El día 20, se conmemora el Día Mundial de la Libertad de Expresión de Pensamiento, ¿cómo se relaciona con la tauromaquia?
No debería ser noticia, pero, lamentablemente, lo es ya que sufrimos muchísima opresión social a la hora de poder decir abiertamente que nos gusta la tauromaquia, y esa opresión, a veces, nos tacha de forma negativa, y al final, algunas personas prefieren no decir su gusto.
El ejemplo más claro soy yo: ahora, me he animado a poner en mis redes sociales cosas de toros; antes, eran ellas por un lado y las cosas de la filosofía por otro; de alguna manera, he salido del armario y he publicado que amo la tauromaquia. Muchas veces, la gente de la tauromaquia vivimos en ese armario, en esa incomprensión muy marcada a nivel social, y nos están acosando nuestra libertad de expresión.
El torero y apoderado Julián Guerra afirmaba a LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA que hay que defender la tauromaquia no por ser mayoría, sino desde la libertad de expresión, ¿está de acuerdo?
Sí, porque la libertad de expresión la tiene que tener todo el mundo. Si no tenemos la posibilidad de expresar lo que somos, nuestros gustos, nuestras aficiones,… nos están cohibiendo nuestra libertad. Eso es lo que sucede en nuestras sociedades, que se suponen tan avanzadas, que nos permitimos el lujo de no escuchar a las minorías, cuando desde la Unesco, la ONU, todos los organismos internacionales, están trabajando por que se respete, se valore y se deje ser a esas minorías.
Además, no somos tan minoritarios, somos más mayoritarios de lo que parece; lo que pasa es que los medios de comunicación los toman ciertas ideas que, a mi modo de ver, son mucho más minoritarias que la afición a la tauromaquia en España y en muchas otras partes del mundo, pero ejercen una presión y una coacción que a la gente le da miedo expresar que son taurinos. Y, además, lo relacionan con un signo político que nada tiene que ver porque la tauromaquia es una manifestación cultural, artística, que está abierta a todo tipo de personas, sea cual sea su opinión política; todos guardan sus visiones de la vida y nada tiene que ver con este otro hecho, que es la cultura de la tauromaquia, que a todo el que se acerca le gusta.
Hace unos días, la defensa de los toros en la televisión pública que hizo Mariló Montero y la reacción del presentador de «La Revuelta», David Broncano, suscitaron polémica, ¿qué opina al respecto?
Es un tema superinteresante porque cada vez hay más visualización de la tauromaquia en los medios públicos autonómicos, y con un éxito arrollador, eso quiere decir que realmente la tauromaquia interesa y que hacen un servicio público porque no se nos olvide que «público» quiere decir para todos, no sólo para algunos. Cuando veíamos los toros en una cadena privada, no llegaban a todo el mundo; en cambio, en abierto, sí está llegando a todas las personas, están captando espectadores a nivel nacional e internacional.
Televisión Española, por este bien público que representa, debería tener contenido de todo el espectro cultural humano y uno de ellos, por supuesto, y de gran vigencia en nuestra nación, es la tauromaquia. No debería haber polémica en que los toros ocupasen un lugar importante en la televisión nacional puesto que la tauromaquia ocupa un lugar fundamental tanto en la historia como en la actualidad de nuestro país. Igual que hay otros contenidos, ¿por qué no puede haberlos para quienes les gusta la tauromaquia? Es un deber que están incumpliendo.
¿Cree que la vuelta de la retransmisión de corridas de toros en Televisión Española haría de España un país más libre, de algún modo?
Más justo, seguro. Y, normalmente, donde está la justicia, está la libertad. Lo que no me gusta ahora es en lo que se ha convertido el país: es un país injusto, intolerante, donde nuestros jóvenes cada vez se ven más obligados; en vez de ser más libres, es decir, de tener más posibilidades. Esa obligación es porque no tienen más posibilidades que se pueden vivir en países vecinos, como Portugal o Francia; viajo bastante allí y veo cómo avanzan, cómo sus chavales pueden vivir y pueden disfrutar de sus aficiones, de cómo son. Y mi pena es que mi gente no pueda ser libre, no pueda disfrutar de lo que les gusta.
En ese sentido, veo que nos estamos convirtiendo en un país muy injusto. Parece ser que lo que estamos promocionando a nivel mediático, enseñando a nuestros jóvenes, es a no ser libres, a ser más bien esclavos, a tener que estar obligados a aguantar unas condiciones de vida y de trabajo muy por debajo de su capacidad y de su nivel, de todo lo que han trabajado y luchado para poder tener unas condiciones de vida con un bienestar alto.
Usted es profesor de Secundaria, ¿cómo ve a los adolescentes de receptivos o reacios hacia la tauromaquia?
Están demasiado desinhibidos, demasiado pasivos a nivel social y de su vida; ni se plantean las cuestiones de la tauromaquia porque hay muchas más cosas que les preocupan.
