La muerte de Giorgio Armani (1934–2025, Piacenza, Italia) no solo deja un vacío en el mundo de la moda, sino también en el universo de la arquitectura y el diseño. El propio creador reconoció en su última entrevista al Financial Times que su único “arrepentimiento en la vida fue pasar tantas horas trabajando y tan poco tiempo con amigos y familiares”. Quizá por eso su casa en la Via Borgonuovo, en pleno barrio de Brera, adquirió un valor tan especial: un palacio del siglo XVII que convirtió en refugio personal desde 1982.
Allí, lejos de los focos, configuró la más acertada extensión de sí mismo, un espacio que destila sobriedad, armonía y proporción, concebido no para recibir multitudes, sino para disfrutar de la calma y la compañía más cercana.
Armani recordaba con nitidez el instante en que la descubrió: “Todavía recuerdo cuando la encontré y fui abriendo todas las ventanas en cada una de las habitaciones, en cada salón; me sentí en casa”. Con la ayuda del arquitecto Peter Marino, transformó el histórico palacio en un lugar de calma, concebido no para la representación social, sino como un refugio íntimo en el que relajarse y compartir momentos con sus amigos más cercanos.
Un palacio del XVII que cautivó al diseñador
El propio Armani lo confesaba en una entrevista: “Me he cambiado muchas veces de casa en Milán, pero ninguna me ha transmitido la sensación que me dio la de Via Borgonuovo al verla por primera vez. Al fin y al cabo, es algo normal: o es un amor a primera vista, o todo lo contrario. Me mudé en 1982 y jamás, ni por un segundo, me he querido ir, porque es el sitio en el que soy capaz de relajarme por completo”. La vivienda, ubicada en un palacio del siglo XVII en una de las zonas más elegantes de la ciudad, refleja el lado más culto y humanista de Milán.
El refugio milanés del diseñador construido en tres plantas
Distribuida en tres plantas, la vivienda se articula en torno a una escalera de metal negro diseñada en su propio estudio de arquitectura. A través de ella se conectan los distintos ambientes: cinco dormitorios, varios salones, un comedor que él mismo definía como “el lugar más concurrido de la casa”, un spa, un gimnasio y, en el último piso, su despacho, al que llamaba “mi refugio dentro de mi refugio”. Cada estancia revela la misma disciplina cromática y atención al detalle que marcaron sus colecciones, con una paleta dominada por grises, beis y blancos, acompañada de acabados lacados en negro.
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Las estanterías de la biblioteca, bañadas en ese acabado negro, son un buen ejemplo de cómo Armani combinaba funcionalidad y estilo: los libros se ordenan en categorías (moda, cine, teatro, historia, arte, arquitectura y diseño) como si fueran parte del mobiliario. Los sofás, butacas y lámparas de Armani/Casa refuerzan esa idea de continuidad entre su mundo creativo y su vida privada.
El mobiliario se acompaña de objetos personales y recuerdos de viaje como budas de cobre traídos de Tailandia, un bonsái metálico regalado por amigos, un camaleón decorativo, jarrones chinos o panteras de bronce. Cada pieza tiene un valor emocional y añade calidez frente a la sobriedad de los materiales.
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En la parte superior, su despacho —“mi refugio dentro de mi refugio”— concentra obras de artistas como Antonio López, Bruce Weber, Herb Ritts, Francesco Clemente o Richard Gere, confirmando el lugar de la casa como autobiografía cultural.
En palabras del propio Armani, su objetivo siempre fue crear un ambiente dedicado a la tranquilidad y el confort. Una síntesis en la que conviven toques orientales, referencias al art déco y guiños al arte moderno. Todo ello en un marco donde los materiales, lejos de ser decorativos, funcionan como portadores de energía y equilibrio.