A las 17.37 horas del 9 de septiembre de 2011 se produjo un momento mágico para el ciclismo vasco. Un chaval de Galdakao de … 28 años se presentaba en solitario en la meta de Bilbao. En mitad del delirio de miles de espectadores, Igor Antón alzaba los brazos en la Gran Vía, en el día en el que la Vuelta a España regresaba a Euskadi después de 33 años alejada de las carreteras vascas por el temor a un ataque de ETA o de su entorno.

Fue histórico. En aquella jornada redonda comenzó una nueva etapa del idilio que Bizkaia mantiene con la ronda española desde sus orígenes hace 90 años y que fue un amor a distancia durante tres décadas por culpa del terrorismo. Un romance que escribirá hoy otro capítulo con una nueva salida y llegada a la villa. «Seguro que será también memorable. Va a haber mucha gente en las cunetas. La afición vasca es así. Bilbao es una ciudad que le va como anillo al dedo al espectáculo ciclista. Correr aquí es como estar en una clásica», asegura Antón, que rememora para EL CORREO aquella fabulosa victoria de hace 14 años.

Pese al paso del tiempo, el excorredor de Galdakao tiene aquel día «fresco» en la memoria porque fue «el momento con el que todo ciclista sueña: ganar en la puerta de tu casa». No hay nada mejor. En su cabeza hay una sucesión de imágenes, sensaciones y anécdotas que «nunca olvidaré». Desde aquella sonada frase al cruzar la meta de «ya me puedo retirar» al guiño inocente de un niño al que le hizo un regalo muy especial.

Lejos del podio

La de 2011 fue la Vuelta en la que Juanjo Cobo y Chris Froome mantuvieron un pulso muy igualado hasta el final, decantándose a favor del cántabro, aunque en 2019 la UCI desposeyó al ‘bisonte de Cabezón de la Sal’ del triunfo por anomalías en su pasaporte biológico. Antón, al que en el mundo del pedal se le conoce con el apodo de ‘Fuji’ (tuvo una bicicleta de esa desconocida marca en sus inicios), no anduvo del todo fino en la general. No pudo seguir el ritmo del británico y de Cobo, si bien es cierto que hizo puestos de honor (quinto y sexto) en Peña Cabarga y el Angliru. Para cuando llegó el desafío de Bilbao, el antepenúltimo asalto de la ronda, el vizcaíno se encontraba lejos del podio.

«El hecho de que no fuera una amenaza para ganar la Vuelta ayudó a que pudiéramos consolidar una escapada, aunque costó bastante hacer hueco». Antón corría en el equipo de casa. En el Euskaltel-Euskadi de Miguel Madariaga. La marea naranja llevaba ya varios años tiñendo de esperanza las carreteras de color y buen rollo (hacía poco de las excelentes actuaciones de Zubeldia y Mayo en el Tour de Francia) y no faltó, por supuesto, a su cita en Bilbao, después de tantos años de ausencia de la ronda española.

La capital vizcaína se había puesto guapa con sus mejores galas. El escenario estaba listo. Era inmejorable. Restaba saber si los hombres de Madariaga estarían a la altura. «Era nuestro día. Íbamos a pelear para hacer algo grande. Yo lo tenía apuntado en mi agenda desde hacía un año, cuando se había dado a conocer el recorrido», cuenta ‘Fuji’, que se sabía cada rincón y cada marca en la carretera del Vivero, su patio de recreo cuando era alevín. Por allí, por las empinadas cuestas del puerto que separa Galdakao y la capital vizcaína, solía jugar de niño. Primero con su padre y su aitite. Después, con sus amigos de la escuela.

– ¿Mucha presión, no? ¿No había miedo a fallar delante de tu público?

– Bueno, es verdad que tenía nervios, pero estaba serio y concentrado. A lo largo de mi carrera tuve varios días en los que acariciaba la certeza de que las cosas iban a ir bien. Tenía esa virtud de mirar, a veces, con confianza hacia adelante, sin miedo.

El regreso a Bilbao fue una de esas jornadas. Posiblemente la más trascendental. «Salimos a tope y no tardamos mucho en entrar en la escapada. Iba con Gorka Verdugo (compañero en Euskaltel), Marzio Bruseghin (un rival peligroso por su punta de velocidad) y un kazajo de Astana del que no recuerdo ahora su nombre (Alexander Dyachenko)».

A partir de aquí todo se precipita en el relato de ‘Fuji’, que cuenta la historia de la etapa a partir de una sucesión de anécdotas. La primera no es nada esperanzadora. Su compañero Verdugo pinchó al paso del Guggenheim, quedando descolgado. Pánico en el coche de Euskaltel. «Decidimos aflojar un poco el acelerador y esperarle. Visto en perspectiva, me vino bien ese rato de parón para comer y coger fuerzas para lo que vendría».

En pocos minutos, el grupo pasaría del brillo plateado del titanio a las verdes laderas que rodean Bilbao. Con un sol deslumbrante y el «constante rugir» de la afición vasca, enfervorizada al ver a uno de los suyos en cabeza, Antón afrontaría con determinación la subida al Vivero, un lugar donde pudo sentir de cerca los ánimos de sus familiares, amigos y conocidos. El puerto se ascendía dos veces. «En la primera pasada identifiqué dónde estaban mis allegados y en la segunda, ya pude hacer un gesto a casi todos. Fue maravilloso, al igual que pasar entre ese pasillo de aficionados. Son sensaciones únicas. Hay que vivirlas».

Los ánimos le dieron alas porque fue en las rampas de esta subida donde atacó para marcharse en solitario y triunfar en la Gran Vía. Otra anécdota: «Leí perfectamente en la carretera lo que mis amigos habían escrito con pintura blanca la noche anterior: ‘Si ganas, alubiada’. Y tuve que pagar una jamada en La Arboleda», recuerda con la sonrisa en el rostro. Otro recuerdo curioso le viene a la memoria de forma súbita. Cuando ya se veía ganador, le lanzó los guantes a un niño del público. «Años después, el chaval ya había crecido y me pidió que se los firmara. Me hizo mucha ilusión».

La anécdota final dibuja a ‘Fuji’ entrando en meta con el coche de equipo a cola (algo prohibido). «Creo que nos multaron, pero nos dio igual porque era nuestro momento». El instante que la afición vasca había esperado 33 años.

«Ojalá triunfen Landao Beloki, pero veo muy fuerte a Pidcock»

Igor Antón cree que tanto Mikel Landa como Markel Beloki pueden ganar hoy en Bilbao. «Tienen posibilidades, aunque Markel va a estar muy vigilado porque no está lejos en la general». A ‘Fuji’ le encantaría que cualquiera de los dos alaveses pudieran recoger su testigo. «Me haría ilusión, la verdad».

Pero si tuviera que apostar con la cabeza y no con el corazón, el excorredor pondría todo su capital al dorsal de Thomas Pidcock. «Le veo muy bien y el final, con el durísimo kilómetro de Pike Bidea a poca distancia de meta, le viene de lujo porque es muy explosivo y baja bien». Esta última dificultad montañosa (que no estaba en el trazado el día que Antón ganó) será decisiva. «Si los gallos llegan adelante, creo que la carrera se puede decidir en ese punto».