Probablemente haya habido más personas siguiendo la polémica relativa al futuro Gran Premio de Fórmula 1 en Madrid que forofos esperando la carrera. Y es que cada vez hay un mayor ruido en torno al impacto (económico, social y medioambiental) que tienen los macroeventos deportivos sobre la vida local –también, incluso, culturales si se tratan de conciertos y el escenario es el Santiago Bernabéu–.

Los organizadores siempre hablan de cifras millonarias en términos de retorno, pero el ciudadano de a pie suele poner el foco en la dinamización que supone en su rutina: la masificación, el ruido y alguna que otra obra se convierten en su particular coctel molotov. En este terreno, el equilibrio entre beneficios y aceptación social se rompe con facilidad, salvo una excepción de dos ruedas e inercia muscular: la Vuelta Ciclista a España.

Su formato itinerante y su capacidad de llegar tanto a ciudades como al mundo rural le permite repartir riqueza por todo el territorio y evitar sobrepresiones en un único destino. El idilio iniciado hace 90 años entre La Vuelta y las localidades españolas por las que discurre genera hoy un impacto estimado de 6,7 millones de euros por edición –de los cuales, cerca del 80 % provienen de los diferentes patrocinios–. Una cifra que ratifica el papel de la gran ronda como tractor económico regional, con beneficios inmediatos —mayor consumo y ocupación hotelera— y efectos duraderos gracias a su proyección nacional e internacional.

Se trata de una competición transparente y accesible, que ha levantado en torno a sí una imagen asociada al turismo sostenible y a los valores del deporte popular. Una narrativa que contrasta con la percepción que envuelve el premio Fórmula 1. «La Vuelta ha construido un relato de integración territorial y valores tradicionales, mientras que la F1 ha derivado en un discurso politizado y con un enfoque elitista», recuerda Francisco José Pradana, director de postgrado en la Universidad Europea y experto en comunicación.

A lo largo de tres semanas, la Vuelta moviliza en torno a 3.000 personas que componen la caravana y genera alrededor de 250.000 euros diarios solo en hoteles y restaurantes. El Ayuntamiento de Bilbao calculó un beneficio económico de un millón de euros en 2022 al acoger una meta y una salida, que casi alcanza los dos millones si se analiza la repercusión que tuvo en todo el País Vasco. A estas cifras se suma un impacto publicitario total cercano a 100 millones y un considerable valor promocional dado que el pelotón y sus equipos abren horizontes turísticos en parajes menos conocidos, muchos de ellos vinculados a la llamada España vaciada.

De hecho, existen estudios que confirman que gran parte del público repite visita a los destinos descubiertos en el marco de la carrera. En esta línea, Castilla y León es una de las comunidades con mayor potencial para que los visitantes la descubran por la competición y regresen por la calidad de la localidad y las particularidades de sus parajes.

El patrocinio, clave en cada pedalada

El modelo de financiación de la ronda española se sostiene sobre dos pilares: el patrocinio privado y las aportaciones moderadas de las sedes. Carrefour es el principal patrocinador de la carrera, dando nombre al maillot de líder y asociándose a los valores de cercanía y territorio que caracterizan al evento. A esto se suma el canon que pagan los ayuntamientos anfitriones (entre 150.000 y 350.000 euros por etapa), una cifra que contrasta con los millones que requiere organizar un Gran Premio de Fórmula 1.

MiDebate

Suscríbete y recibe, en tu correo electrónico, un resumen semanal con lo más importante de la economía

Suscríbete

Nos definen los valores de los que nos rodean o con los que nos asociamos si hablamos en clave empresarial. La multinacional francesa, que lleva acompañando al pelotón 13 años, lo sabe y, en su rol de patrocinador, busca crear experiencias que pongan en valor la materia prima de cada etapa: quienes la habitan, lo que producen y el entorno que la envuelve. «La Vuelta es un punto de encuentro dado su carácter democratizador y abierto a todo el mundo. Más allá de una competición deportiva, su histórico ha logrado crear un contexto que inspira a llevar una vida saludable y sostenible. Junto a los responsables de la Vuelta, trabajamos en reforzar el vínculo entre comunidades y territorios».

De Valencia a Madrid

La Fórmula 1 se apoya en una lógica de concentración: un fin de semana que moviliza cifras millonarias –lejos de las del ciclismo–, pero que exige inversiones públicas de gran envergadura. A la vez, su rentabilidad depende de un modelo elitista basado en la venta de entradas premium y Hospitality VIP, lo que restringe su impacto social a unos pocos y aumenta la presión sobre los recursos públicos.

En concreto, la celebración del GP en territorio madrileño tenía la intención de que fuera financiado en su totalidad por un socio privado y se aseguraba que la competición llevaría a cabo «con la premisa de que no hubiera inversión de erario público». Sin embargo, no solo no se ha encontrado promotor dispuesto a asumir el riesgo, sino que va a suponer gastos públicos –y no bajos–. IFEMA es el socio local elegido como promotor y organizador, pero también una entidad consorciada por el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid.

Ambas instituciones son accionistas del centro ferial y, como tal, deben asumir los gastos que les correspondan. Unos gastos que, solo por las obras de construcción y habilitación del espacio, rozarían los 200 millones de euros, según previsiones –teniendo en cuenta los 47,5 millones aprobados ya en el Pleno del Ayuntamiento el pasado mes de febrero–. Intención de socio privado.


Imagen de recurso del centro comercial intu Xanadú

La experiencia valenciana es un recordatorio de los riesgos que entraña este tipo de proyectos. Sin embargo, el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Lo que se presentó también como un evento sin coste público acabó generando una factura superior a los 300 millones de euros y el rescate de la empresa organizadora. El circuito quedó en desuso tras apenas cinco ediciones y la Generalitat asumió deudas que todavía pesan en las cuentas públicas. Con esos antecedentes, las previsiones de gasto en Madrid auguran un escenario poco alentador si los ingresos privados no logran cubrir la inversión comprometida.

«La F1 que pretende proyectarse en Madrid ha caído en lo que llamamos “comunicación reactiva defensiva», explica el profesor Pradana. Así, el relato se ha construido sobre la justificación y la confrontación desde un primer momento. «La competición ha sido politizada y convertida en símbolo de ese ‘Madrid internacional’ de Isabel Díaz Ayuso, construyendo un proyecto más personal que común que ha generado división. A su vez, carece de transparencia informativa: sin informes de impacto verificables, su comunicación se ha basado en promesas no contrastadas que aseguran compensar generosamente los problemas que pueda generar», concluye el experto.