se llamaban Xecutioner, Sadus y otros que se movían entre lo ortodoxo y lo más extremo. En general, todos los sellos publicaban sus recopilatorios y se vendían bien. Por ejemplo, Metal Massacre o Speed Kills.

Yo en 1987 ya había empezado a comprar discos en tiendas como Disco Play. Llegaban cosas interesantes de importación y me hice con material de Death Angel, Exodus… También, entre 1986 y el 88, estaba metido de lleno en el tape trading. Eso iba más allá de los discos: buscaba la música más extrema y extraña en forma de maquetas.

Tenía cintas y cintas con demos de Anthrax, Nuclear Assault y de cualquier grupo que me interesara. Grabábamos en casetes de 90 minutos, aprovechando hasta el último segundo. Hacíamos nuestros catálogos y los enviábamos a otros países. Por ejemplo, mandabas tu lista a un inglés, él te enviaba la suya y seleccionabas los temas que querías en cada cara. Yo le grababa lo que me pedía y él hacía lo mismo conmigo. Conservo muchas de esas demos.

Dave Rotten para Jot Down

En cuanto al estilo de cantar, al principio se habló de «death vomit vocals». ¿Cuándo crees que se marca una diferencia clara?

Al principio no estaba muy definido. En el death metal, la voz gutural es distintiva, pero no siempre es necesaria; también puede ser agresiva, como en el thrash, el black o incluso el grind. Sin embargo, la gutural es la que más identifica al death metal, junto a los riffs y la pesadez de la música.

Creo que Chris Barnes, de Cannibal Corpse, fue el gran precursor de esa forma de cantar. Marcó un punto de inflexión hacia una guturalidad más inabarcable en 1989 o 1990. Antes, Morbid Angel no usaban una voz muy gutural y Death tampoco. Bolt Thrower puede considerarse otra influencia importante en voces graves. Autopsy, aunque con voz grave, tenía un registro más bizarro y cambiante. También la demo de Suffocation fue una bomba en ese sentido, definieron esas voces tan profundas desde Nueva York.

¿Y en la batería? ¿Los blast beats vienen de Napalm Death o de Pete Sandoval con Terrorizer?

Creo que Napalm Death y Repulsion rompieron las barreras de lo que se creía posible tocar en cuanto a velocidad. Eso influyó en el death metal, pero fue el grindcore el género que aportó esa técnica. Ellos fueron los primeros en usar blast beats.

A la hora de definir las primeras escuelas de sonido, ¿cómo las distinguirías?

En Florida, el estilo era más técnico y brutal: Massacre, Death, Obituary, Deicide, Malevolent Creation. En Nueva York surgió la rama más cañera y oscura: Cannibal Corpse, Suffocation e Incantation, que eran de New Jersey.

En Suecia había dos vertientes. En Estocolmo, un sonido más gordo y sucio, con influencias punk, como en las primeras demos de Nihilist, de donde salieron Entombed. Ritmos cabalgantes típicos del metal sueco que venían del punk. De ahí surgieron también Dismember, Treblinka y otras bandas. En Gotemburgo, más al sur, aparecieron Grotesque, de donde salieron At the Gates, Dark Tranquillity e In Flames, con un enfoque más melódico y técnico, que con el tiempo derivó hacia algo más cercano al heavy metal.

¿Por qué crees que en cada lugar surgen escenas con características tan definidas? ¿Es por cercanía o por influencia directa?

Sí, todo tiene que ver con lo que vivían los chavales de catorce o quince años entonces, con lo que tenían cerca. Así, surge un brote en Estocolmo y otro en Gotemburgo; en Noruega, más próximo al black metal, influían voces más agudas. Allí pegaba más ese toque. En death metal, Old Funeral tenía miembros de Immortal, e incluso el de Burzum pasó por ahí. También estaban Molested.

No sé por qué en ciertos sitios brota un estilo concreto. Es como en España: en Utrera, por ejemplo, surgió la que yo llamo «la Tampa española» sin razón aparente. Allí estaban Necrophiliac, Lightning, Spontaneous Combustion, Extreme Masturbation… había cuatro o cinco grupos en un lugar muy pequeño, más que en Madrid.

En Florida había ocurrido algo parecido. Allí empezaron Death y Massacre, y otros quisieron hacer lo mismo. Grababan en estudios que les daban buen sonido, como Tom Morris en Morrisound. Sin embargo, en Suecia, con Nihilist, lo que pasó fue que su sonido sucio surgió casi por accidente, porque el guitarrista no sabía exactamente lo que hacía, era una mezcla primigenia de death metal y punk y ese sonido cavernoso les salió casi sin querer, pero era pesado y gustó. Y lo acabaron imitando otros, como Dismember. También pasó algo parecido con Carcass. La caja de Reek of Putrefaction disgustó mucho a la banda, pero luego a los fans les encantó y se quedó como el standard de cómo debe sonar una caja de grindcore.

En la calle, ¿cómo se vivía todo esto? ¿Hubo un rechazo a Metallica cuando se volvió demasiado popular y una necesidad de música más auténtica en esa línea?

Sí. Por un lado, que se apoye y dé visibilidad al metal es positivo, pero cuando una banda se hace demasiado famosa, su música suele desvirtuarse. Intentan atraer público de otros estilos y pierden la esencia. Luego suelen volver a las raíces, como le ha pasado a Metallica, aunque siempre han estado en el límite.

En la calle, en cambio, éramos cuatro gatos los que estábamos en el death metal. En las discotecas principales, como Canciller o Barrabás, ponían heavy metal y hard rock. Los viernes y sábados había media hora dedicada al thrash o death. En ese momento, la pista de heavies se vaciaba y nosotros entrábamos a darlo todo. Ponían vídeos de Testament, Metallica, Megadeth, Exodus… daba igual que fueran siempre los mismos, íbamos para verlos. Esa media hora semanal era suficiente para nosotros.

Nicke Andersson, de Entombed (años después alcanzó más fama con Hellacopters), bromeaba diciendo que empezó con Nihilist siendo virgen y que eligió la peor música posible para dejar de serlo.

Sí, yo siempre lo he dicho. El death metal es la peor música para tener groupies o ligar en conciertos. En rock, black o heavy hay más ambiente, pero en el death metal la mayoría de mujeres van acompañadas por su pareja. Ahora parece que hay más chicas que van por su cuenta, pero sigue siendo un estilo poco atractivo en ese sentido. El black metal, en cambio, tiene cierta conexión con lo estético, con la indumentaria, el cuero, el maquillaje… Esa cultura visual siempre ha atraído más a las chicas.

Dave Rotten para Jot Down

Volviendo al tema de las cartas, el de Immolation decía que siempre había un momento iniciático: un concierto en una casa okupa, un flyer en una farola, una sección de anuncios… algo que te hacía escribir una carta que te abría la puerta del underground. ¿Cuál fue el tuyo?

Creo que fue un anuncio, posiblemente en Heavy Rock, de dos hermanos que grababan vídeos. Eran muy hard rockeros, pero tenían también material de thrash y death. Me grabaron mi primer disco de Death, que habían traído de Inglaterra, y lo combinaron en una casete con grupos alemanes como Darkness o Assassin. También me pasaban cintas TDK con las dos caras llenas de música, y en VHS me grababan conciertos y videoclips de Testament, Nuclear Assault, etc. Eso, hacia 1987, me abrió del todo a este mundo.

Lo que pasaba con el intercambio de cartas es que podías estar en contacto con gente de Brasil, Japón, Colombia o Nueva Jersey, mientras que en tu entorno había muy poca gente, o nadie, que supiera de esta música…

Sí. En mi colegio, solo un compañero escuchaba heavy. En el cuartel, cuando estaba en el ejército, no sé si habría otro más. Estábamos muy repartidos por el mundo y en España éramos pocos. Y ahora, aunque pueda parecer que hay muchos, comparado con Alemania, Francia o Italia, somos pocos.

Háblame de tu primer viaje, el del verano de 1990, de Interrail con Dani Wenderoth, quien luego montaría un sello de grind (Revenge Prod).