Yo vivo en San Sebastián de los Reyes, una localidad muy taurina, y más de un alumno me dice que corra los encierros con él, que si voy a ir a la plaza…, es algo como mucho más natural, pero, en general, los jóvenes desconocen esa parte identitaria o cultural que tiene su tierra, su nación. Y ahí es cuando entran Víctor Barrio y Julián Guerra: lo que debemos hacer no es defender la tauromaquia, sino enseñarla porque está llena de valores que son los que realmente nos han hecho grandes.
Y esos valores son los que echamos de menos muchas veces en estas sociedades tan artificiales, tan tecnológicas y tan poco humanas. Los humanos nos hemos sobrepuesto a todos los problemas y dificultades de la vida, es decir, a todos los toros que nos toca lidiar en nuestra vida. Ahora, los chicos, muchas veces, son demasiado frágiles y se ahogan en nada porque no tienen esa fortaleza y esa valentía que hay que tener, que la tauromaquia nos enseña para afrontar los problemas propios de la vida.
¿Cómo definiría o defendería los toros desde la filosofía, su profesión?
Me han pedido que escriba sobre la ética de la tauromaquia y por qué hacemos lo que hacemos y algo ya tengo, desde por qué el toro debe morir en la plaza, por qué se torea como se torea o por qué las suertes son así.
En resumidas cuentas, los seres humanos, desde que lo somos, hemos necesitado esa fuente alimentaria de los grandes animales y su caza desde el Paleolítico ha sido una necesidad de toda la comunidad humana; de hecho, desde que empezamos a cazarlos, nos consideramos homínidos, o sea, humanos y, a partir de ahí, en España hemos conseguido trazar toda esta tradición y elevarla en un plano cultural que ha sido como muy propio de nuestra tierra porque es tierra de toros, igual que lo fue de uros, y es algo que nos corre por las venas.
A nivel ético, el ser humano no puede ser igual que un animal, cuenta con unas destrezas, unas características y unas cualidades diferentes a las de los animales. Y el toro, además, es capaz de entender parte de nuestras cualidades más elevadas, entregarse, por ejemplo, en la faena, en la lucha contra el caballo, igual que nosotros podemos entregar nuestra vida al toro. Es decir, no nos importa que podamos perder la vida.
La tauromaquia es el ejercicio de libertad más grande que conozco porque los profesionales o los aficionados, personas anónimas, en cualquier pueblo, en un encierro o una capea, saben que pueden perder su vida. No he encontrado ninguna vocación ni ninguna profesionalización más libre que la tauromaquia, es decir, yo libremente quiero jugar al toro, yo quiero estar ahí. Y eso es lo que echo de menos en la sociedad porque hoy, que estamos tan cohibidos, tan coaccionados, que parece que estamos obligados a obedecer, no sabemos ni a quién, lo que están ejerciendo es su su libre voluntad: poner en riesgo lo más valioso que tenemos, que es nuestra vida, por amor al toro.
Es como tan sublime decir que los seres humanos llegamos a poner en juego nuestra vida, que es lo que tenemos, por amor a un animal, por amor a una raza, a una especie, que no tiene parangón en todo el globo y que es una joya genética, que ya de por sí se debería proteger.
Somos hombres, nos enfrentamos a ti en cualquiera de sus modalidades, pero lo más ético es que yo sé que tú me puedes matar, pero, aun así, quiero jugar contigo porque te amo, quiero estar cerca de ti. Y eso, a día de hoy, que también el amor anda un poco escaso, fíjate el ejemplo que dan los profesionales y cualquier amante de la tauromaquia. A mí me llena el espíritu ver a esa gente lo que hace, son un ejemplo a nivel social que, realmente, no estamos sabiendo ver ni valorar.
¿Usted diría que la tauromaquia es una cuestión artística, histórica, filosófica, ética, social,…?
La tauromaquia es el conjunto de todas las cosas importantes que tiene la vida. Tenemos la naturaleza, que, sin ella, no podemos vivir; a los seres humanos, que son con los que pasamos los buenos momentos, pero también los malos; el color, la música, la pasión, el amor…, es decir, la tauromaquia lo reúne todo.
Reúne cultura, historia, tradición,… reúne, sobre todo, vida. y lo que más me gusta es que da pie a la humanidad, es decir, cuando se juega al toro, realmente, lo que estamos haciendo es una fiesta de que estamos vivos, de que estamos aquí, hoy, presentes todos, y celebrando algo, e invitamos al animal más totémico, al más mítico, que es el toro bravo de lidia, y con él surge ese juego que reúne todas las esferas, todas las cuestiones que existen en la vida, pero lo más bonito es que las humanizamos.
