Las alarmas han vuelto a saltar esta semana en el mercado de deuda, mostrando el frágil equilibrio en el que viven las endeudadas economías del mundo desarrollado con sus poderosos tenedores de bonos soberanos. Los protagonistas de esas tensiones no son ya los países de la periferia europea, hoy alumnos casi sobresalientes en el control de sus cuentas públicas, sino gigantes como Estados Unidos y, en menor medida, Reino Unido y Francia, a los que el mercado saca de forma cada vez más recurrente los colores por sus elevados, y crecientes, niveles de deuda y déficit público. El rendimiento del bono de EE UU a 30 años alcanzó esta semana la cota del 5%, mientras que la rentabilidad del británico al mismo plazo tocó máximos de 1998. Los inversores se muestran temerosos a prestar a tan largo plazo, incluso a la mayor economía del mundo, en una desconfianza que se contagia a otras geografías. La rebaja de las tensiones, o su peligroso incremento, dependerá de factores económicos, políticos, y también judiciales, que tienen a los inversores en guardia.
Aranceles e independencia de la Fed
Estados Unidos es el epicentro de las tensiones y también el punto de partida para aliviarlas. Los rendimientos de los bonos ya se moderaron este miércoles con la publicación del dato de ofertas de empleo en julio, que cayeron al nivel más bajo en 10 años. Es un nuevo indicador que muestra la debilidad del mercado laboral de EE UU y alienta aún más las expectativas de recortes de tipos en EE UU: los futuros ahora dan una probabilidad del 97,4% a una rebaja en la cita de septiembre y empiezan a contemplar un total de tres recortes, en lugar de dos, antes de que termine el año. El dato que se conocerá este viernes sobre creación de empleo será aún más determinante para esas apuestas. Los economistas prevén que en agosto se hayan creado unos 75.000 puestos de trabajo en EE UU. Y cuatro meses consecutivos de crecimiento del empleo por debajo de los 100.000 puestos de trabajo supondrían el periodo más débil desde el inicio de la pandemia en 2020. Más madera para los recortes de tipos.
Con tipos de interés más bajos, los rendimientos de los bonos deberían ser menores. Pero para afrontar el elevado déficit y deuda pública que soporta EE UU no solo basta con un precio del dinero más bajo. Los inversores se inquietan ahora ante la posibilidad de que Trump no vaya a disponer de los ingresos millonarios a cuenta de los aranceles con los que cuenta para tapar el déficit. Un tribunal de apelaciones de Estados Unidos ha declarado ilícitos la mayoría de los aranceles que ha impuesto la Administración de Donald Trump al resto de países del mundo. Todo un varapalo para la política exterior de la Casa Blanca y también la económica: la Oficina Presupuestaria del Congreso, de carácter no partidista, pronosticó el mes pasado que los aranceles de Trump aumentarían los ingresos del Gobierno estadounidense en 4 billones de dólares durante la próxima década. Esto ayudaría a financiar los recortes en la recaudación que traerá la reforma fiscal lanzada por Trump, que se prevé que aumente el endeudamiento en 4,1 billones de dólares durante el mismo periodo.
El presidente de EE UU ya ha acudido al Supremo, donde los jueces conservadores son mayoría, para que avalen los aranceles, pero ante ese nuevo proceso judicial, los bonistas ya han hecho notar su inquietud. No hay que olvidar que las agencias de rating S&P y Fitch ya señalaron que los ingresos por los aranceles son un factor de peso en su decisión de no rebajar la calificación soberana de EE UU.
Al mercado también le preocupa la independencia de la Fed, atacada a un nivel sin precedentes en EE UU con el despido de la gobernadora Lisa Cook. La intervención de Trump en el banco central y su aspiración nada disimulada para que propicie bajadas de tipos restaría credibilidad a la institución, la cualidad más preciada de un banco central para que los inversores adquieran la deuda soberana de un país. “Perder la independencia es una cosa, pero perder la credibilidad es otra. La situación exige prudencia en los tipos a largo plazo: si el banco central pierde su independencia y, posteriormente, su credibilidad en un entorno de inflación creciente debido a los aranceles, y dado que las previsiones de inflación de los hogares aún no se han estabilizado, no se puede descartar una nueva oleada de inflación”, advierte Benjamin Melman, CIO Global en Edmond de Rothschild AM.
Reino Unido y sus presupuestos
Los inversores parecen querer curarse en salud con la deuda británica, aún con el recuerdo de como la exprimera ministra conservadora Liss Truss dinamitó el mercado con el anuncio de una drástica rebaja de impuestos. Reino Unido soporta una inflación aún elevada, que dificulta rebajar los tipos para financiar una abultada deuda, al filo del 100% del PIB. El pago de intereses de la deuda y la renuncia a recortes en prestaciones sociales ha estrechado el margen de maniobra para equilibrar las cuentas públicas. En el presupuesto del año pasado, la titular de Hacienda Rachel Reeves aumentó los impuestos en 40.000 millones de libras, la mayor subida en más de 30 años, algo que ha prometido no repetir. Reeves presentará su presupuesto anual el próximo 26 de noviembre y ha insistido en que mantendrá un estricto control sobre el gasto para contribuir a reducir la inflación y los costes de endeudamiento, un anuncio que ha calmado de momento a los inversores. “Los mercados de bonos del Estado están en alerta máxima ante los presupuestos de otoño, y las constantes especulaciones sobre las propuestas fiscales no ayudan en absoluto, pero, por el momento, el Reino Unido no es una excepción en los mercados de bonos mundiales”, señala Matthew Amis, director de inversiones y gestión de tipos de interés de Aberdeen.
Francia y la crisis política
Es otro de los focos de tensión en la deuda soberana, aunque de un alcance por ahora más local. El primer ministro François Bayrou se someterá este lunes día 8 a una moción de confianza con la que sacar adelante unos presupuestos que incluyen recortes por 44.000 millones de euros con los que embridar un déficit público cercano al 6%. Pero Bayrou tiene muy pocas posibilidades de éxito, a la vista de la ronda de contactos políticos mantenidos esta semana, con lo que Francia se aboca a una nueva crisis política, aún sin un gobierno capaz de equilibrar las cuentas públicas, según reclaman los inversores. La prima de riesgo francesa ha trepado a los 80 puntos básicos, máximos de abril, y según estima la gestora gala Carmignac se podría disparar a los 100 ante una convocatoria electoral.