Estábamos volcados en el tape trading, él era hijo de dos alemanes, profesores en un colegio alemán, y éramos uña y carne. Comprábamos discos del mismo estilo, nos los grabábamos y hacíamos intercambios con otras personas. Ese mismo año habíamos hablado de hacer un fanzine junto a otro amigo, y ya teníamos muchos contactos: bandas, sellos, otros fanzines… Comprábamos muchas demos directamente a los grupos, recibíamos flyers y material promocional, y también coleccionábamos fanzines como Isten Magazine, de Finlandia. También Morbid Magazine y Blackthorn, de Dinamarca… En España no era tan fácil conseguir IRC (cupones internacionales de respuesta) como en el extranjero, donde era habitual, así que un día decidimos aprovechar todos esos contactos para hacer un viaje de Interrail, mochila al hombro, visitando a músicos, sellos y compañías.

En los fanzines antiguos se percibía un sentido crítico muy severo. Antes, si algo no gustaba, se decía claramente. Ahora igual parece que todo es bueno siempre. En el caso de Spiritual Healing de Death, por ejemplo, tú escribiste que la guitarra era una mierda…

Yo siempre he sido muy crítico, y eso me ha generado enemigos o gente a la que no caigo bien, simplemente por hacer una reseña negativa. Si quieres mi opinión, la doy. Y si no te gusta, no la leas. Pero si me preguntas qué me parece un disco, voy a decirlo. Recuerdo el caso de South of Heaven de Slayer, que critiqué duramente porque no me gustó nada. Lo mismo con discos finlandeses: si no me convencían, lo decía, aunque conociera a la banda. Nunca he tenido intereses creados ni me he vendido a nadie. Antes, nadie me pagaba por una crítica y hoy todo se mueve por intereses. Muchas publicaciones no se atreven a criticar negativamente para no perder publicidad de las compañías.

Metal Hammer, por ejemplo, no hacía críticas: se limitaba a describir el disco, los instrumentos, la procedencia, la portada… sin emitir una opinión real. El lector no sabía si aquello era brillante o mediocre. En mis catálogos y en el Catalozine, aunque yo vendiera el material, si un disco me parecía una mierda, lo decía. Algunos se enfadaban, pero al menos sabían cuál era mi opinión.

Volvamos al viaje. Ese primer Interrail de 1990 fue importante para ti. ¿Qué grupos conociste?

Sí, fue muy importante, como el que hice después en 1992, pero el primero siempre marca más. En Birmingham nos presentamos en casa de Barney, de Napalm Death. En la puerta de su casa (risas). A unos les avisábamos, a otros no. Teníamos una lista de direcciones e íbamos presentándonos. A Barney no le conocíamos en persona, nos dijo que esa no era su casa, que estaba ahí de estudiante con una familia. Al final nos dejaron dormir en el sofá y en el suelo del salón. Acababan de regresar de Florida, donde habían grabado Harmony Corruption, nos lo puso y nos contó sus experiencias.

En Holanda, vimos a Asphyx en un concierto muy pequeño, en un pub con unas treinta personas. Les hice fotos y, tiempo después, usaron una de ellas como portada en una caja de singles. Me escribió el sello para pedirme permiso a ver si podía usarla. En aquel momento me parecían lo mejor. Al menos las demos y el primer 7 pulgadas, porque el álbum que grabaron con el cantante original no llegó a publicarse como estaba previsto y, al cambiar de vocalista, también cambió su sonido y se fueron a Century Media. Holanda tenía muchas bandas potentes: Gorefest, Sinister, Delirium

En Suecia asistimos a un concierto en la sala de actos de un colegio con Dismember y Afflicted. El público, todo chavales de dieciséis o diecisiete años, entre ellos había miembros de Merciless, Carbonized y otros grupos. Hablamos con ellos, les hice fotos, compré demos y pasamos la noche tirados en la estación de tren, esperando volver a Estocolmo. Estábamos a dos horas y dormimos en el andén.

En Estocolmo, fuimos a la tienda House of Kicks a comprar discos y maquetas. El dependiente nos dijo que tenía una banda y que iban a ensayar: eran Opeth, pero en una etapa muy temprana. Nos fuimos a verle, grabé su ensayo en el walkman y les hice fotos. En Estocolmo también visité a Uffe Cederlund, de Entombed, y fuimos a un ensayo suyo. Quedé en la estación con Johnny Hedlund de Unleashed y estuve en casa de Johan Edlund, cantante de Tiamat, cuando acababan de cambiarse de nombre de Treblinka y tenían su primer álbum recién salido. Y luego Dissection, que tratábamos con ellos cuando aún estaban empezando.

Dissection serían adolescentes…

Sí, tenían quince años. Estuve en su local de ensayo, tocamos algunas canciones propias y versiones: una de Autopsy y otra de Death. Yo era el único que se sabía la letra y me puse al micrófono. Al día siguiente por la mañana, cuando nos íbamos para Noruega, el padre de uno de ellos nos llevó a la estación, pero antes dejó a su hijo Jon en el colegio (risas). Y nosotros nos fuimos a casa del de Mayhem.

¿Te gustaron luego los discos que sacaron Dissection?

La demo y el 7 pulgadas me gustaban mucho. Llegué a plantearme ficharlos para sacarles el álbum, pero el cambio que dieron después no me convenció: se volvieron más agresivos y con un punto más black. No me convenció entonces, pero luego escuchándolo más, pues te arrepientes… Lo mismo me pasó con Sentenced, que los conocí en el siguiente viaje. Me interesaban, pero cambiaron su sonido en el segundo álbum y no me atrajo. Son decisiones que te basas en tus propios gustos y, en aquel momento, con veinte años, tomaba decisiones viscerales, sin pensar como un empresario que mira a futuro.

En Noruega, fuimos a casa de Jon «Metalion» Kristiansen, de Slayer Mag, un fanzine clave, a quien ya habíamos visto en un ferry entre Dinamarca y Suecia. Era un metalero gordito, nos fijamos en él y luego, al llegar a su casa, «¡coño, el gordo del ferry!». Habíamos ido a ver a Thyabhorrent, pero apenas nos hicieron caso, estaban todo el rato hablando en noruego, nos daba la impresión de que se reían de nosotros y nos fuimos. Pasamos entonces al pueblo del de Mayhem, a los que conocía por el Deathcrush, que entonces no sabíamos que eso era black metal, nos parecía un thrash aberrado, medio punk.

El pueblo era un sitio muy pequeño, sin calles, solo apenas unas casas por ahí desperdigadas. Estábamos dando vueltas a ver si encontrábamos su calle pero es que no había calles. Preguntamos a un campesino que había por ahí, le hicimos gestos de pelo largo, rock and roll, y nos dijo «por ahí, por ahí». Tiramos por ahí, que era un camino que se metía por el bosque y llegamos hasta una cabaña, que era la casa de Euronymous. Llamamos a la puerta y apareció él, un tío pequeñajo en calcetines. Nos presentamos por la puta cara en su casa, pero nos recibió y pasamos toda la tarde y toda la noche hablando. Vimos que estaba Dead en el sofá, dibujando… Me hice una foto con Euronymous, Dead no quiso, dijo que a él las fotos no le iban. Me enseñaron el cuarto y el local de ensayo, decían que solo tocaban si había luna llena. Igual era para ahorrar luz, no lo sé (risas). Dormimos en una habitación, creo que era la de Maniac o la de Hellhammer, que tenía un colchón tirado en el suelo y estaba llena de cómics, revistas porno y trastos por todas partes. Para cenar, Euronymous nos ofreció unos cereales de colores horribles, decía «es que no tengo otra cosa», pero aceptamos encantados, porque estábamos muertos de hambre.

Dave Rotten para Jot Down

¿Cómo viviste después la transformación de Mayhem en una leyenda y los hechos posteriores?

No seguí demasiado su trayectoria, aunque continué escribiéndome con Euronymous. Incluso me mandó una camiseta, que se me borró el dibujo al primer lavado y tuve que comentárselo entre risas, me dijo que lo sentía y me mandaría otra. Más tarde, me enteré como todos de los asesinatos y sucesos a través de la prensa. Flipé. Me impresionó pensar que había estado allí, con ellos, cuando eran chavales.

