Exposiciones
Por Clara González Freyre de Andrade
Como homenaje al 150 aniversario de la muerte del pintor francés, la obra más emblemática de Millet, famoso por sus retratos del trabajo en el campo, puede verse en una exposición de la National Gallery de Londres
Al caer el sol, dos campesinos detienen sus labores en el campo. Recogidos sobre sí mismos, con sus rostros casi ocultos por la penumbra, dedican ese pequeño instante al rezo de la tarde, el mismo que marca el fin de su jornada y que da nombre a la obra: El Ángelus. En la pintura de Jean-François Millet no hay rastro de grandilocuencia; solo tierra, cansancio y un momento de recogimiento. Pero fue precisamente en esa aparente sencillez donde muchos artistas encontraron algo hipnótico, incluso perturbador.
Salvador Dalí por ejemplo, convirtió esta obra en una obsesión, incluyendo referencias a sus figuras en numerosas de sus pinturas, convencido de que escondía un trasfondo oscuro. Vincent Van Gogh, por su parte, copió e interpretó infinidad de sus obras. Edgar Degas y Camille Pissarro también quedaron fascinados por su manera de captar la luz.
Criado en una familia de agricultores, Millet conocía de primera mano lo que significaba trabajar la tierra. Por eso, cuando se convirtió en pintor, supo retratar ese mundo sin filtros. Aunque a primera vista sus lienzos pueden parecer idealizados, su lugar dentro del Realismo, una de las corrientes artísticas imperantes en la Francia del siglo XIX, se debe a su forma de romper con las visiones pastorales bucólicas tan comunes en el momento. Por el contrario, él ofrece una imagen de dignidad del campesinado, al que convirtió en protagonista indudable captando no solo sus labores, sino su humanidad. No deja que olvidemos que, tras esos trabajadores rurales, había personas con sueños, ideas y emociones.
Ahora y hasta el 19 de octubre, el emblemático lienzo, parte de la colección del Museo de Orsay de París, puede verse en la National Gallery de Londres. Es la joya de la corona de Millet: Life on the Land, una exposición humilde pero potente surgida para conmemorar el 150 aniversario de la muerte del pintor francés a través de una cuidada selección de algunos de sus dibujos y pinturas más queridas.
El pintor de la tierra
Para quien observa por primera vez sus pinturas, Millet podría considerarse como un genio del paisajismo. En parte es verdad: nadie supo plasmar el mundo rural y de la tierra como él. Esta última siempre aparece evocada en su obra, a través de sus tan característicos tonos ocres. Pero a diferencia de otros pintores adscritos a este género y que conocemos bien, como Caspar David Friedrich, John Constable o J. M. W. Turner, más allá del mundo natural, el artista francés siempre puso como protagonista de su arte a la figura humana. Y lo hizo con una particularidad: aún cuando aparecen en pareja o en grupo, sus personajes se muestran aislados, encerrados en un silencio propio.
Esa forma de representar a los campesinos, monumentales y en un instante convertido en atemporal, levantó reacciones opuestas casi desde el principio. Para algunos críticos, Millet era un pintor subversivo, demasiado atento a las clases humildes; para otros, era casi como un poeta capaz de devolver la grandeza a lo cotidiano. El aventador, presente en la muestra, es una de las primeras obras en las que Millet aborda el tema del trabajo en el campo. Fue presentada en el Salón de París de 1848, espacio en el que el artista empezó a darse a conocer y en el que la pintura recibió una muy buena acogida. Pero no siempre fue así. Obras como Las espigadoras, por el contrario, fueron leídas como una visión excesivamente crítica de la desigualdad, considerándose “peligrosa”.
Nacido en una familia de campesinos de Normandía, Millet recibió una buena formación artística en París. Sin embargo, pronto decidió centrar su área de interés en la representación de la pobreza asociada al mundo rural. Su etapa más conocida (y también la más importante) se inicia en 1849, una vez asentado en Barbizon, un pequeño pueblo junto al bosque de Fontainebleau. Desde entonces y hasta su muerte, en 1875, se convirtió en uno de los líderes de una escuela de pintores bautizada con el mismo nombre de la localidad, al sur de París. La mayoría de ellos se centraron justamente en el tema del paisaje, el cual exploraban siempre bajo un prisma realista.
Millet, que prefería la verdad antes que la belleza, transitaba los límites de dicho género en pos de la representación humana, de la que él mismo se sentía parte. “Campesino nací, campesino moriré”, llegó a afirmar.
El secreto oculto tras el cuadro
La historia de El Ángelus es de origen inocente. Nada tiene que ver con el sentimiento religioso al que evoca su título, tampoco con algún tipo de denuncia social; tal y como señaló el propio autor, su germen se encuentra en un tierno recuerdo infantil. “El Ángelus es un cuadro que he realizado pensando en cómo, trabajando antaño en el campo, a mi abuela no se le escapaba, cuando oía tocar la campana, hacer que nos detuviéramos en nuestra labor para rezar el ángelus por estos pobres muertos”, afirmaba Millet en 1865.
Sea como fuere, su obra despertó pasiones. Van Gogh, por ejemplo, veía a Millet como el verdadero pintor de los campesinos. Por eso, copió y reinterpretó muchas de sus obras, tratando de absorber algo de la mirada que tanto admiraba en el francés. Hace poco, hablábamos en El Grito de El sembrador al amanecer, un lienzo del propio Van Gogh que sirvió al papa León XIV como metáfora de fe y que bebía directamente de una de las composiciones de Millet. Pero como ya vemos, esta no fue la única. Y entre las obras que despertaron el interés del artista holandés estaba El Ángelus, obra que presumiblemente conoció a través de un grabado enviado por su hermano Theo. En una carta escrita en 1874, Van Gogh resumía el poder de esta pintura con sencillez, de forma concisa: “Sí, ese cuadro de Millet, El ángelus de la tarde, eso es todo. Es rico, es poesía”.
Radicalmente distinta fue la experiencia de Salvador Dalí con respecto a esta. Para el pintor catalán, no había rastro de ternura ni paz campesina, ni mucho menos de poesía. El lienzo se convirtió para él en obsesión, incluyendo sus figuras en numerosos lienzos y publicando 1932 El mito trágico del Ángelus de Millet, un texto en el que aseguraba que la pintura ocultaba un secreto perturbador: no eran dos campesinos rezando al final de la jornada, sino una pareja velando a su hijo muerto. Convencido de su teoría, logró que el Louvre realizara un estudio radiográfico a la obra que reveló bajo la cesta de frutas una masa oscura y rectangular que el pintor identificó como el ataúd de un infante. Según sus ideas, el pintor habría decidido tapar este elemento para evitar perturbar a la audiencia. Con este hallazgo, Dalí encontró lo que para él era la raíz de sus obsesiones con esta pintura, la cual ligó a su propia biografía: la muerte de su hermano mayor, previa a su nacimiento, le hizo heredar su nombre. Curiosamente, una experiencia compartida con el propio Van Gogh.
El contraste entre la lectura poética y la visión siniestra de ambos artistas solo demuestra hasta qué punto Millet fue capaz de crear imágenes universales. Con la sencillez por bandera, supo plasmar el esfuerzo cotidiano de unas figuras hasta entonces invisibilizadas y cuyas historias nos siguen atrapando incluso en la actualidad. Esa capacidad de despertar fascinación es, en gran parte, lo que mantiene viva la obra de Millet incluso siglo y medio después de su muerte.