La literatura, en todas sus emanaciones y dispersiones, sigue siendo un asunto de valor indemostrable. Y no sólo por lo que dicen los famosos de internet, que a quién se le ocurre, por cierto, preguntarles, sino porque, más allá de su pretensión artesanal, y la del acuerdo más o menos tácito sobre lo que es y no es buena literatura, y que cada cual se las apañe, a veces le da por la irracionalidad y por ponerse incluso a oficiar milagros. Si la palabra es un instrumento versátil, que lo mismo sirve para comunicar desazón como para pedir sopa y hasta para decir soplapolleces y sugerir marcas de zapatos, su quintaesencia -en cuanto a desplazamiento y capacidad para viajar de la abstracción a la concreción y efectuar una y otra vez el camino a la inversa- es el lenguaje literario. Y dentro de sus generosas variaciones, el más elevado y a la vez más básico de todos, que, lejos de regirse por alambicadas frases, parte del presupuesto más elemental y al mismo tiempo secularmente desconcertante: el de crear mundos convincentes, y, en ocasiones, autosuficientes, a partir de la nada.
Desde que comenzó a darse a conocer como escritor, allá por los años sesenta, con sus controvertidas obras de teatro, el austriaco Peter Handke (Griffen, 1942), ha ido sumando títulos y décadas que, a pesar de su aparente heterogeneidad, representan en conjunto una explosiva constatación de ese poder taumatúrgico que se aloja en algunos libros y que consiste, como decía, en imponerse al vacío a través de la palabra. De un modo, por momentos, casi extremo, coherente con su predilección por los espacios de creación neutros y anodinos. No es de extrañar que el autor haya optado en diferentes etapas de su vida por escribir y residir desde lugares excluidos de las guías turísticas como Linares, que ya hay que echarle ganas; tampoco que concibiera una película, ‘Los hermosos días de Aranjuez’, de la mano de su amigo Wim Wenders, en la que prácticamente lo único que sucede frente a la cámara, con permiso de la interpretación de Nick Cave, son dos personas hablando-. A lo largo de su ya extensa carrera, el autor de ‘El miedo del portero al penalti’ -acaso uno de los mejores títulos de novela del siglo XX- ha conseguido levantar un edificio literario que, con independencia de sus saltos de estilo y de lo acertado de sus tramas, se fundamenta en esa propiedad mítica del lenguaje que no sólo permite convertir en mito a un lugar escasísimo de atributos, sino también a la propia palabra; con un cardo y un sendero, el austriaco, como buen poeta y caminante, ha dado muestras más que sobradas de ser capaz de levantar una historia que parece situarse a ras del suelo y a la vez elevarse y reconectarnos a todos y a todo. Tanto como para instituirse en una de las experiencias más poderosas de las últimas décadas en torno al lenguaje. En cada uno, además, de sus múltiples registros y preocupaciones, que abarcan desde el dolor por el suicidio de su madre a la disolución de Europa, el trauma del nazismo, la incomunicación, el fetichismo sobre los viejos juke-box y los ritos meditabundos y contemplativos frente al inodoro.
Una actitud -ser escritor al igual que ser youtuber también es una actitud, aunque completamente al revés- que le valió para alzarse con un Nobel, el de 2019, del que parecía descartado por la polémica suscitada por su acercamiento a Bosnia durante la guerra de los Balcanes. Y que, en este caso, y a diferencia de otros más recientes, no tuvo nada que ver con lo ideológico y sí con lo rigurosamente literario, con una obra que, en toda su pluralidad de planteamientos, sigue animando libros tan sobresalientes como cien por cien Handke. El último en llegar a España, ‘Diálogo’ (Alianza), que inspiró un montaje teatral estrenado en Viena en 2022, y que Núria Molines ha traducido sabiendo de qué va todo esto y atendiendo al peso que adquiere la forma y la creatividad en la manera que tiene Handke de interpretar el lenguaje. Algo que hace que su traslación al castellano mantenga la aureola de artefacto verbal inclasificable; un texto que se puede leer como prosa y como teatro e, incluso, como libreto de ópera en el que dos personas conversan sobre temas que van desde la vejez, a la verdad o el peso de la memoria y que el autor no por casualidad dedica a los actores Bruno Ganz y Otto Sanders -no en vano, sus ángeles y los de Wenders, en ‘El cielo sobre Berlín’-. Un libro que, con toda su melancolía otoñal, se alza en el enésimo monumento a la autonomía de la palabra de Handke; su victoria pesarosa sobre lo que no existe previamente y su resignificación de lo que se supone que es la vida y la incógnita de estar vivo. La palabra, su escenificación penetrante, todavía no superada y puede que aún insuperable. Pese a la tristeza recurrente de empeñarse en señalar sus propios límites. Handke reflexiona en ‘Diálogo’ sobre la madurez y muchas otras cosas con una pregnancia que es heredera de sus armas más reconocibles y de vanguardia: las del lenguaje que cuenta al contarse a sí mismo, que hace del texto un fin y un medio y un lugar. El viejo milagro de la literatura; eso y no otra cosa es ‘Diálogo’ y es Handke. En fin. Disfrutemos mientras podamos.
Diálogo
Autor: Peter Handke
Editorial: Alianza
Traducción: Núria Molines
Páginas: 96
Precio: 16,50 €