La muerte de Dead quedó plasmada en la portada de un disco…

Sí. La famosa foto de Euronymous a Dead (una foto que sacó de su cadáver después de que se hubiese quitado la vida) terminó en un disco pirata, aunque ellos no lo hicieron. Yo tengo una copia que me llegó desde Sudamérica. Cuando vi la película Lords of Chaos está exagerada para vender; yo sabía que la realidad era mucho más modesta. Eran niños tratando de hacer pose. La casa no se parecía en nada y las fiestas que salían en la película no tenían nada que ver. En la película ponían unas fiestas como si fuesen Mötley Crüe y en realidad eran unos mataos. La gente allí es muy introvertida, se juntaban en locales, bebían, tocaban y poco más. ¿Por qué los grupos de allí son tan buenos? Porque solo tienen eso. No había pafetos como en España, se juntaban en locales y se dedicaban a tocar y tocar.

De hecho, me acuerdo de que en Suecia fui a comprar cerveza al supermercado para Altar, porque yo tenía veinte años y ellos eran menores. Nos encerrábamos con ellos en el local de ensayo, sábado noche, tocábamos, bebíamos, fumábamos y el plan se repetía cada fin de semana. Por eso tocan tan bien. Es dedicación exclusiva, encerrarse y encerrarse a tocar, es lo que explica el altísimo nivel que tienen. Todos tienen grupos y muchísimos tienen éxito.

Conociste también a Hammy, de Peaceville, a Markus Staiger, fundador de Nuclear Blast.

Sí. A Hammy creo que fue en Leeds, estuvimos en su oficina.

Una historia parecida a la tuya, empezó con tape trading y acabó montando un sello, aunque el suyo tuvo muchísimo más éxito porque acertó fichando a cuatro grupos clave, que encima generaron un estilo propio, el doom metal de Paradise Lost, Anathema, My Dying Bride y Cathedral.

No era lo mismo fichar grupos en el 87 que en el 90. Nuclear Blast lo mismo. No era lo mismo empezar en España, que era como montar una hamburguesería en un pueblo vegano, que hacerlo en Alemania, un pueblo lleno de carnívoros. En Alemania había más medios, más apoyo y una escena muy activa. Los festivales siguen siendo multitudinarios cada fin de semana, el mercado está ahí.

Compradores no muy exportadores…

No demasiado. En esa época, quizá Morgoth, aunque eran algo así como una copia de Death y Pestilence. Hablando de Holanda, no habíamos mencionado antes a Pestilence: empezaron con un death/thrash en sus primeras demos y en el primer álbum y el segundo. Luego fueron refinándose y se les fue la olla.

En Nuclear Blast llegaste a llevarles la demo de Dismember.

Sí. Pasamos por su sede en Alemania, un chalé con cuatro o cinco tíos en bermudas, sin camiseta, y hablamos, dijimos dónde habíamos estado, les hablé de Dismember y les di una copia: «Escuchadla, que está de puta madre». Años después, leyendo el libro Swedish Death Metal de Daniel Ekeroth, descubrí que los propios Dismember contaban que su demo llegó a Nuclear Blast gracias a mí. No me acordaba en absoluto de ese momento. Se me había borrado de la cabeza.

Cuando vuelves de aquel viaje, ¿empiezan tus fanzines?

Sí. Creo que Spain is Different lo creé hacia esas fechas. El sello Drowned empezó justo al regresar. Ya tenía claro que debía montarlo porque me di cuenta de que nadie conocía a los grupos españoles en el extranjero: en Inglaterra, Sudamérica, Australia o Japón había referencias de todo tipo, pero de España nada.

Hablé con Necrophiliac para sacarles una maqueta con portada impresa en color. Al principio yo mismo grababa las cintas, ponía las pegatinas y doblaba las carátulas. Vendía mucho a través de fanzines y enviaba demos como promoción. Revisando publicaciones antiguas, he visto muchos scene reports que incluían demos que yo había enviado, e incluso algunos textos míos. Después de Necrophiliac, saqué a Obscure con cinta profesional. Producía unas quinientas copias, entregaba un porcentaje a la banda y el resto las vendía una a una.

Empezaste con demos, pero luego diste el salto a otras producciones.

Sí. Un año después, en agosto de 1991, terminé el servicio militar y me ofrecieron trabajar en Hard Vinyl, una tienda de discos en Madrid. Antes incluso de acabar la mili ya me lo habían comentado porque necesitaban a alguien especializado en death metal. En esa época la tienda se había mudado varias veces, de un local en Gran Vía pasó a la travesía de San Bernardo, luego a la calle Luna.

Estabas en la planta de abajo…

Sí. La planta de calle era de CD y VHS; abajo, casetes y vinilos; arriba, merchandising. Yo estaba en la parte de abajo y tenía allí mis maquetas, además de vinilos y material que traía de distribuidores. Decidía qué se compraba y en qué cantidades. Funcionaba muy bien: estuve allí desde agosto de 1991 hasta abril de 1994. El dueño me puso capital para en Drowned pasar de las demos a vinilos y 7 pulgadas, y empezamos a fichar grupos para sacar álbumes. Llegamos a publicar unas siete referencias y ya vieron que no era el negocio que pensaban. El problema fue que él no invertía en promoción y yo me negaba a pagar por entrevistas o críticas, que es como funcionan aquí las cosas, porque pensaba que lo lógico sería que los medios informaran por interés periodístico.

En España había que pagar para existir públicamente. En Metal Hammer, por ejemplo, si querías aparecer tenías que poner anuncios, aunque eso no garantizaba entrevista ni reseña. En el extranjero, los distribuidores pedían también que se hiciera publicidad para vender, pero aquí apenas se invertía fuera en promo, que es diferente a pagar por entrevistas. Con SPV en Alemania, por ejemplo, les mandaba quinientas copias de un disco y al principio se vendían, pero luego llegaban devoluciones porque la gente no conocía la banda.

Dave Rotten para Jot Down

En España, MetalliK.O. era más legal con todo esto…

Sí. Ramón Porta, cartero de profesión, dirigía Metallik.O. y me ofreció una sección fija de death metal llamada The Only Way. Hablaba de demos, presentaba grupos nuevos, hacía críticas y alguna entrevista. Gracias a esa sección recibía maquetas de bandas que luego serían importantes, como Dissection, Gorefest o Suffocation.

Ramón Porta acabó arruinándose con la revista.

Sí. Yo dejé de escribir hacia 1992 o 1993. Le enviaba las páginas ya maquetadas, con fotografías y logotipos, pero la revista empezó a llenarse de secciones repetidas. Al principio había equilibrio entre thrash, death, grind y hardcore; después, había cuatro secciones de death y dos de black metal, con contenidos duplicados. Me parecía que se había convertido en un caos y perdí el interés.

¿Qué te pasó con el Obeja?

Nada grave. Él era más del grindcore, mientras que yo estaba centrado en el death metal. Para hacerse el más extremo, atacaba al death metal diciendo que era una mierda, así que yo defendía lo mío. Nos lanzábamos indirectas en la revista: él escribía algo, yo respondía en mi introducción, y así. Era un pique amistoso, un poco de salseo entre críos.

Otro sello en el que participaste, SMD, donde salieron Ktulu.

Sí, otro subsello de Hard Vinyl. S.M.D. significa Suck My Dick… propuse yo el nombre (risas). Querían grupos como Soziedad Alkohólika y fichamos a Pleurosis, de Córdoba, y a Nopresion. Estos últimos estaban muy vinculados a Soziedad Alkohólika y grabaron su primer disco en el mismo estudio de Vitoria. De hecho, fuimos un fin de semana al estudio y convivimos con ellos. Luego a Aspid, cuando habían cambiado y se parecían a Pantera, y lo que buscaba mi jefe era a los Pantera españoles. Así funcionaba. También fichamos a Niágara, un grupo de hard rock. A los dueños de Hard Vinyl lo que realmente les gustaba eran bandas como Journey, Asia, Foreigner y poco más, ni siquiera el heavy. El death metal no era precisamente su prioridad. Cuando yo estaba en la planta de abajo y no había mucha gente en la tienda, ponía mi música y a veces me llamaban de la oficina para decirme: «¡Quita esa mierda ya!».

