Madrid
Hace algo más de un año, concretamente el 20 de agosto de 2024, fallecía María Branyas. Una catalana, de 117 años de edad, que ostentaba el récord de ser la persona más longeva del mundo. Desde entonces hemos tratado de descubrir cuál fue el secreto de su longevidad. Entre ellos, algunos investigadores como el genetista Manel Esteller, quien llegaba a la conclusión de que podría estar relacionada con un microbioma intestinal «casi juvenil», con un sistema inmune excepcional y con el hecho de que se comiera un yogur diario de La Fageda que, desde ese preciso instante, se hizo viral a nivel global.
Más información
Sea como fuere, lo cierto es que cada vez vivimos más. De hecho, según recoge el último informe desarrollado por el Instituto Nacional de Estadística, la esperanza de vida ha superado por primera vez la barrera de los 84 años en España para situarse en los 84,01 años. Y no, esto no tiene nada que ver con dietas milagrosas, con ejercicio diario ni con los 10.000 pasos de rigor para mantener un estilo de vida saludable. Tampoco con los yogures de La Fageda que comía María Branyas. Un tema sobre el que hemos hablado en el último programa del A Vivir, donde Javier del Pino ha tratado sobre el tema de la esperanza de vida junto a los divulgadores Javier Sampedro y Pere Estupinyà: «Hace 50 años solamente, la esperanza de vida eran 73 años. Aunque la media actual es de 84 años, la esperanza para las mujeres es 86,53 y para los hombres de 81,3».
Las enfermedades letales
Pero hay un dato todavía más interesante: «Ya sabíamos que las mujeres tienen una esperanza de vida superior a la de los hombres, pero lo que resulta más llamativo es cuánto tiempo viven unos y otros con buena salud a partir de los 65 años. Según un informe del CSIC, ese tiempo de buena salud es mayor para los hombres que para las mujeres. Estamos hablando de 9,8 años para los hombres y algo menos de 9,5 para las mujeres. Entonces viven más, pero peor. Y eso es seguramente porque la medicina no se ha centrado en ellas».

«La ciencia no está avanzando»: Sonia Contera, catedrática de Física en Oxford
00:00:0046:17
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
FacebookTwitterLinkedinWhatsAppCerrar
En ese momento, los divulgadores han recordado que la esperanza de vida de los hombres suele ser inferior porque tienen enfermedades más letales: «Las cardiopatías afectan más a los hombres, por lo que hay bastantes más hombres que mueren entre los 40 y los 70 que mujeres. Eso hace que la media después de esperanza de vida total baje más en el caso de los hombres». Por lo tanto, es algo más puramente estadístico que real.
Por qué sigue aumentando la esperanza de vida
Después de hablar acerca de ese tipo de interpretaciones que podemos hacer sobre estos estudios, Javier Sampedro nos ha explicado por qué la esperanza de vida sigue creciendo a este ritmo: «Seguramente estarás pensando que las condiciones de vida han mejorado. También la prevención de enfermedades y la dieta, pero hay que tener cuidado con estas interpretaciones. La esperanza de vida se duplicó de 40 a 80 en el Siglo XX gracias al saneamiento de las aguas, los antibióticos y las vacunas. Es decir, a la lucha contra las infecciones, pero es cierto que durante las últimas décadas del Siglo XX y las actuales sigue subiendo la esperanza de vida a un ritmo de unos dos años y medio por década, que es más o menos lo que ha subido en España en los últimos 50 años».
Y la razón detrás de este aumento: «La razón principal no es la mejora de la dieta ni que la gente haga más ejercicio, es la mejora en los tratamientos del infarto. Y esto provoca un aumento de la esperanza de vida que, aparte de ser pequeño, no es como esa duplicación que vivimos en el Siglo XX por la lucha contra las infecciones. Es insostenible porque los tratamientos del infarto son carísimos para cualquier sistema de sanidad pública e incluso para las aseguradoras privadas en los países que tienen este sistema. De manera que cuidado con las interpretaciones de este dato». De ahí que Javier del Pino y los divulgadores hayan llegado a la conclusión de que nos dirigimos a un futuro en el que los ricos podrán tener infartos porque tendrán dinero para costearlo, pero que los pobres no: «Me ha dado un escalofrío solo de decirlo».