Vivir en un lugar hostil, ahora, que puede haber bombardeos, muertes, violencia,… muchísimas cosas que están pasando y no deberían pasar, lo que se nos está olvidando es que, nosotros, que muchas veces nos tachan de violentos, lo que estamos haciendo es realmente humanizar la vida, es decir, que la vida sea más agradable, más pacífica, más amable, más divertida, más festiva,… más bonita. Eso es lo que realmente hace la tauromaquia, hace la vida más bonita, y por eso tiene esa complejidad.
Su «colega» Fernando Savater trata de lo que hablamos en su libro «Tauroética», ¿lo recomendaría a los antitaurinos como modo de reflexión desde un conocimiento más cercano y una postura más abierta?
Sí, por supuesto. Se lo recomiendo también a la gente que ama la tauromaquia. Es que leer y aprender no ocupa lugar, y lo que deberíamos hacer entre todos es ser más comprensivos con las diferentes posiciones o con las diferentes ideas, gustos, preferencias de las personas.
Como dijo el Tribunal Constitucional para decirle a Cataluña que puede dar toros, debemos coexistir; ese es el arte de la contemporaneidad. Vivimos en una época contemporánea, que significa como que todos los tiempos andan juntos, mi tiempo, el tuyo, el del vecino, el de aquel que no conocemos,… Es decir, nosotros coexistimos; entonces, los seres humanos deberíamos comprender que la coexistencia es que cada uno tiene una forma de vida, un pensamiento, unos gustos, una identidad, y, por supuesto, debemos respetar todas aquellas identidades que sean tolerantes. Lo que no debemos respetar son aquellas identidades que no son tolerantes y, tristemente, los aficionados a la tauromaquia somos tolerantes con todos los demás, pero algunos pocos no son tolerantes con nosotros y son ellos los que realmente tienen el problema porque se les puede acusar de intolerantes.
En una época global, contemporánea, en la que vivimos, el respeto y la tolerancia son los pilares de la convivencia. Y yo me alegro muchísimo de amar la tauromaquia porque todas las personas a las que conozco con ella son muy respetuosas y muy tolerantes, aparte de grandísimas y bellísimas personas. Entonces, yo no entiendo bien qué problema tenemos nosotros, sino, más bien, lo que veo es que nos están intentando poner el problema que tienen los intolerantes y los irrespetuosos y los que no saben convivir en sociedades contemporáneas avanzadas como la nuestra.
El libro de la mexicana Fernanda Haro, “Toros. Fundamentos y futuro de un rito ancestral”, también es un ejemplo para quienes quieran asomarse, a nivel ético, cultural… defender con argumentos y de forma científica la tauromaquia.
Otro filósofo y ensayista, Ortega y Gasset, afirmaba que no era posible comprender la historia de España sin conocer la historia del toreo, a la que está «ligada»…
Es algo que ojalá algún día le pueda explicar más detenidamente a todo el mundo, porque Ortega como que veía que no tenía tiempo para meterse en eso y tocó otras cosas, pero ya dio esa pincelada.
Está tan imbrincada la tauromaquia con la sociedad española desde su origen, que, de hecho, el primer festejo del que tenemos constancia, en 1124, se realiza esa Saldaña, en un pueblito burgalés. Ahí sois de Toro, la localidad que lleva el nombre del toro porque vosotros fuisteis los primeros que corrísteis toros, a modo, por así decirlo, de los primeros reinos cristianos que se estaban conformando; entonces, ya están allí.
Los toros que se corrían eran salvajes, incluso, se cazaban. Y luego nosotros lo hemos sublimado y le hemos dado una lidia; primero, a caballo, y luego, a pie. Él decía de la Historia de España, pero le podría decir a mi admirado Ortega y Gasset que están imbrincados hasta en la Historia de la propia Humanidad; es decir, nosotros, desde el Paleolítico, en culturas tan diferentes que ha habido en la Antigüedad, en el Medievo, en la Modernidad,… han estado imbrincadas en la tauromaquia, es alucinante.
Yo tengo miedo de decir «si perdemos esto, igual, perdemos una esencia y una parte importantísima nuestra, humana, de la vida». Y por eso trabajo tanto en su beneficio porque, a lo mejor, podemos vivir sin toros, pero, a lo mejor, no vivimos igual de bien sin toros que con toros, y por eso el seguir dando toros, criándolos, jugando con ellos, manteniendo viva la tradición, porque la tradición es como el alma de esas culturas, de esos pueblos y de esa gente.
No podemos perder esa alma, perder eso significaría perder la esencia o la identidad de todos esos pueblos, de todas esas gentes, y las dejaríamos sin saber qué hacer, y eso debe de ser tristísimo porque se ha demostrado en diferentes casos a lo largo de la Historia cómo luego esa gente está perdida y tienen que adoptar otras identidades, pero ya no es la suya.
Y la tauromaquia brinda —a nivel global, porque hay aficionados en todo el mundo, incluso, en países que no son taurinos— una identidad que se conjuga o se imbrinca con la sociedad, con la vida y con la naturaleza, que es lo que nos permite estar vivos.