John Peel en la BBC grabó a grupos de death y grind, sacó en el NMA, una revista de música indie, prestó atención al género. Peel dijo que Reek of Putrefaction era el disco del año. ¿Esa ola no os llegó a beneficiar?

No directamente. Años después, lo más cerca que estuvimos de algo parecido fue estar a punto de tocar en Los Conciertos de Radio 3, en La 2. El cantante de Wormed, un grupo español de death metal técnico y brutal, trabajaba allí como técnico de sonido y nos propuso ir, pero nos pedían grabar un jueves por la mañana y no podíamos pedir días libres en el trabajo.

Al iniciarse la década de los noventa, Sepultura vendía 100 000 discos, Slowly We Rot de Obituary 75 000 y Spiritual Healing de Death 50 000. ¿Cómo recuerdas esos días? ¿Tenías la sensación de que el death metal iba a ser el metal de los noventa, como lo fue Metallica en los ochenta?

No exactamente. Yo trabajaba en la tienda y veía lo que se vendía, tanto de heavy como de death metal, y no era lo mismo. El heavy vendía mucho más; incluso Anthrax o Testament vendían bastante más que las bandas de death metal. Testament, por ejemplo, no ha dejado un gran recuerdo fuera del metal, pero vendían muy bien, también porque llegaban al público heavy, hacían baladas, tenían un sonido más accesible.

El death metal no parecía que fuera a convertirse en la música de grandes estadios. Las voces guturales y la música extrema tienen un límite, incluso a los heavies más abiertos les rompe la cabeza. Los heavies te admiten la voz gutural si es Amon Amarth, pero con reservas. Six Feet Under igual le gustaba a los pantereros. Satyricon, que cambió a un estilo más groove, más simple, que atraía más público, era black para los que no les gusta el black. Y Arch Enemy, porque hay una tía y está buena. Pero más allá de eso, si el heavy medio no suele dar el salto, que es como que le estalla la cabeza, imagina entonces alguien que no es ni siquiera heavy.

No es música que entre con un single en la radio. Requiere estar ya un poco iniciado en el metal. Lo he comprobado con gente normal. Una vez iba en coche con unos amigos, me pidieron que pusiera a mi grupo, Avulsed, y lo puse. Llevábamos medio tema cuando uno me preguntó: «¿Y tú cuándo cantas?». Ya llevaba un rato haciéndolo (risas). No entendían que la voz gutural era la voz; para ellos era un ruido incomprensible.

En directo es distinto. Si el grupo tiene presencia y un buen sonido, incluso alguien que no escucha metal puede entenderlo al ver lo que está pasando en el escenario. Pero si pones un disco de death metal a alguien sin experiencia previa, lo normal es que no descifre nada, le da un cortocircuito en la cabeza. Es un sonido que requiere cierto aprendizaje para saber a qué te enfrentas.

Dave Rotten para Jot Down

Más tarde, a mediados de los noventa, cuando los grupos que empezaron siendo extremos pasan a sonar casi heavies, pero mantienen la voz gutural, ¿cómo lo viviste?

Yo empecé distribuyendo las maquetas de My Dying Bride, pero a la gente le podían gustar los pianos o los violines, pero luego no podían con la voz.

Cómo fueron los primeros pasos del sello Drowned Records.

Para álbumes, el primero que lancé fue Unbounded Terror, primer disco de death metal editado en España en CD y vinilo, y eran de Palma de Mallorca. Luego vino Necrophiliac, de Utrera. Rotten Flesh, de Barcelona, solo sacó conmigo una demo y un 7 pulgadas antes de disolverse. Necrophiliac fue, para mí, la primera banda surgida en España con ese estilo, con una portada inolvidable que había dibujado el cantante, y Unbounded Terror fue la primera en editar un álbum. También hablé con Obscure, de Valencia, y Human Waste, de Castellón, para grabarles algo más que demos, pero no llegamos a ningún acuerdo. Años después sí he publicado CD recopilando los primeros trabajos.

¿Y los gallegos Absorbed?

Llegaron después. En 1991 les edité una demo y, más tarde, en 1994, distribuí un split con ellos, Dismal y Unnatural, que se titulaba Avowals. Absorbed eran más cercanos a Death; Unnatural sonaba a Immolation, y quizá Dismal eran algo más raros. Eran estilos que ya estaban hechos en ese momento, no es como si hubiesen salido tres años antes.

Un grupo muy especial fue Elbereth, que sacó contigo un single de death metal, que ahora cuesta cincuenta dólares, pero luego el segundo disco, con cantante femenina, era una joya.

Elbereth tuvo un cambio radical. En lo que les saqué sonaban a death metal con influencias nórdicas, pero en el segundo trabajo cambiaron radicalmente: vocalista femenina, doom gótico.

El estilo con el que lo petó The Gathering, y lo teníamos aquí.

También estaba Golgotha, pero es que en España es muy difícil.

Lo que hizo a Drowned un sello respetado también fueron hallazgos internacionales. El single de Deteriorot, por ejemplo, es muy recordado. Ochenta dólares cuesta…

Pues me parece barato. También Demigod, Pyrexia, Rottrevore

Auténticas joyas.

Demigod estuvo a punto de sacar un split con Sinister, pero prefirió reservar temas para su álbum, ficharon conmigo y tuvieron muy buena acogida. Pyrexia eran casi hermanos de Suffocation; compartían local y miembros. Rottrevore incluso estuvo a punto de fichar por Relapse, pero la discográfica se echó atrás porque, según me dijeron, no tenían imagen. Era un cantante gordo con trenca, y querían algo más mórbido, con pantalones de cuero…

Tras ese disco, Demigod tuvieron muchos problemas internos: peleas, enemistades, reconciliaciones… A veces uno conseguía reunir a los demás, pero volvían las disputas. Aparte, para el siguiente disco, yo les mandaba el dinero en varios envíos postales camuflado en sobres acolchados. Una vez les llegó un sobre vacío. Dentro debía ir el dinero y el contrato, pero no había nada. Y ahí se quedó la cosa, no llegamos a editar el disco. Con el tercero llegamos a un acuerdo y lo saqué a medias con ellos, aunque tampoco fue un álbum con mucha aceptación.

En estos años, cuando todo el mundo hablaba de Noruega por el black y de Suecia por los grupos melódicos, tú eras el abanderado de Finlandia…

Siempre he dicho que soy «el sello no finlandés con más grupos finlandeses». Llegué a hacer un flyer con los logotipos de todos los grupos que había, que eran unos veinticinco o treinta.

El Nespithe de Demilich para mí es lo mejor que has sacado nunca.

Lo editó originalmente un sello americano, Necropolis, sin mucha repercusión y yo conseguí la licencia para Europa a través de Repulse y empezaron a tener más revuelo.

¿Por qué cerró Drowned, si habías sacado a buenos grupos justo antes de que explotasen los estilos que hacían?

Lo máximo que vendí fue unas cinco mil copias de Demigod o Purtenance, pero la mayoría se quedaba en dos mil o tres mil. Hoy está muy bien, pero entonces… En Roadrunner, por ejemplo, si un grupo no vendía más de cinco mil copias, no merecía seguir grabando. Aquí los dueños de Drowned dejaron de confiar en el death metal, incluso con bandas ya fichadas como Cenotaph, de México, y los tuve que dejar colgados. Las relaciones se fueron complicando, yo ya estaba pensando en montar un sello propio con dos amigos y, mientras, seguía trabajando en la tienda. Pero un día, en abril de 1994, pedí permiso para ir a tocar a Córdoba con Avulsed junto con mi compañero Lucky y me lo negaron. Aun así, fuimos, y el lunes al cerrar la tienda me llevaron el finiquito. Dije: «¿Por un día de ausencia me vas a despedir?». Me asesoré, era un despido improcedente, se pusieron nerviosos «tienes que firmar, tienes que firmar». Acabamos en acto de conciliación, ya no volví a la tienda y me puse con Repulse.

