Pasaban siete minutos de las 18.30 cuando tres monteras caladas surcaron el ruedo de La Condomina. En el centro, Andrés Roca Rey, blanco unánime de todas las miradas. La Romería provocaba los suspiros y rezos de miles de devotos, aunque unos suspiraban por la Virgen y otros por los tres o cuatro cubalibres que se iban a beber esa tarde, lo que explica algunos de los incidentes ocurridos, que se saldaron con la procedente expulsión de algún que otro miembro de la Real y Muy Ilustre Cofradía de San Baco. Pese a la nota amarga, se vivió un festejo alegre en el que el público se mostró siempre cariñoso con los toreros, firmes y laboriosos ante un manso y áspero encierro.

Alejandro Talavante, de nazareno y oro, abrió la tarde con un vistoso quite por gaoneras. El toro salió pronto, y la cuadrilla estuvo a la altura de una res de brega complicada, destacando el buen hacer de Javier Ambel. No debió verlo claro el matador, que se curó en salud y se ahorró el brindis. La escasa fuerza del animal condicionó una faena de muleta sin posibilidad de lucimiento pese a la entrega voluntariosa del coleta. Silencio tras estocada entera.

A Paco Ureña le correspondió el mejor toro de la tarde. Lo llevó al caballo caminando garbosamente, envolviéndose en el capote con bonitas chicuelinas. El animal acudió pronto al caballo y el lorquino intuyó el triunfo. Dedicó la muerte a los asistentes y se colocó en los medios para pasárselo por la espalda, aprovechando la alegre acometida del astado. Fue de buena condición, pero se desfondó con el transcurso de la faena, yendo de más a menos y quedándose algo corto cuando Ureña apretaba por abajo. Lo llevó dominado en todo momento, con dos tandas realmente eléctricas. Cuando la corriente se apagó y devino en chispazos esporádicos, se echó encima del toro para reanimar el ambiente, atornillándose por bernardinas en un final emocionante. Dejó la espada dentro al primer intento. Dos orejas para certificar su primer triunfo de la feria.

Segundo año consecutivo de ‘No hay billetes’ en la corrida de la Romería

Comenzó a satisfacerse la expectación cuando Roca recibió a Marchante, de 507 kilos. Se estiró con tres verónicas y una media flemática, de esas que si las pega otro torero se viene la plaza abajo, pero cada quien tiene su público y a veces nos ciega la demanda. Siguió rebajando la marcha del toro con un variado quite, alternando chicuelinas y tafalleras, rematando con un alarde de torería que empezó a poner la olla en la lumbre. Entró en ebullición cuando el peruano brindó a los murcianos y se colocó en el centro del redondel como el que que arrodilla en el reclinatorio. Antes, permaneció de pie junto a un burladero mientras movía las piernas para sacudirse los nervios. Roca Rey llevó al toro de aquí para allá, por delante, por la espalda, izquierda y derecha; no le faltó más que pasárselo por encima. La arena se pegó a su vestido a la altura de las rodillas como testimonio de una voluntad de triunfo inasequible a la fatiga, que recorre España entera de plaza en plaza. Pases de pecho, molinetes, naturales y todo lo imaginable hasta desbravar al toro. El Cóndor voló por encima de su oponente y aderezó sabiamente la faena con jaleos que enardecieron al público. Una racha de aire le descolocó la muleta, sorprendiéndole el toro y dejándole sin tela. Andrés le increpó a la res y al viento y se quedó en la cara sin muleta, aunque el animal no hizo por él. Este y otros alardes le granjearon la atención del respetable, que estaba deseando pedir las orejas. Estocada entera y dos trofeos. Alegría en los tendidos. Merienda. «Dame un traguico, que pase bien la empanadilla».

Roca Rey en un  hondo muletazo.

Roca Rey en un hondo muletazo. / Enrique Soler

Alejandro Talavante reanudó el festejo dejando unos faroles estupendos. Aquello impresionó al personal, y un vecino me enseñó cómo le facturó otros tantos a un toro en Cehegín el pasado sábado, lo que desacreditaba la improvisación como causa. Brindó al público una faena entregada, pero el animal imposibilitó el lucimiento, mostrando una mansedumbre compartida con sus hermanos con inefable amor fraterno. Los estragos de los cubalibres empezaron a notarse, el toro se rajó desde el inicio, y una señora cinco filas más abajo empezó a pedir la música que el toro no tenía. Sonó Marcial eres el más grande, que al menos amenizó la deambulación del manso. Se fue frustrado Alejandro, que lo intentó de todas las maneras posibles ante la ilusión de unas posibilidades inexistentes. Falló con los aceros y recibió una ovación. Jamás olvidaré la voz de esa señora.

Talavante  en una media

Talavante en una media / Enrique Soler / t

El segundo de Ureña fue un toro de gran cilindraje pero difícil conducción. Embistió mucho, aunque con mal estilo y cierta violencia. Por el pitón derecho ofreció alguna opción. Al natural lo probó en un par de tandas, pero el revoltoso victoriano, que se quedaba corto, pudo causar algún percance. La firmeza del lorquino estuvo siempre por encima, y el mal uso del acero le privó de los trofeos.

Talavante, con el peor lote, se marcha sin premio por la espada

El pregonero de la Feria Taurina cerró la tarde con un manso pregonao. En los tres tercios mostró signos inequívocos de sus intenciones y se rajó antes del primer pase de muleta.

El animal tomó las de Villadiego y Roca solo pudo torearlo tras perseguirlo por todo el anillo, hasta que se fijó en la querencia. Allí le arrancó cuatro tandas muy meritorias a fuerza de puro empeño. El limeño mostró su compromiso ante una res que hubiese sido desechada por muchos matadores. Seguramente Andrés hubiese cortado las dos orejas, pues hizo creer a la plaza en el milagro del toro manso, y su profesión de fe tras la conversión fue acompañada de los olés de la asamblea. No le mostró la muerte en ningún momento y estuvo a la caza del toro por toda la plaza, en una forzada sesión de toreo peripatético. Cuando el animal ofreció la más mínima certeza, se tiró por derecho Roca, pero el fallo desbarató la recompensa. Palmas y puerta grande para él y Paco Ureña.