Marta de la Rica renueva una casa solariega del siglo XVI para su cuñada en Sepúlveda, la condesa Gil de Biedma, y su familia.

Cuando Marta de la Rica contempló por primera vez la grandeza de la Casa del Conde, la interiorista sintió el peso de la historia. Situada en lo alto de las colinas de Sepúlveda, en Segovia, la casa solariega del siglo XVI, con su mampostería cubierta de enredaderas y aspecto de fortaleza, ha pertenecido a un linaje noble desde la Edad Media, y fue el hogar de la infancia de la cuñada de Marta, la condesa Pino Gil de Biedma. Aunque Pino no había vuelto desde la muerte de su padre, hace 17 años, momento en el que la Casa del Conde pasó a manos de otros familiares en 2021 y que ella reclamó.

“Más que creer que volvía a ser mía –porque nunca dejé de sentirla así–, me centré en mi familia y en el proyecto que teníamos por delante”, dice Pino, empresaria que comparte la villa con su marido, el financiero Borja de la Rica (y hermano de la diseñadora), sus dos hijos pequeños y seis perros, desde un teckel hasta un mastín. Una reforma en los años 70 añadió baños en suite, mientras que la última trajo aire acondicionado y nueva electricidad. Entonces, la interiorista se volcó en el proyecto para hacer del interior “una decoración medieval con una mezcla de cosas de hoy en día”.

Las rayas de la pared están pintadas a manos con los tonos Studio Green y Sudbury Yellow, de Farrow & Ball. “Es casi como un circo”, dice Marta de la Rica sobre las paredes, que se unen a unas sillas de tartán, tapizadas con la tela Braemar, en el tono Russet, de Mulbery Home. La taxidermia hace un guiño a las tradición de la familia por la caza.

© Pablo ZamoraMaximalismo y recuerdos de familia

Antes de que las vigas volvieran a su roble original, la interiorista se quedó en silencio en una de las habitaciones del piso de arriba, contemplando a través de la ventana el valle a sus pies. “Escuché lo que me decía el lugar”, recuerda Marta. “Este pueblo castellano tiene un ritmo antiguo que hace hincapié en la moderación y el respeto”. Esto último se da por supuesto, y aunque la casa roza el maximalismo en un derroche de color, estampados y objetos, la sobriedad “parte de la sencillez”, explica la interiorista, centrándose en materiales honestos y piezas con procedencia.

Muchos de los muebles tienen orígenes familiares, como un medallón de bronce del primer conde de Sepúlveda y una alfombra de lana que perteneció a la abuela de Gil de Biedma. El padre de De la Rica, maestro anticuario, ayudó a conseguir todo, desde lámparas de araña hasta platería. “Sintió como si se le hubiera abierto el cielo. Se dio cuenta de que por fin podía comprar piezas para una casa en la que realmente cabrían”, dice la interiorista.

En el salón, un retrato de la Marquesa de Pontejos preside unas estanterías repletas de antiguos tarros de medicina de Gil de Biedma. Las paredes, en un suave tono gris francés y verde de Farrow & Ball, crea un entorno primaveral para dos mesas de centro octogonales gemelas y sillones florales envueltos en tela magnolia de GP & J Baker.

© Pablo Zamora

En la vista opuesta, el retrato del Marqués de Pontejos preside la chimenea. Un sofá tapizado en tela Yutes, de Barroco, divide la zona de asientos. Las mesas de centro a juego introducen una geometría sencilla, mientras que las cortinas de lino de Dedar suavizan la luz que entra por los ventanales.

© Pablo Zamora“El alma de Sepúlveda” invita al descanso y la relajación

Los aires medievales aparecen en el enorme tapiz flamenco del comedor, que representa una de las escenas de Las metamorfosis de Ovidio. En el salón, un tejido belga que representa a Julio César y Cleopatra en una cita en alta mar cuelga entre los retratos del marqués y la marquesa de Pontejos, obra del español Francisco Folch Cardona. Cada una de estas piezas centenarias ha formado parte de la finca solariega desde sus inicios.