Mucha gente te recuerda por tu manía al death técnico. ¿Por qué?

Me gustaban grupos como Atheist al principio, pero cuando la técnica se imponía sobre la música, para mí, perdía interés. No me atraía el virtuosismo vacío, como Yngwie Malmsteen. Prefiero la técnica al servicio de un buen riff o de melodías sólidas. En los noventa muchos grupos, incluso del thrash como Destruction, empezaron a tirar hacia lo técnico. Hasta cierto punto lo aceptaba, pero cuando se convertía en una exhibición me desconectaba. Los Death llegó un momento en el que tenían partes que me recordaban a una jota aragonesa. Esas melodías eran jotas. Y cuando traían guitarristas virtuosos como Andy LaRocque o James Murphy para los solos, o metían melodías demasiado trabajadas, se escapaban de mis cánones. Reconozco que era más purista y cerrado. Con mis propios grupos también lo soy.

El segundo viaje fue a Finlandia…

Sí. Hay una escena curiosa de ese viaje: acabé tomando té con pastas en casa de Mika, el de Impaled Nazarene, con su madre. Fue en Joensuu, una ciudad al este de Finlandia, donde se celebraba un festival con ocho bandas: Amorphis, Beherit, Mordicus… El batería de Beherit me había dicho: «Nosotros vamos para Oulu, en el noroeste del país, podéis venir con nosotros». Y allá fuimos. Íbamos tres en el coche escuchando Ministry y cosas de esas, algo que entonces me chocaba. Al llegar, su madre nos recibió con una mesa puesta, con unas pastitas, té y café. Una escena surrealista: los músicos más extremos del país, con su madre en la cocina. De ahí nos fuimos al norte, al estudio de Demigod, y conocimos a los de Sentenced.

¿Qué te impresionó de la escena finlandesa?

En Finlandia vi un estilo particular, muy diferenciado de los escandinavos. Los suecos eran más uniformes; los noruegos, más oscuros y pesados. En cambio, en Finlandia cada grupo tenía su identidad: Amorphis, Funebre, Demilich, Purtenance… todos eran diferentes entre sí. También estaba Adramelech, muy enfermizo. Ese era el punto fuerte de Finlandia: la originalidad.

En ese viaje también conocí a Gorefest. Los vi en el estudio con Colin Richardson, grabando su segundo álbum. También estuve con la gente de Nocturnal Rites, que empezaron tocando death metal y luego pasaron al heavy power. De ambos viajes escribí un diario. Conservo una libreta pequeña, escrita con rotring 0.2, en letra diminuta, donde anoté día a día y casi hora a hora todo lo que pasaba y mis impresiones. Es oro para mí. Algún día sacaré un libro.

También tengo fotos y negativos. De hecho, hace poco tuve que sacarlos para demostrar la autoría de una foto de Opeth tomada en su local de ensayo. Circulaba en internet atribuida erróneamente, pero era mía. Alguien comentó por ahí que la foto era de David Isberg, cantante de Opeth. Luego él mismo lo afirmó, pero en realidad la había tomado yo. Tuve que publicar la foto junto con el negativo original para que no hubiera dudas. Entiendo que, treinta y cinco años después, los recuerdos bailen, pero las cosas son como son.

Dave Rotten para Jot Down

Hablemos de Avulsed. ¿De dónde viene el nombre?

Avulsión es un término médico para un estiramiento violento. Se usa en traumatología y odontología. Por ejemplo, al sacar un diente con tenazas o al arrancar un brazo de cuajo, eso es una avulsión. Me pareció brutal y perfecto para un grupo de death metal. La elección fue casual: teníamos varios nombres, entre ellos Reborn y Avulsed. Hicimos un sorteo en el autobús camino de la discoteca Barrabás, y salió Reborn, pero no me convencía cómo sonaba. Así que me quedé con Avulsed.

Al principio era una banda muy brutal, casi de la escuela neoyorquina.

Sí. Empezamos sin tener ni idea. Toni compró una batería, aprendió a tocar, y junto con un bajista y yo empezamos a ensayar. Luego llegó un guitarrista y ya nos organizamos. La idea era hacer algo en la línea de Incantation, Autopsy o Gorefest: death metal denso, pesado, con influencias de Carcass.

Los primeros trabajos eran mucho más duros que los actuales.

Claro. El primer EP completo, Carnivoracity, era death ortodoxo, con temas largos y partes muy lentas. La producción, algo pantanosa, también daba ese carácter. Luego, con la entrada de Furni a la batería, el sonido se refinó y aparecieron más melodías, influencias de Demigod o Amorphis. Nunca nos encasillamos en lo puramente brutal: siempre mezclamos melodía y contundencia, algo que definió nuestro estilo.

Hubo una gira con Sinister que te marcó.

El cantante de Sinister era muy cercano y carismático, y aprendí mucho observándole, especialmente sobre cómo funciona todo en una gira: montar y probar sonido, gestionar hoteles y comidas, y el trato con la gente. En una gira puede pasar de todo. En Milán, por ejemplo, tocamos en un club de alterne, montaron un escenario en una esquina, entre las mesas y las sillas. No creo que muchos grupos de metal extremo puedan decir lo mismo. Después del club de alterne nos fuimos a Suiza, atravesando los Alpes con nieve. Nos quedamos tirados con la autocaravana, porque las cadenas eran pequeñas y no entraban. Patinaba y pensamos que nos íbamos a quedar en medio de la nieve. Al final conseguimos avanzar y llegar a Suiza. Teníamos dos conciertos allí, pero uno se canceló porque el promotor no se presentó después de toda la odisea que habíamos pasado.

En el otro concierto iban mal de tiempo y nos pedían tocar antes de abrir las puertas. Querían que empezáramos ya, pero sin público. Así eran de puntuales. Les dijimos que no: empezamos cuando abrieron, y como quedaban quince minutos, tocamos solo tres canciones. Curiosamente, ese fue el concierto en el que más autógrafos firmamos y más éxito tuvimos.

Después de esa gira, Sinister os invitó a tocar en Portugal.

Sí, la semana siguiente tocaban allí y nos invitaron. No podían pagarnos, así que fuimos gratis. Tocamos en Lisboa y Oporto, pero en esta última llegaron muy tarde y solo pudimos tocar otra vez quince minutos. Fue lo mismo: tres canciones y mucha gente quedándose fuera con nosotros, sin entrar a ver a Sinister. Aprendí que lo importante no es cuánto toques, sino lo que toques, y que consigas convencer.

También actuasteis en el New Jersey Metal Meltdown.

Sí, en 2001, media hora y listo. Lo importante es darlo todo, aunque sean treinta minutos, porque de nada sirve estar una hora aburriendo a la gente.

En Latinoamérica has tenido mucho recorrido…

En Sudamérica acabamos de hacer este año una gira completa. Antes, habíamos tocado dos veces en Colombia y dos en Venezuela. Y en 2000 hicimos una gira por Centroamérica: empezamos en Los Ángeles y bajamos hasta Costa Rica en autobuses de línea, con el equipo y el merchandising a cuestas. Fue toda una aventura, pasando por México, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Honduras, cada país más pobre y con peores condiciones.

En México hemos hecho otra gira de diez conciertos, y algunas fechas sueltas. Y siempre nos han pagado. Nosotros nunca hemos sido de autofinanciarnos giras. Hoy hay bandas que pagan por salir, incluso por acompañar a grupos grandes. A nosotros nos han ofrecido ese tipo de tours, pero no tenemos ni el dinero ni la mentalidad para hacerlo.

En Colombia llegasteis a vuestro momento más alto.

Sí, en un festival gratuito en Medellín organizado por la ciudad. Tocamos el día dedicado a punk y metal, junto a otras bandas. Nos pagaron los billetes y nos trataron como nunca. Teníamos furgoneta limusina, carpa propia con televisión para ver los conciertos y hasta un cocinero a disposición. Llovió, pero eso lo hizo más épico. Teníamos a la gente empapada coreando bajo el aguacero. También hemos tocado unas cinco veces en Rusia. Un sello de allí nos licenció los discos y nos fue muy bien. Siempre han sido conciertos potentes, sobre todo en Moscú.

