Domingo, 24 de agosto 2025, 00:21
En vísperas de la Feria de Almería la mirada se detiene en un joven que empieza a escribir sus primeras páginas con el hierro y la sangre de la vocación. Blas Márquez, novillero que busca abrirse paso en un mundo que es tan exigente como hermoso, desvela su interior con la frescura de quien todavía sueña y la seriedad de quien ha entendido muy pronto que el toreo es más que un oficio, es una forma de vivir. Su discurso, todavía limpio de artificios, se tiñe de verdad y pellizco, como los trazos iniciales de un cuadro que promete hondura.
Al hablar de los inicios, se percibe cómo la línea que separa el toreo de salón y el ruedo es, para él, inseparable. «Todo va de la mano la verdad porque una cosa no puede ser sin la otra, tienes que torear mucho de salón para que después salga en la plaza todo lo trabajado. La verdad que las sensaciones de la primera vez no me acuerdo de lo que sentí, pero bueno desde que tengo uso de razón quise ser torero». Ahí aparece la raíz, la convicción nacida en la niñez, que no necesita explicación porque está tatuada en lo más profundo de su ser.
La pureza
La palabra pureza, tan grande en boca de los maestros, también tiene significado en la juventud de Márquez, que la asume como un principio irrenunciable. «La pureza es algo muy importante en el toreo, para mí la pureza es colocarse con los pies asentados y darle el pecho y echarle la muleta lo más despacio posible. Cada torero tiene su personalidad, las copias nunca han sido buenas, cada uno tiene que ser fiel a sí mismo». En esa definición asoma la conciencia de que no basta con admirar a otros, que el camino propio es lo que da verdad y trascendencia.
En la transición hacia los novillos con picadores, percibe el crecimiento del animal, pero del mismo modo la oportunidad de un ritmo distinto, más acompasado. «Pues el cambio al novillo con picadores es, aparte de un año más del animal, todo más templado y más despacio, ya que el puyazo hace que el animal se temple más y se puedan hacer las cosas más despacio». Esa manera de describirlo deja entrever que no lo vive como una barrera, sino como un espacio de maduración.
El miedo
El miedo, inevitable compañero, aparece en su relato sin dramatismos pero con la naturalidad de quien lo respeta. «El miedo está para todo el que se viste de torero;el valor es algo que es innato y a la vez se puede trabajar estando en una buena forma física. Al estar así te da seguridad y a la vez confianza delante del toro». Una confesión que muestra el equilibrio entre lo que se trae de nacimiento y lo que se construye en la soledad del entrenamiento.
Esa fortaleza se sostiene en lo físico, pero también en lo mental. Márquez lo entiende desde la base. «Para ser torero hay que estar preparado mentalmente y físicamente para resolver las dificultades que puede haber en una tarde de toros», asegura el joven novillero almeriense. Una reflexión que revela madurez, como si supiera que el ruedo no perdona a quienes no llegan blindados en cuerpo y espíritu.
Sobre el público de las novilladas, su mirada es clara y sincera, sin adornos. «Depende del sitio, hay sitios que la gente es más animada y ayuda más a los toreros, sin embargo en otros sitios es más exigente». En esas palabras late la sensibilidad de quien sabe que en una plaza pequeña también se mide la verdad con una lupa más severa.
La familia y los amigos son, para Blas Márquez, un sostén imprescindible, aunque él mismo reconoce que el toro lo absorbe todo. «Bueno todo influye, cada cosa va aparte, pero todo influye y el entorno de un torero es importante, ya que tienes que tener cerca a personas que aporten. La compagino bien, ya que esta profesión te absorbe mucho porque tienes que estar muy metido entrenando y pensando en el toro para que cuando llegue tu momento aprovechar las oportunidades al máximo», asegura el aspirante a torero. En ese pulso cotidiano se aprecia el contraste entre la juventud normal y la entrega absoluta a una vocación que no permite descuidos.
Nunca llega
Cuando se le pide imaginarse en una faena soñada, su respuesta huye de idealismos vacíos y se aferra a un recuerdo ya vivido: «La faena soñada nunca llega, pero cuando te acercas, que son muy pocas veces, es una sensación única que recompensa todo, como podría ser la faena de este año en Valencia a un novillo de la ganadería Valdelapeña, con el que pude cortarle las orejas y triunfar con él en una feria tan importante como es la Feria de Fallas». Ese pasaje demuestra que su camino no solo se sostiene en ilusiones, sino en realidades que ya empiezan a marcar su nombre.
La dureza del campo y del entrenamiento, con todo lo que implica de sacrificio, aparece en sus palabras con una crudeza lúcida: «Todo forma parte de lo que conlleva antes de llegar a torear en la plaza, el público que paga la entrada no tiene por qué saber nada, y la recompensa a todo eso es el triunfo en la plaza». Ahí se desnuda la verdad más silenciosa de la tauromaquia, la que no brilla en los carteles pero sin la cual no existiría la gloria de un paseíllo.
El futuro de la fiesta, tantas veces puesto en entredicho, lo ve Blas Márquez con la fe de quien siente que su generación tiene algo que decir. «El futuro de la fiesta está asegurado ya que ahora hay una gran afluencia de público joven a las plazas cada vez más gracias a los toreros jóvenes». En esa frase final no solo late una esperanza, sino también el compromiso de quienes, como él, llevan la antorcha con la responsabilidad de no dejarla apagar.
Blas Márquez se prepara para vestirse de luces en la Feria de Almería con la frescura de un muchacho y la seriedad de un torero en ciernes. Sus palabras dibujan el retrato de alguien que no busca atajos, que sabe que el toreo se forja en la mezcla de soledad y gloria, de disciplina y sueño. Y en esa dualidad, que sólo entiende quien se arrima al toro, aparece la certeza de que en Almería no se verá sólo a un novillero, sino a un hombre que empieza a escribir con verdad su propio destino.
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