Hay un latido en las novelas de Sara Jaramillo Klinkert (Medellín, 1979) único. Un trasiego entre fantasía y realidad despampanante y enriquecedor, que turba y despabila a quien lee en un equilibrio inusual y magnético. Además, a todas estas habilidades que posee la narrativa de la escritora colombiana hay que añadirle, tras leer su última novela, ‘El cielo está vacío’, la forma en que revaloriza la inocencia humana pese al tema que trata en sus páginas. Jaramillo Klinkert ha escrito una historia fascinante, arraigada a sus predecesoras, pero con un aire nuevo que la distingue y la convierte en el artefacto más perfecto de su universo literario. Un viaje desde la naturaleza colombiana a Londres; una obra mucho más veloz, libre y natural que todo lo escrito con anterioridad. Klinkert destrona con esta novela su propia perfección.
No imagina el lector cuando recibe o compra este libro la pureza con que la autora cuenta el dolor, la precariedad, el miedo, el desasosiego en esta nueva novela de la admirable Jaramillo Klinkert.
No tiene miedo a desvelar que la vida es un paraíso tóxico. Y lo hace con una precisión visual valiosísima, hay párrafos que arden como lo hace el bosque que escoge un pirómano. Pero el fuego que desprenden es sanador y cualitativo.
“¿A qué va un inglés a Colombia si no es a hacer todo lo que aquí está prohibido? Se creen más civilizados, pero en el fondo, lo que pasa es que en sus países viven bajo mayor vigilancia y los rige una autoridad que sí hace cumplir las leyes, en los países tercermundistas, en cambio, tienen vía libre para hacer todo lo que quieran sin gastar mucho dinero y sin afrontar las consecuencias. La gente no se comporta bien o mal, la gente está bien o mal vigilada”.
“Hacia las nueve de la noche terminé de limpiar, hice cuentas y me sorprendí de mi hazaña. Llevaba once horas arrodillada frente a un dragón viejo, ni ante Dios me había postrado tanto tiempo seguido”.
Klinkert habla de la violencia, de la precariedad, del abuso, de la xenofobia, de las malas artes que escupen los supuestos países desarrollados. Y hace de El cielo está vacío una novela política profunda y necesaria. Hay confesiones de la protagonista que provocan escalofríos. Klinkert abunda en la violencia piramidal que golpea el mundo. Y lo hace sin recurrir a la provocación, pero también sin olvidar la necesidad de la denuncia, del canto extremo que para ser eficaz ella reclama. Su discurso es un río de agua limpia que cae sobre los pies heridos de los desheredados como la más hermosa y poética de las advertencias.
“Ese es tan solo otro de los problemas de los citadinos en los países desarrollados: se preocupan más por la emisión de dióxido de carbono de las plantas de interior que por los combustibles fósiles”.
El amor por la naturaleza de la protagonista es tan ejemplar que no busca ser ejemplarizante. Es tan vivificante y regenerador, que late y late hasta convertirse en el personaje más importante de esta novela. Es impresionante cómo escenifica Klinkert la redención ante el abuso continuado del que es objeto.
“Comprendo que hasta la naturaleza puede ser domesticada, la sola idea me sacude por dentro”.
Klinkert arma una batalla equitativa en la que convoca a todas las mujeres del mundo para hacer de la autobiografía una reinvención auspiciada por los vicios y la fragilidad humana. Y aniquila de manera magistral la virtud y su monstruosa omnipotencia contra la individualidad de la mujer.
“La imagen del bebé acude cada noche y se me roba el sueño. Es más real que un bebe real. Amanezco con los ojos llenos de caminitos rojos que van a todas partes y a ninguna”.
Jaramillo usa las metáforas con la fuerza arrolladora de quien sabe sustituir la verdad por una sustanciosa dependencia de la fantasía y de lo fantasmagórico. De esta forma consigue que sus verdades mantengan la frescura, que no sean especies invasoras, sino actuaciones humanistas llenas de relevancia. Klinkert posee una racionalidad interceptada por lo onírico.
Los giros fantásticos de esta narración son piruetas extremas que hacen comprender la magnitud de la novela y de lo contado. Una novela atravesada de principio a fin por la tragedia del padre muerto, pero con una entereza que dispara la imaginación de quien la sufre.
El cielo está vacío es un claro homenaje a Silvia Plath, en el que ambas autoras lloran al padre y reciben al hacerlo un futuro lleno de calles cortadas.
“Lloro porque, sin padre y sin dios, el cielo está vacío”.
La última novela de Klinkert es una novela ultra sensorial. Todo lo narrado se siente como propio. Te sumerge en una realidad cuya vocación es jugar con la carne de quien lee.
“Aún está oscuro cuando salgo a la calle, recibo el frío como un castigo que merezco.”
El cielo está vacío certifica la fuerza que poseen la imaginación y la justicia de su autora, siempre comprometida con la gran literatura.
En El cielo está vacío, Klinkert es otra y es la misma. Es la maestra de ceremonias que ofrece lo ancestral como bálsamo, como un juego libertario.
El cielo está vacío sorprende por su carnalidad y por la densidad del deseo derramado, mucho menos velado que en trabajos anteriores. En esta novela la fuerza de lo humano es descomunal.
Todas las páginas de esta novela miran a la violencia como pocas veces se ha mirado en la literatura. Sin miedo, sin prudencia, de esa forma en que la pólvora se encara con quien está dispuesto a prender la mecha para devorarla y, sin embargo, no implora a Dios para que levante el viento y deshaga su naturaleza.
Klinkert ha escrito una novela insolente y desacomplejada, una oda ardiente al origen.
Pensé que después de tres novelas Sara Jaramillo Klinkert no podría volver a sorprenderme, a desarmarme; por fortuna, me equivoqué y ha limpiado mi memoria de historias pasadas y ahora es El cielo está vacío quien posee su patria potestad.
‘El cielo está vacío’. Sara Jaramillo Klinkert. Lumen. 311 páginas.
La autora presenta su novela hoy, 6 de septiembre, en la librería Alberti de Madrid. A las 13.00 h junto a Inés Martín Rodrigo.
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Con ‘Mirar y ser mirada’, obtuvo el X Premio Nacional de Poesía Nicolás del Hierro. Fue finalista en el Premio Internacional Ciudad de Melilla. El año 2011 le trajo dos antologías de relatos: ‘Viscerales’, en Ediciones del Viento y ‘Narrando a contracorriente’, en Ediciones Escalera. Colabora como crítica literaria en el suplemento Artes & letras del Heraldo de Aragón. Ha publicado su primera novela ‘La inequívoca fragilidad de los mosquitos’ en Libros.com.
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