Fuimos a un festival en Indonesia donde tocaban Lamb of God, Mayhem y Vader. Viajamos más de veinte horas para tocar treinta o cuarenta minutos, pero fue increíble. Un estadio de tres mil personas, dos escenarios y un hotel de lujo. Creo que fue la vez que más público hemos tenido, incluso más que en Colombia.

A Avulsed le pasó que tuvo que ir a grabar a Alemania para asegurar una buena producción.

Sí. En España, en aquella época, no se lograba un buen sonido para nuestro estilo. Intentamos traer a un productor holandés que conocimos en la gira con Sinister, pero no funcionó en estudio. Luego para el segundo álbum probamos con estudios alemanes y quedamos satisfechos. El segundo álbum lo masterizó James Murphy, y el tercero también lo grabamos en Alemania.

Después empezamos a grabar en España, enviando mezclas al extranjero para masterizar. El último disco lo grabamos y mezclamos aquí, y lo mandamos a masterizar a Italia. Creo que es el de mejor producción que hemos tenido. Antes grabar era mucho más caro y había que correr; ahora, con más medios en casa, se trabaja mejor y con menos presión.

Dave Rotten para Jot Down

Comentabas en alguna entrevista que el grupo tuvo un momento de tocar fondo y querer poner fin al grupo, y luego hubo un resurgir, con un cambio de formación. ¿Qué pasó ahí?

Desde 2013, cuando sacamos Ritual Zombie, no habíamos grabado un álbum completo. En 2015 hicimos un EP con algunas canciones, después un doble álbum por el 25º aniversario con regrabaciones de temas antiguos. En 2017, en una gira europea, nos propusimos sacar disco en 2018. Pasó ese año, llegó 2019, y en 2020 comenzó la pandemia. En 2021 y 2022 veía que no se movía nada: los guitarristas estaban a otras cosas, la vida cambia.

En 2023 conseguí convencerles para grabar dos canciones y publicamos un EP. Llegó 2024 y seguíamos sin nada. Entre un álbum y otro iban a pasar doce años. No voy a estar aquí toda la vida, así que empecé a hablar con mi pareja sobre poner fin al grupo, no irme yo, sino acabarlo. No concibo Avulsed sin mí. Es mi banda, no la voy a dejar en manos de nadie. Si los demás no querían seguir, no era una obligación, esto es para disfrutar. Entiendo que con veinte años todo es distinto y que la vida cambia, que cada uno puede pasar por momentos duros. Pero doce años sin disco ya indicaban que algo no funcionaba.

Un día, un guitarrista dijo que se iba; al día siguiente, el otro también. Siempre habían dicho que si se iba uno, el otro se marchaba. Y, a las dos horas, el bajista también anunció que se iba. Creían que era la disolución del grupo, pero el batería me dijo que él se quedaba, así que decidimos reformar la banda. Publicamos un comunicado anunciando que se iban tres miembros y que buscábamos nuevos músicos. Recibimos muchas respuestas y en cinco días teníamos la formación recompuesta. Un guitarrista venezolano afincado en Zaragoza, otro en Ávila y un bajista de Madrid. Hoy, en lugar de ser todos de Madrid, somos más de fuera, pero como el trabajo se hace más en casa que en el local, nos juntamos un par de veces al mes.

Ha sido lo mejor. Mucha ilusión y ganas. Cuando me dijeron que se iban, sentí un subidón. En tres meses hemos aprovechado cuatro temas que habían dejado y compuesto siete nuevos. El resultado es un disco más fresco, con riffs variados, que está sorprendiendo a mucha gente. Algunos incluso nos dicen que es mejor que antes.

Como letrista, ¿cómo has evolucionado?

Siempre he tenido claro que Avulsed es una banda de death metal y siempre lo será. No vamos a cambiar de estilo ni siquiera dentro del death metal. Si quiero hacer otra cosa, tengo otros proyectos. No voy a aprovechar el nombre para «colar» algo distinto a los fans. Creo que las letras deben ir en consonancia con la música. Si quieres transmitir brutalidad, todo debe ser brutal, música, voz, portada, directo y letras… Desde el principio, nuestras letras han estado relacionadas con gore, horror, escenas macabras y mucha sangre. Creo que la palabra «sangre» aparece en todas las canciones, igual que Saxon mete «night» o Manowar «brothers». A veces hay humor negro, como en la serie B; otras, están basadas en hechos reales, y esas son las más brutales, como el caso del «Exorcismo vaginal».

¿Exorcismo vaginal?

Sí. Ocurrió en Almagro, o en un pueblo de Ciudad Real, en los noventa. Hicieron un exorcismo a una niña, porque pensaban que estaba poseída por el diablo, y se lo practicaron en la vagina. Creo que la mataron; tenía ocho años. Brutal. A veces, cuando las letras están basadas en hechos reales, resultan más impactantes que cualquier cosa inventada.

También tenemos letras sobre casos como el de un hombre que murió en su casa y fue devorado por sus mascotas, o el de Daddy Stew, una madre que mató a su pareja y dio su carne a los hijos. Eso fue en Australia.

En Alemania, otra canción está inspirada en el caníbal de Rótemburgo, un hombre que publicó un anuncio buscando a alguien que quisiera comérselo. Contactó con una persona y lo llevaron a cabo. Y para este nuevo disco he querido mantener las temáticas brutales, pero con un enfoque más oscuro y místico. Menos directas y descriptivas, más introspectivas, dejando margen a la interpretación del oyente.

Mortician, Macabre… los Gut alemanes… ¿te acuerdas de ellos?

Sí. Usaban audios de violaciones o asesinatos de mujeres sacados de películas, o hablaban de caníbales. Toda esa escena era muy extrema. Por ejemplo, el de Mortician tenía más de trescientas películas de gore y escribía sobre eso… sobre lo que le gustaba.

Cualquiera que nos hubiera visto entonces pensaría que éramos enfermos mentales, pero hoy en día, si miras Netflix, el ochenta por ciento de las series y documentales van sobre asesinos en serie. La serie más vista del último año fue la de Jeffrey Dahmer. Yo lo conocí por la portada de Macabre que imitaba el Sgt. Pepper’s de los Beatles, pero con asesinos. O sea, que la gente se escandalizaba con estas letras y temáticas, pero luego consume lo mismo en otro formato…

Exacto. En televisión lo muestran con detalle, a cámara lenta y con música de fondo. Yo conocí al de Mortician en Nueva York. Iba en diciembre, con un chaleco de cuero sin mangas, un machete colgando y un gorro hacia atrás… y trabajaba de repartidor de flores para pedidos por internet. Un tío peculiar, pero que llevaba una vida normal.

Siempre he pensado que no hace falta ser un maníaco para hablar de gore o hacer una película gore. Lo que hacemos es una forma de desdramatizar algo que está en los medios a diario, darle otra vuelta para digerirlo. Es ficción, se crea un ambiente para disfrutar de la música.

Volviendo a la historia del death, cuando salió la Grind Magazine en España, que sacó cuatro o seis números, ¿tuvo alguna influencia? ¿Notaste algo? ¿Hubo una segunda oleada del extremo?

Tuvo su momento, pero se apagó rápido. Intenté distribuirla: contacté con la editorial para comprar ejemplares y venderlos por internet, pero era complicado. Vendí un taco que encontré en una papelería de Goya, pero no había un canal de distribución online.

De los sellos que salieron en esa época —Peaceville, Osmose, Century Media, Nuclear Blast, Relapse, Roadrunner, Candlelight…—, ¿qué opinas? No sé si es habitual en otros géneros que cada sello tenga una personalidad tan marcada y que identifiques un grupo por pertenecer a uno de ellos.

Es importante, pero depende de la finalidad del sello. Por ejemplo, Earache en los noventa dejó de lado el metal extremo, pasó por una etapa industrial y ahora publica pop y hip hop. Nuclear Blast, que estaba muy metida en death y grind, dio el salto al heavy metal y cambió su rumbo. Todos los sellos tuvieron una identidad marcada durante bastantes años, pero en cuanto empezaron a mezclarse con las grandes distribuidoras, la fueron perdiendo. Es cuando ya se desdibujó todo.

