Seguramente muchos de ustedes lo conocen y también un pedazo de su historia: la del ejecutivo que un día dejó su trabajo estable para viajar por el mundo. Pero detrás de esa decisión hay mucho más: crisis, dudas, reinvenciones, miedos y, sobre todo, un camino hacia la autenticidad.
Christian Byfield es un colombiano que decidió reconstruir su vida desde cero, enfrentarse a sí mismo y contar historias que inspiran.
Christian Byfield viajó a México. Ha conocido más de 80 países y estrenó nuevo libro. Foto:@byfieldtravel
Ha visitado más de 80 países, escribió un libro –754 días– que ya va por su cuarta edición y que ha cambiado la vida de miles de lectores, y convirtió sus redes sociales en una plataforma para aprender, cuestionarse y ver el mundo desde otras perspectivas. Pero detrás de cada foto espectacular hay noches de ansiedad, madrugones infinitos, un trabajo constante por ser auténtico y una búsqueda permanente de propósito.
Por eso hace parte de ‘Los 40 de menos de 40’. Y por eso, esta conversación va más allá de los viajes: habla de valentía, de libertad, de miedos… y de cómo dejarlo todo sin arrepentirse jamás.
Christian, ¿en qué momento dejaste de ser “el que renunció para viajar” y te convertiste en alguien con propósito real?
En buena parte pasó cuando publiqué 754 días. Al principio, pensé que el libro sería una especie de bitácora de viaje, algo para compartir fotos y anécdotas. Pero lo que pasó después me cambió la vida. Recibí mensajes de todo tipo. Gente que me decía: “Gracias a tu historia renuncié a un trabajo que me estaba apagando”. “Mi familia me aceptó como soy, gracias a tu libro”. “Leí tu historia y me animé a estudiar aviación; hoy soy piloto”. En ese momento entendí que mi historia no iba de mí, sino de todos los que se ven reflejados en ella. No se trataba de mostrar que estaba en Australia o en África, sino de tocar vidas y abrir conversaciones sobre autenticidad, sueños y libertad. Ahí supe que mi propósito no era coleccionar sellos en un pasaporte: era conectar con las personas.
Tu libro es muy íntimo. ¿Cuál fue el capítulo más difícil de escribir y por qué?
Cuando hablo de mi homosexualidad, sin duda. Este libro era como mi diario, pero cuando llego a ese tema, entendí que había algo que mi cuerpo no era capaz de procesar. Crecí en una familia muy conservadora y, durante años, cargué con el peso del silencio. Aprendí a esconderme, a fingir que era alguien que no era, porque sentía que “por nada del mundo” podía salir del clóset. Cuando llegó el momento de escribirlo, fue durísimo. Mi cuerpo se resistía. Me temblaban las manos. Cada palabra que ponía en el papel era como quitarme una capa de miedo. Pero también fue liberador. Pude reconciliarme con mi historia y abrazar quién soy. De ahí nació un capítulo que amo profundamente: ‘Orgullosamente gay’. Pasé de la negación a la aceptación, de pensar “¿por qué soy diferente?” a decir “este soy yo, y está bien”. Ese proceso me tomó años, terapia y lágrimas… pero también me regaló paz.
¿Qué tiene que pasar para que alguien deje de vivir en automático y se atreva a cambiar?
Primero, hay que cuestionarse todo. Hay demasiada gente viviendo los sueños de otros: los de los papás, los de la sociedad, los del miedo. A mí me pasó. Trabajaba como ingeniero industrial, tenía estabilidad, ingresos… pero no tenía felicidad. Un día me pregunté: “¿Esto me hace feliz?”. La respuesta fue no. Y tomé la decisión de saltar. Sin plan B.
¿Cómo?… Saltar sin red siempre será tenaz, ¿no?
¡Claro! Pero mira, envié 400 correos a una revista para ofrecer mi trabajo como fotógrafo. No me respondieron ni uno. Seguí insistiendo. Toqué todas las puertas; me inventé caminos. Y descubrí algo importante: la autenticidad atrae. Cuando vibras con amor por lo que haces, todo empieza a moverse. Hoy vivo de algo que no estudié. No tengo un máster en escritura ni en fotografía, pero puse todo mi amor, disciplina y perrenque en aprender. La universidad de la vida me dio lo que necesitaba: perspectiva, resiliencia y la certeza de que arriesgarse vale la pena.
Pasaste por depresiones profundas. ¿Cómo se sostiene una marca basada en alegría y autenticidad sin dejar de ser honesto contigo mismo?
Siendo transparente. Las redes sociales suelen mostrar solo lo perfecto: playas paradisíacas, hoteles de lujo, experiencias soñadas. Pero detrás de cada foto hay trabajo, dudas y, a veces, mucho dolor. Durante la pandemia, por ejemplo, todo se detuvo. Terminé una relación, mis contratos se cayeron, mis ingresos se fueron a cero. Pasé de recorrer el planeta a quedarme encerrado en un apartamento, con el corazón roto y la cabeza llena de preguntas. Pude fingir que todo estaba bien, pero elegí lo contrario. Conté mis batallas, mis días grises, el cáncer de mi papá, los proyectos que no salieron. La gente conectó porque reconoció la humanidad detrás de la foto. No soy un turista eterno: soy un trabajador que eligió otro camino. Mi vida es maravillosa, sí, pero también imperfecta. Y eso está bien.
