La obesidad, convertida en la pandemia silenciosa de nuestro tiempo, sigue rodeada de mitos que condicionan la forma en que la sociedad aborda el problema. Entre ellos, quizá el más persistente sea la idea de que basta con hacer más ejercicio para compensar los excesos de la mesa. Pero la evidencia científica más reciente es contundente: el deporte no es una herramienta eficaz para adelgazar. Y, sin embargo, sigue siendo imprescindible.

El mensaje incomoda porque choca con décadas de campañas que han insistido en la ecuación simple de calorías que entran y calorías que salen. Bajo esta lógica, correr diez kilómetros o pasar dos horas en el gimnasio equivaldría a borrar las consecuencias de un atracón de comida ultraprocesada. Pero lo cierto es que, aunque el esfuerzo físico consume energía, no alcanza a compensar la ingesta extra. Un refresco azucarado puede aportar más calorías en cinco minutos de consumo que las que el cuerpo quema en una hora de caminata.

Un estudio publicado en PNAS lo demuestra con una contundencia difícil de ignorar: poblaciones de cazadores-recolectores africanos, cuya vida exige movimiento constante, gastan la misma energía diaria que un adulto promedio en Estados Unidos o Noruega. La diferencia está en lo que comen, no en lo que se mueven. Y esa constatación derriba el mito de que la inactividad es la gran culpable de la crisis global de obesidad. El verdadero problema está en la dieta, especialmente en los ultraprocesados que colonizan nuestras despensas.

Aceptar esta realidad debería cambiar por completo el discurso de la salud pública. No se trata de demonizar el sedentarismo, sino de colocar el foco donde duele: en la industria alimentaria que promueve productos hipercalóricos como si fueran la base de una vida moderna y práctica. Coca Cola y otras multinacionales han invertido durante años en asociar la actividad física con el control del peso, trasladando la responsabilidad al consumidor mientras ocultan el papel central de la alimentación. La ciencia los desmiente.

El ejercicio no adelgaza, pero salva vidas

Reconocer que el deporte es poco útil para perder peso no significa desterrarlo de la vida cotidiana. Al contrario: la actividad física es el cimiento de la salud integral. No quema tantos kilos como promete la publicidad, pero multiplica las defensas del cuerpo frente a enfermedades crónicas, fortalece la mente y prolonga la autonomía funcional con la edad. Ignorar su valor porque no afina la silueta es un error cultural con consecuencias graves.

Mucho más que calorías

El ejercicio actúa como un regulador profundo de los sistemas metabólicos. Mejora la sensibilidad a la insulina, reduce la inflamación, fortalece el sistema inmune y ayuda a que los músculos y órganos gestionen mejor la energía disponible. Dicho de otro modo: aunque no reduzca de forma directa el número de calorías almacenadas, transforma la manera en que el organismo las procesa. Esa flexibilidad metabólica permite a las personas activas acumular menos grasa incluso consumiendo la misma comida que alguien sedentario.

En tiempos de pastillas contra la obesidad, el ejercicio se convierte en el complemento ideal. Los fármacos pueden suprimir el apetito o modificar la forma en que el cuerpo absorbe la energía, pero ninguno evita la pérdida de masa muscular ni mejora la función cardiovascular. Ahí entra en juego el movimiento: caminar, nadar, correr o bailar no solo potencia los efectos de la medicación, sino que protege de los daños colaterales de depender exclusivamente de ella.

La insistencia en vender el deporte como una herramienta de control de peso ha generado frustración y abandono. Millones de personas se han rendido al comprobar que horas en el gimnasio no se traducen en la pérdida de kilos prometida. Ese desencanto revela un fallo en la estrategia: la comunicación debería centrarse en los beneficios reales y duraderos del ejercicio, no en una promesa que la biología desmiente.

El ejercicio no es un castigo por comer, ni un método para compensar excesos. Es una declaración de cuidado hacia uno mismo, un refuerzo del sistema nervioso, inmunológico y emocional. La batalla contra la obesidad se librará principalmente en la cocina y en las políticas que regulen la industria alimentaria. @mundiario