Hace un año, empecé a investigar de nuevo en grupos de Century Media y me encontré cosas que jamás hubiera imaginado que estuvieran ahí, como Mimi Barks, que viene a ser black trap, una artista que mezcla black metal con trap. Por curiosidad, me metí en el canal de Century Media y aluciné con lo que publican. Por ejemplo, tienen a Electric Callboy, que el año pasado encabezó festivales en Europa y este está programado junto a leyendas del metal. Es un grupo de metalcore muy festivo, con elementos de disco pop, un híbrido que hay que ver para entenderlo. Representa el metal de hoy: todo mezclado. Eso es lo que hay ahora: Century Media ya va a lo que va, le da igual la identidad. La identidad de los sellos dura lo que dura; cuando alcanzan cierta popularidad, se adaptan a lo que les dé más alcance.

¿En la época, cuáles de estos sellos y sus personalidades respetabas más o te sorprendieron? Imagino que Relapse.

Earache al principio, Relapse, Osmose, que también tenía bastantes bandas, y Nuclear Blast en sus inicios. A mediados de los noventa, sobre 1995, empezó el declive. Roadrunner, por ejemplo, dejó marchar a grupos como Immolation o Cynic, alegando que no sabían por qué los habían fichado. Muchos sellos grandes habían firmado a todo el mundo, igual que pasó cuando las multinacionales como Sony ficharon masivamente a bandas de metal. En pocos años, se deshicieron de casi todas. En ese mismo periodo, Carcass se pasó al heavy metal, Entombed al rock and roll… Hubo un cambio enorme, surgieron discos incomprensibles, fuera de su estilo original…

Y en paralelo aparecieron bandas que sí marcaron el metal de los noventa, como Machine Head o Pantera.

Siempre he dicho, medio en broma y medio en serio, que Pantera «jodió» el heavy metal. Cuando aparecieron, el thrash se acabó: todos los grupos quisieron hacer groove. El heavy metal entró en decadencia, quedando solo el power metal y otras vertientes, pero las grandes bandas de heavy dejaron de triunfar. De modo que, en España, en cada pueblo había un grupo intentando sonar como Pantera. Era más fácil: no hacía falta saber cantar bien ni ser un virtuoso. Antes, para ser heavy tenías que tocar y cantar de forma impecable, además de tener una presencia potente. Con Pantera, bastaba con una actitud agresiva del cantante y riffs simples de quintas.

No digo que ellos fueran malos; al contrario, tocaban de forma excelente. Pero simplificaron mucho el metal, lo hicieron más accesible para un chaval de catorce años que cogía una guitarra por primera vez, y eso lo cambió todo.

Pasados los años, es cierto que a principios de los 2000 empezó una recuperación: hacia 2005 volvió el interés por el heavy metal clásico y por un death metal más tradicional. Entre 1995 y 2005 hubo una caída, sobre todo en España, aunque aquí muchas tendencias llegaban tarde. Cuando algunos grupos españoles sacamos disco en 1996 o 1999, fuera el death metal ya había pasado su momento álgido, pero aquí vivíamos un segundo auge. En otros países hablan del declive, pero en España, en esos años, estaba subiendo. Cuando en 1996 sacamos el primer disco de Avulsed, Eminence in Putrescence, estábamos a tope, y en 1999, en cualquier ciudad de España, llenábamos salas de trescientas personas, que estaba muy bien. Eso era «petarlo» aquí. Luego, a principios de los 2000, bajó un poco, pero en España siempre vamos más tarde. Aunque escucháramos los discos al mismo tiempo, el movimiento y la ola de público llegaban después.

En Repulse abriste un poco más el abanico en lo que fichabas. El ejemplo más claro sería Golgotha.

Sí, mucha gente me ha dicho después «¿cómo sacas esto en Repulse?». Pero hay que recordar que la primera referencia del sello fue Golgotha. No he sido nunca purista, después saqué grindcore, death metal, black metal…

La tienda que abriste en la calle Amaniel era una institución.

Estuvimos desde 1995 hasta 2001. Vendíamos mucho, teníamos hasta cinco personas trabajando, y hacíamos envíos por toda España con el catálogo impreso, que era muy famoso. Luego empezó a bajar. La piratería y, sobre todo, internet nos afectaron mucho. A finales de los noventa, en la tienda física entraba una o dos personas al día. La convertimos en mitad oficina y mitad tienda: trabajábamos y, si entraba alguien, le atendíamos. Después ya nos fuimos a una oficina cerrada.

En los buenos tiempos, la gente iba a la tienda y se quedaba un rato, a echar la tarde. Nos llegaron a decir que solo faltaba poner cacahuetes y cervezas, porque parecía un bar. Muchos no compraban nada, solo quedaban allí con sus colegas… Al final tuve que quitar hasta el teléfono, porque había gente que me llamaba para preguntarme por los grupos y la conversación acababa siendo el teléfono de la esperanza del metalero. Me tenían horas.

Yo lo que recuerdo era que podías escuchar los discos antes de llevártelos, que si no tenías ni idea, se te aconsejaba… Había una época en la que sabías más o menos lo que querías escuchar, pero no quién lo estaba haciendo… Nunca olvidaré que, tras atenderme pacientemente, Lucky me dijo: lo que necesitas es Arcturus. Y ese disco, Aspera Hiems Symfonia, me dejó tieso, a mí y a mis amigos del barrio, nos cambió la concepción de todo.

Claro, ese es el valor de una tienda física con gente que sabe recomendar. Me decías que te gustaba un estilo y yo te enseñaba todo lo relacionado que había. En tu caso, fue Arcturus, que sigue siendo uno de mis discos favoritos de black metal.

Siempre intenté que el catálogo impreso estuviera lo más cuidado posible. Cuando ya solo trabajábamos online, seguí escribiendo descripciones detalladas. No me gustaba el formato de «título-género-formato» y nada más. Yo explicaba si era un death metal atmosférico, brutal o técnico, y lo hacía en tres líneas para que fuera breve pero preciso. Eso permitía que la gente se guiara por la descripción, incluso si no conocía la banda.

¿Con The Mist te intentaste subirte al carro de la moda que había creado el cambio de estilo de Sepultura?

No, simplemente escuché un disco que me gustó y decidí sacarlo. Hay gente a la que le parece bueno, y otra a la que le resulta soso, pero a mí me caló. Llegué incluso a hablar con Jairo, que en ese momento era su guitarrista. Me propuso hacer un proyecto en plan Samael, algo de dark metal, y estuvimos a punto de empezarlo. Al final no cuajó. Ahora él está con The Troops of Doom, que son como la etapa clásica de Sepultura. Los ha editado el sello del cantante de Moonspell, han sacado un par de discos y, aunque no es una banda que vaya a arrasar, tiene su interés.

Con Ouija te pasaste black metal…

Bueno, más que pasarme, simplemente lo edité. Siempre he tocado todos los palos, death, grind, doom, black… Cuando llegó el auge del black metal, fue curioso, porque ellos venían de criticar al death metal diciendo que era light metal porque estaba de moda y ellos eran los «auténticos». Y luego resulta que el black se convirtió en la moda del siglo, abriéndose a influencias más blandas que ninguna: teclados, atmósferas… Creo que, en ese aspecto, se vendieron más que el death metal. Pero vamos, nunca he intentado subirme a una moda concreta, solamente he buscado variedad en mi catálogo. En Xtreem Music empecé muy abierto y con el tiempo me fui cerrando, hasta quedarme casi solo con death y thrash, porque el brutal death, el grindcore, el doom y el black dejaron de vender.

¿Ahora ya no vende el black metal?