¿Hay alguna comunidad que hayas conocido y visitado que sientas que te haya transformado?
Sí, los mundaris, en Sudán del Sur. Pasé diez días viviendo con ellos. No hay electricidad, no hay internet, no hay agua potable. Pero hay algo que nosotros hemos perdido: conexión con lo esencial. Cada noche encendían un fuego, cantaban, bailaban. Los tambores sonaban bajo las estrellas y yo sentí algo que no había sentido nunca: plenitud. No había alcohol, no había distracciones. Solo comunidad, raíces, humanidad pura. Ese viaje me enseñó que la felicidad está en lo simple. Desde entonces, cada vez que miro las pulseras que me regalaron recuerdo que por más lejos que viaje, siempre hay que mantener los pies en la tierra.
¿Qué te conmueve de Colombia y qué te duele cada vez que vuelves?
Colombia me conmueve por su gente. La sonrisa fácil, la hospitalidad, el calor humano. Me subo a un taxi en Bogotá y termino hablando de la vida con el conductor. Voy a La Guajira, al Chocó, al Vaupés, y siempre encuentro brazos abiertos. Esa capacidad de hacerte sentir en casa, incluso siendo extraño, es un privilegio que no todos los países tienen.
Y lo que te duele…
Me duele la corrupción que carcome todo, la violencia que no cede, las oportunidades que se pierden. He recorrido los 32 departamentos y sigo convencido de que este país es uno de los más espectaculares del planeta, pero también uno que se sabotea constantemente. Amo su naturaleza, su diversidad, su cultura… y sueño con que algún día aprendamos a amarnos tanto como amamos nuestro territorio.
Has construido una comunidad digital enorme. ¿Cuál fue la clave?
Christian Byfield ha viajado por más de 80 países. Foto:@byfieldtravel
Ser auténtico y dar valor. Para mí, las redes no son solo escaparates de fotos bonitas. Quiero que la gente aprenda algo conmigo. Explico por qué los pingüinos hacen autopistas en la Antártida, cuento cómo llegaron los holandeses a Isla de Pascua, enseño tradiciones ancestrales de Etiopía o de Indonesia. Quiero que la gente viaje, pero también entienda el mundo. Además, mi comunidad viaja conmigo. En Namibia, por ejemplo, un seguidor me recibió en el aeropuerto, me hospedó y terminó enseñándome rincones que no salen en ninguna guía. Yo cuento esas historias y eso genera lazos reales. Tengo un mantra: “El mundo, su gente y sus creencias”. No juzgo; muestro. Y la gente conecta porque siente que no les vendo destinos: les comparto experiencias.
Dime la verdad: ¿se puede vivir de viajar y conservar la libertad?
Sí, pero hay que ser firme con los valores. Hoy vivo mejor que cuando trabajaba como consultor, pero aprendí a decir que no. Hay países, marcas y gobiernos que quieren que cuentes su versión. Hace poco, por ejemplo, me invitaron a promocionar Israel como “el único país ‘LGBT-friendly’ de la región”. Les agradecí, pero les dije que no. No quiero ser parte de narrativas que no comparto. Mi libertad es mi activo más valioso, y no pienso negociarla.
Si pudieras hablarle al Christian de hace diez años, ¿qué le dirías?
Christian Byfield ha viajado por más de 80 países. Foto:@byfieldtravel
Que se deje de dar tan duro. Que busque terapia antes. Que no tiene que demostrar nada para merecer ser amado. Le diría que confíe en la vida, que viva el presente y que deje de anticipar catástrofes que casi nunca ocurren. Hoy sé que abrazar la vulnerabilidad no te hace débil: te hace libre.
¿Qué estás soñando hoy que te dé miedo contar, pero que sabes que quieres hacer?
Conocer los 197 países del mundo. Llevo 80 y me faltan 117. Es un proyecto de vida. Lo hago ahora acompañado de mi pareja, que se sumó 100 por ciento a esta aventura. Queremos pasar meses en África, luego Oceanía… y vivirlo todo sin prisa. No coleccionar sellos, sino experiencias.
¿Qué tipo de huella quieres dejar en quienes no necesariamente quieren viajar, pero sí cambiar?
Mi mensaje no es “viaja por el mundo”. Mi mensaje es: cuestiónate. Pregúntate si los sueños que persigues son tuyos o heredados. Si amas lo que haces, perfecto. Si no, date permiso de probar, de cambiar, de fallar, de volver a intentar. La vida es demasiado corta para vivirla con guiones ajenos. Si logro inspirar a alguien a tocar guitarra, escribir, cambiar de carrera, viajar o simplemente ser más auténtico, habré cumplido mi propósito.
José Manuel Acevedo
Los 40 de menos de 40