Algo se vende, pero muy poco. Nada que ver con el auge que vivió, sobre todo cuando Dimmu Borgir explotó, acompañado del death sueco melódico tipo In Flames o Dark Tranquillity. En esa época era accesible para cualquier heavy, y si además lo sacaba un sello grande, la moda estaba garantizada. Las discográficas estudian las tendencias y apuestan por lo que creen que va a pegar. Y lo que ponen en los estantes de las tiendas, eso es lo que la gente va a escuchar. Los que sabemos lo que queremos somos un sector reducido. El resto son como el gran público en cualquier estilo, consumen lo que les ponen delante. Hoy escuchan Amon Amarth, mañana Avenged Sevenfold, pasado Electric Callboy… Les da igual, porque es lo que les venden.

Dave Rotten para Jot Down

Tienes más grupos, cada uno de un estilo diferente.

Sí, en Avulsed siempre empecé cantando gutural, pero con el tiempo he ido incorporando hasta cinco tipos de voces. Sobre todo en directo las he variado más. En los otros proyectos siempre he buscado un estilo concreto y he tratado de cantar de forma diferente en cada uno, para probarme a mí mismo dentro del metal extremo, no en heavy metal. Hay cantantes que, en cualquier proyecto, cantan igual. Por ejemplo, Martin Van Drunnen de Asphyx canta en cinco grupos distintos y todos suenan igual: death metal y punto, solo cambia el nombre de la banda.

Puede que lo hagan porque quieren que se les reconozca por esa voz. Yo tengo mi voz de Avulsed, pero también quiero saber cómo sueno en thrash, en grind, en black o en lo que sea. Incluso me gusta que digan: «No pensaba que pudieras poner esa voz». Me interesa ser versátil, tener diferentes rangos para defender distintos estilos. Cantar en Holycide me exige mucho más que en Avulsed. Es mucho más duro para mí. En cada proyecto adapto la voz. Si el grupo es doom, como Famishgod, uso una voz gutural, pero más arrastrada, solemne y sostenida.

¿Nunca te has planteado incluir todas esas voces y estilos en un mismo proyecto?

No, la verdad es que no. No soy muy vanguardista ni de hacer experimentos. Los experimentos pueden salir bien o mal. Para que funcionen tienes que ser un genio, como Devin Townsend o Tom Warrior, que tienen una visión clara y saben cómo trasladarla. Si experimentas sin saber qué quieres hacer o mezclas demasiadas cosas, puedes acabar haciendo una cagada. A mí me gusta el chorizo, pero no se lo echo a todo: hay que tener arte para eso. Nunca he sido experimental ni vanguardista.

Hay un momento muy definitorio del declive del metal extremo, que es cuando Scott Burns se pone a estudiar informática. El productor que había firmado discos históricos en el estudio más famoso del mundo, decide apartarse del tema para poder comer. ¿Has visto casos así en tu entorno?

Sí, sobre todo en gente de sellos. El de Displeased Records, de Holanda, dejó el metal extremo y empezó a vender discos de Lady Gaga y cosas así. Me lo dijo él mismo. Eso fue hace unos quince años, después dejó el sello por completo. En otros casos, la gente ha cambiado de negocio. Un contacto mío en Barcelona dejó de vender discos para meterse en el mundo de la alimentación japonesa y acabó vendiendo noodles. Muchos han cerrado sus sellos porque no tiraban adelante.

Después de que se hundiera Repulse por la piratería, ¿cómo montas Xtreem Music? ¿Por qué perseverar en lugar de irte, por ejemplo, a estudiar informática como Scott?

Un año antes de que Repulse cerrase, en 2002, ya estaba montando Xtreem Music como un portal, un webzine para promocionar bandas, con críticas, entrevistas… Lo preparé pensando en que, cuando Repulse se fuese a pique, porque ya lo veía venir, tener algo listo. Y así fue: en 2002 Repulse cerró, yo me quedé con parte del catálogo inicial y empecé a tirar.

Yo todo lo que gano lo reinvierto. Vivo con lo justo. Ha habido momentos más apretados, pero nunca he tenido ahorro, coche en propiedad ni casa en propiedad. Hace poco mi mujer y yo conseguimos un préstamo para comprar una casa en un pueblo, porque en la ciudad es imposible y nos hemos mudado. Siempre he seguido en función de lo que entraba. Algunos años he sacado pocas ediciones, pero siempre he intentado mantener actividad. Soy un «yonqui» de la edición de metal extremo (risas).

Comentabas que te cuesta hacer una lista con los diez mejores discos de death metal del año porque hay mucha reiteración y poca chispa.

Sí, hace años que no hago un top 10. Cada vez hay más discos que están bien, pero pocos que me calen. La gente tira más por lo antiguo. Quizá sea normal: son treinta años de estilo. Led Zeppelin y Black Sabbath duraron apenas cinco, y en el 77 ya estaban agotados. El metal sigue, hay muchos grupos y sellos, pero desde que no se venden tantas copias físicas todo ha cambiado. El digital, Bandcamp, etc., no da para vivir.

También decías que muchos grupos hoy se autoeditan pensando que llegará Nuclear Blast y los pondrá en el mapa.

Claro. Antes el recorrido era otro. Grababas una primera maqueta, luego una segunda, un EP, un split… y el primer disco llegaba años después, con experiencia y un estilo definido. Ahora muchos debutan directamente con un álbum y al año siguiente ya no lo soportan. Antes, esa progresión te daba nombre y te enseñaba a grabar en estudio. Hoy algunos piensan: «Me fabrico quinientos CD y me forro», pero no tienen canales de distribución, no saben a qué medios mandar el disco ni siquiera cómo enviarlo al extranjero. Y luego se comen las copias.

Después de tantos años, imagino que hay mucha gente atenta a lo que publicas.

Sí. La identidad del sello hace que, cuando saco algo nuevo, haya un público que lo escucha aunque no le guste todo. Saben que no voy a sacar basura.

Te quejas también de que las redes sociales han hecho que el metal sea demasiada imagen…

Sí. La imagen del metalero ya es casi un cliché: o eres de chaqueta con parches y tatuajes hasta la barbilla, pelo de peluquería y ropa de marca… o eres un «metalero informático», como los llamo yo: te sientas frente al ordenador, coges la guitarra y tocas metal. El black metal ha perdido la esencia que tenía; ahora es otra cosa. De ahí han salido esos grupos con flores, peinados, zapatitos… Es el «black hipster». Y al final todo se mezcla. Escuchas Electric Callboy y cierras el círculo.

Frente a esto, hay gente que solo escucha metal hasta los noventa y, como te descuides, solamente demos, nada de discos.

Claro, porque ahí en las demos está la esencia de por qué nace un grupo. Siempre digo que, cuando una banda se forma, lo hace para hacer un tipo de música muy concreto. Luego evolucionas: ya no tienes dieciocho, ahora tienes veintiuno, una novia, un trabajo… y a lo mejor ya no te apetece tanto hacer goregrind, sino rock and roll. Y pocos seguimos el camino hasta el final.

Poder escuchar música solo apretando un botón, cualquier disco en cualquier lugar ¿le ha quitado magia?

Totalmente. Antes machacabas un disco hasta aprenderlo de memoria. Ahora puedes escuchar cuarenta en un día, pero en realidad no escuchas ninguno entero. Y eso si consigues que alguien le dé al play. En redes es difícil lograr que alguien escuche más de tres minutos.

Además, la cantidad de grupos se ha disparado.

Cada día nacen y mueren bandas. Los sellos cada vez apuestan menos por grupos nuevos: prefieren hacer «supergrupos» con músicos ya conocidos, porque tienen pedigrí y no necesitan demo.

Por último, ¿qué ha significado todo esto para tu vida? ¿Alguna reflexión?

Todo. Mi vida gira en torno a esto desde que empecé con mi fanzine y mi primer sello. Es lo único que sé hacer. Me sacas de aquí y lo único que puedo hacer es diseño gráfico, pero porque he aprendido por el camino al lanzar discos. Esto es lo que me apasiona, donde me siento a gusto y lo que controlo. Para mí es la expresión máxima de la brutalidad musical. El thrash tiene su agresividad, el grindcore es más creativo, el black tiene misterio… pero el death es brutalidad sonora pura; algo que nos relaja. No es que busques ponerte frenético, puedes quedarte dormido escuchándolo.

Dave Rotten para Jot Down